MUZ/ EL RAYO MISTERIOSO
Sin aplausos
Obra: MUZ
Intérpretes: Ariel Gauna, Juan Manual Arana, Natalia Miguel, María de los Ángeles Oliver, Ada Cottu, Virginia Dragone, José Pierini
Dramaturgia y dirección: Aldo El-Jatib
Producción: El Rayo Misterioso
La Fundición –Deustua- 12-10-01
La familia como caverna. Relaciones de dominio, incomunicación, autoritarismo, violencia. En la familia no hay bálsamo, todo parece representación, ritual sin liturgia, tacticismo por la supervivencia. Un mundo en blanco, en grises, sin apenas más colorido que quizás unas partes oníricas en donde los cuerpos desnudos relatan el génesis abortado, siempre roto por la intervención social, desde el núcleo familiar a su extensión en todos los órdenes d la convivencia. Allí, esos seres, que posan para las fotos, que comen en una desajustada unión, donde los roles se acentúan y se llega a la perversión.
Planteada la obra a medio camino entre el ritual físico y el teatro de la memoria, en donde los componentes sicológicos se estilizan para dotar de una especial manera de comportamiento, de actuación, en donde las voces no cumplen un simple cometido funcional sino que las fonaciones también rompen con la carcasa del lenguaje, para entrar en otros niveles de comunicación, al igual que la fragmentación por escenas, con esa puerta central que sirve de eje visual, de referencia y de simbología matricial. Una iluminación precisa, sin ningún alarde, todo para lograr acotar el espacio, para dar tonalidad ambiental, para provocar en sus tenues fogonazo un mundo irreal pero reconocible que se puede romper con un chiste, con una vuelta a una existencia ordinaria, pero que se recompone para seguir en la misma marca estética, en donde todo debe suceder en ese instante y en donde las vueltas a las escenas reiterativas es un eslabón en el desorden familiar que afecta a todos los comportamientos y que termina, irremediablemente, en violencia.
Teatro que impresiona, con una banda sonora que se acomoda dramatúrgicamente de una manera orgánica, que forma parte de la propuesta general, en se devenir de seres que quizás sean los mismos de la tribu que aparece en la primer escena, un ritual de precalentamiento, que adopta significados en el instante final, cuando se cierra la última puerta y se acaba el espectáculo, el público aplaude, pero nadie sale a recibir esa convención. La puerta se ilumina, suena una música, y se desvanece el aplauso. Ha sido una intensa hora de teatro que deja imágenes, sensaciones, un vacío existencial, pero que compensa en su densidad narrativa y con una estética que nos deja, quizás a nosotros también, con una mueca de satisfacción en la cara al presenciar un teatro proteico y que investiga en sus formas como hace este grupo argentino que ahora recorre los escenarios vascos.
Carlos GIL