Rebel delirium

My name is Jason

«Amici», la compañía de danza residente en el Lyric Hammersmith, abre sus puertas al público durante un par de días para enseñar sus últimos trabajos. La sala está abarrotada. Wolfang Stange es su director y es quien presenta y dirige el espectáculo en directo. Salen una cincuentena de actores al escenario, parece que no vayan a caber. Y durante dos horas ocurre algo que hacía tiempo que no sentía. Algo diferente, que me entra por una vía que al parecer tenía muy atascada.

De forma natural, el director se dirige a la grada y pregunta: «¿Queréis música lenta o rápida? De acuerdo. ¿Y un número? Sí, cualquiera… El doce? Perfecto.» Y empieza a sonar una melodía, no la identifico pero me traslado a algún lugar del África Negra. Wolfang Stange hace unas señales hacia alguno de los actores presentes y estos se dirigen al centro de la escena. Hay tres sillas de ruedas, dos personas con síndrome de Down, gente discapacitada con la movilidad muy reducida. Les acompañan algunos voluntarios. Todos forman parte de la compañía y cuando empieza la improvisación no hay nada que los diferencie.

A través de una selección musical exquisita (música balcánica, jazz, klezmer, Strauss, Brahms), el espectáculo va avanzando. Piezas cortas, algunas improvisaciones, otras no. Mucho contacto entre ellos, cuerpos que se liberan de la quietud cotidiana, silencio y disciplina. En una de las escenas un actor se dispone en medio de un círculo. A modo casi de ejercicio, se escenifica de qué manera reaccionamos ante determinados estímulos. El actor va repitiendo la frase «my name is Jason» pasando por distintos estados de ánimo: preocupación, felicidad, timidez… Me costará olvidar la fuerza y la potencia interpretativa de aquel hombre cuando interpretaba el papel de forma desesperada o enloquecida. De repente, me vinieron a la cabeza los gritos de Lluís Homar cuando hacía de Manelic en el clásico de «Terra Baixa»: «¡He mort el llop, he mort el llop!». También me acordé de los diez primeros minutos de un «Arturo Ui» en el Lliure, interpretado por Martin Wuttke. Los tres, forman parte de esos momentazos interpretativos que aparecen de vez en cuando.

La actitud convencional ante la discapacidad: la clave del éxito en este tipo de proyectos. Ni una brizna de paternalismo. Ser convencional en todo, empezando por no permitir fotos durante el espectáculo, por disponer de un espacio equipado, un espacio digno, por tener un equipo de regidores a disposición, por dirigir a los actores de forma adulta, por hacer publicidad del espectáculo, etc. En definitiva, crear ambiente de teatro. Me referí a todo esto en una columna anterior cuando reclamaba una dignificación de las representaciones escolares. Ante los niños, los ancianos y los discapacitados, la misma profesionalidad y rigor, o aún mayor.

Ser convencional también en el lenguaje. En el programa de mano leo palabras como «compañía residente», «artistas invitados», «colaboraciones», «director artístico», etc. Me quedé atónito leyendo que esa compañía de danza es residente en el Lyric Hammersmith, que podría ser como el Romea, el María Guerrero o el Arriaga.

No todo lo que se hace en Londres es mejor. No es verdad que nos lleven tanta ventaja. Si es éste el espíritu que se transmite en estas notas inglesas periódicas, me estoy equivocando. Son muy buenos en algunas cosas, en parte porque son más veteranos. Mientras escribo esto me entero de que una amiga participa en Barcelona en una representación con un grupo de discapacitados. El evento se celebra en la sala Luz de Gas, con focos a punta pala y todo vendido. Uno a uno.


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