Sangrado semanal

Nacemos sabiendo

Nacemos sabiendo. Luego, a medida, que aprendemos a caernos y ponernos de pie una y otra vez, desaprendemos lo sabido. Miro a mi hija mientras duerme. O mejor dicho, mientras intenta dormirse. La mezo. El impulso que parte de mi cuerpo se transmite, a través de mi mano, a la cuna y de la cuna, finalmente, hasta su cuerpo. Ella recibe el impulso en su totalidad. Ninguna parte hay estanca al movimiento que se produce. El impulso toma en su cuerpo forma de ola. El engranaje es tan perfecto que hay que fijarse bien para advertir que el impulso le llega primero a la pelvis y recorre su columna vertebral para alcanzar, finalmente, la cabeza. Sus extremidades responden a la ondulación con un eco perfecto.

Veo a este bebé repercutiendo orgánicamente un impulso externo sin más intención que la de dormirse y recuerdo las interminables horas de training aprendiendo o mejor dicho re-aprendiendo qué es eso de recibir orgánicamente un impulso enviado por un compañero. Rememoro la lucha por no adelantarse e imponer una trayectoria propia al estímulo externo que se recibe, por mantenerse alerta y receptivo a la vez, por no cerrarse, por no inventar, por no exagerar ni quedarnos por debajo, por responder precisa y coherentemente ante lo enviado y por ser capaz, además, de fluir en el intento.

Sigo meciendo una cuna con bebé, cierro los ojos y rememoro. Vuelvo a vivir el asombro que habitó mi cuerpo cuando, en una de tantas sesiones de trabajo de la Voz con el maestro Juan Carlos Garaizabal, descubrí que mi sacro y mi nuca eran dos relojes esféricos (así logré despertar a la consciencia corporal estas partes de mi cuerpo) que estaban, además, conectadísimas entre sí, por ser los dos extremos de una serpiente, larga y dúctil formada por mi columna vertebral.

Más de una tradición en Artes Escénicas y Danza focalizada en el movimiento corporal se ha inspirado en la libertad de movimientos del infante para devolver al cuerpo un «savoir faire» fresco y sin bloqueos, caracterizado por una cualidad ondulante y blandita, que no sabe de bloqueos, trincheras, ni de zonas cerradas al pulso vital. Todo un revulsivo contra la cerrazón anímica, los desiertos emocionales y los cotos privados de caza a la vitalidad que habitan nuestros cuerpos magullados por los sinsabores y perezosos a la hora de recordar las cosas que nos dan chispa y que mantienen conectadas entre sí a Cabeza, Pelvis y Corazón.

Escribo todo esto con lo nuevo de Pixar en la cabeza. Desde el punto de vista de las emociones, la película «Inside Out» nos cuenta cómo de doloroso puede ser crecer, haciendo que perdamos conexiones preciosísimas que generamos cuando éramos apenas bebés. La buena noticia es que los puentes rotos se pueden reconstruir. Poco importa si lo hacemos desde la emoción o desde el cuerpo porque ambos mundos están, en realidad, tan conectados como nuestras pelvis y nuestras cabezas, lo único que ocurre es que lo hemos olvidado, aunque un día, nacimos sabiendo. Por eso muevan, muevan, muevan sus cuerpecitos este verano y roten, roten, roten caderas y nucas, pelvis y cabezas para ver si logramos reconectarnos con lo que una vez fuimos: Pura alegría de estar vivos.


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