Muy amigo mío
Cuando alguien se dirige a un núcleo de participantes en un encuentro, sin conocer personalmente a quiénes tiene delante, ni a quién representan ni de dónde vienen y su difuso discurso se basa en decir nombres de autores, directores, actores, en su mayoría conocidos mundialmente, y recalcar siempre y en cada caso, «es muy amigo mío», no es fácil sujetar la suspicacia que despierta esa retahíla de nombres y amistades incondicionales para justificar el funcionamiento o la necesidad de cualificar cualquier programa, evento en marcha o para vislumbrar una acción de futuro.
En primera providencia uno reclamaría que en el ámbito de la cultura, y muy especialmente en las artes escénicas donde se viven circunstancias, procesos creativos, ensayos, rodajes muy intensos, existiera un cuerpo de trabajadores sociales que ayudaran a toda la comunidad a discernir de manera muy especial, y repetida en el tiempo, una clasificación de las relaciones para que se sepa claramente lo que son amigos, conocidos y saludados. De esta manera nos evitaríamos muchas frustraciones.
Cualquiera puede hacer subdivisiones en la anterior lista, pero para estos momentos nos sirve. El estar en una charla con una directora, comer enfrente de la misma, hablar de cuestiones comunes, de amigos y conocidos cruzados y hasta tomarse una copa esa noche, ¿es tener una amistad o tener un conocimiento? Es más, se puede tener hasta el teléfono privado de alguien, y llamarle cuando a uno le plazca, pero a un amigo se le llama para contarle que te ha salido un ceviche extraordinario o para felicitarle porque es el cumpleaños de su perro, y a un conocido solamente por cuestiones profesionales.
Este asunto menor, lo de arrogarse amistades profundas, cuando es alguien que demuestra inseguridad en su discurso, cuando no parece tener más argumentos para demostrar la excelencia de su proyecto que el supuesto aval de sus inmensas amistades y siempre con personalidades de renombre, no puedo reprimir mi caudal de desconfianza. Me desborda. Y si su intervención dura más de diez minutos, le empiezo a descubrir tantos renuncios, que me provoca animadversión. Lo repudio. Me es imposible establecer ningún contacto más allá de la cortesía.
Me acaba de pasar estos días en el Festival Internacional de Teatro de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, y maldigo mi intolerancia, porque seguramente con algo más de paciencia con una persona que entró así en un conversatorio, dominando mis prejuicios, hubiera descubierto que debajo de esa pátina de distancia y afrancesamiento, se encuentra un profesional esforzado que probablemente puede tener un valor suficiente sin necesidad de embadurnarse de amiguismo.
Para mí el problema personal, el complejo de inferioridad que a mi juicio demuestra esta actitud, puede esconder otro problema de mayor calado, y es que un proyecto importante en un ámbito de futuro para el teatro como puede ser la formación, en ningún caso se puede basar solamente en los amigos (ciertos o imaginados) de su máximo responsable. Por muy buenos que sean. Eso sí que es un peligro que excede mi alergia a los amigos para siempre de una noche.
En algunas épocas, las ciencias sociales, aplicadas a estos menesteres, dejaban entrever una incapacidad práctica para que entre actores o actrices se produjera una auténtica amistad. Se explicaba que es una profesión tan competitiva, que si tienes un amigo de tu misma edad y condición, puede ser el máximo enemigo para acceder a un papel después de pasar ambos por un casting. No sigamos por ahí.
Es obvio que quienes llevan toda la vida en este mundo, acaben teniendo un círculo de amistades relacionadas con el mismo. Lo difícil, para todos, s conocer la graduación de la misma. Y si es recíproca. No sea que al que yo considero mi amigo, para él no sea nada más que un saludado. O un imbécil al que debe atender por necesidades del guión o de su cargo. O del mío. Que es lo que sucede las más de las veces. En términos generales, amigos, amigos, contados. Y este asunto, llevado a las relaciones profesionales, institucionales o políticas, adquiere una importancia superior.