Navidad reflexiva
No parece ser totalmente cierto aquello de que fechas especiales como la navidad sean las indicadas para convertir a las personas en depósitos transitorios de bondad, invitándolas a ejercitarse en el sometimiento de sus odios, inquinas, desprecios, maledicencias, rencores, decepciones, sentimientos de frustración etc, y a dejar de maldecir contra quienes hacen algo mejor que ellas, pues ciertas opiniones sueltas, de aquellas que suelen escapar del control de quien las dice y se meten en la redes sociales y en los correos, haciendo rodar comentarios tendenciosos y descalificadores del trabajo ajeno, nos sugieren que estas épocas son utilizadas también por muchos para expresar desafectos y ultrajar la dignidad de sus adversarios, difundiendo embustes.
La época de navidad nos la han sintonizado siempre con símbolos de paz, de final de jornada, y también como un tiempo durante el cual es posible tener la paciencia y estado de ánimo necesarios para medir procesos y consecuencias, y por eso siempre hemos considerado esta fecha, una de cuyas características principales es la ruptura transitoria de la rutina laboral, y por ende, con capacidad para estimular en las personas la reflexión, porque el cuerpo y la mente se encuentran libres de algunas presiones, de gran utilidad para quien decide hacer un balance de sus actos y gestiones, si aprovecha el tiempo libre en hacer un esfuerzo mental y empieza a descubrir aquellos aspectos de la realidad, oscurecidos por los convencionalismos y los determinismos reproducidos a través de la educación.
El tiempo durante el cual transcurre el concepto de navidad, utilizado adecuadamente, es decir, desnudándose de pasiones como estrategia liberadora para entrar con éxito en un proceso reflexivo, nos puede ayudar a abandonar costumbres como la de ver la paja en el ojo ajeno, e ignorar la viga en el propio, la de no esperar que el otro termine de hablar para empezar a juzgar su discurso, la de asegurar que todo cuanto se ve existe, la de creer en todo cuanto se dice, porque lo dicen los medios masivos de comunicación, la de creer que lo de uno es lo mejor, y por ende carece de parangón, la de creer que el éxito está siempre en cabeza de los mejores, la de creer que la competencia es el mejor medio para incrementar la calidad de las cosas; en fin, si aprovechamos esta época de navidad para meditar con valentía sobre nuestros hechos (entiéndase valentía como ser capaces de reprocharnos a nosotros mismos), podemos llegar al convencimiento necesario de que somos únicos, y entender que compararnos con los demás es una forma ágil de llegar a ninguna parte, de nunca hacer algo propio, y por ende vivir en una eterna insatisfacción con uno mismo.
La navidad, no por razones de orden religioso y sí de procedimiento, por sugerir ésta la idea de tiempo para hacer conclusiones, debería ser empleada por todos para entablar un diálogo consigo mismo, y en medio de un acto de hidalguía personal, decirse cuanto tenga que decirse así mismo, e incluso someter a un serio análisis el desprecio que sentimos por otros, y el poco valor que damos a sus ejecutorias, para averiguar si dicho desprecio tiene un origen racional, porque hemos analizado sus obras y llegado a la conclusión de que son insustanciales, y están plagadas de audacias publicitarias para volverlas importantes, o, por el contrario, es una forma de expresar nuestro enfado por su éxito.
Emplear la navidad, para volver, a través de un proceso reflexivo volver objetiva nuestra percepción del quehacer ajeno, sirve para limpiar el corazón de las impurezas que terminan asilándose en el cerebro e impiden el proceso de creación, y por eso es muy importante aprovechar las distensiones de esta época para aprender a definir cuándo nuestra crítica es un acto de raciocinio y cuando lo es de despecho, porque no podemos hacer lo que otros hacen.