Críticas de espectáculos

Nerón / Eduardo Galán / 64 Festival de Teatro Clásico de Mérida

Un «Nerón» tedioso 

Continúa el Festival con esa línea de perplejas novedades teatrales foráneas coproducidas por Cimarro, que no logran evitar una sensación de artificio comercial. En esta ocasión ha sido la compañía Secuencia 3 la que ha estrenado “Nerón”, un texto moderno, alumbrado por Eduardo Galán (con la colaboración de Sandra García) e interpretado –en sus roles principales- por conocidos actores televisivos.

La figura de Nerón, de la que se sabe que existió un drama escrito por Curiacio Materno a principios del siglo I (que fue extraviado), solamente aparece como personaje secundario en dos espectáculos modernos representados en el Teatro Romano: “Agripina” -2002-, un excelente hallazgo teatral, escrito por Fermín Cabal/Eugenio Amaya, donde Nerón es interpretado por el extremeño José Antonio Lucía (con mesura, aplomo y estilo elevado y poético de su voz); y “Séneca” -2017-, una pieza atemporal situada entre lo épico y lo dramático centrada en los últimos momentos de la vida del filósofo, escrita por Antonio Gala/Emilio Hernández, donde Nerón es interpretado por Diego Garrido (que fue capaz de componer con agudeza el carácter versátil y extremo de su personaje). Pero nunca se había representado una obra teatral protagonizada por este emperador truculento de la dinastía Julio-Claudia –la estirpe de los grandes tiranos de Roma aunque la fuerza del mito haya enterrado bastante la realidad-, a pesar de ser de las pocas figuras históricas polémicas que siguen debatiéndose. Por lo que la temática de Nerón es propicia a fondo para desarrollar una tragedia o comedia con visión crítica de esa atmósfera sombría de horror, traición, brutalidad, obscenidad, inestabilidad del poder, miedo a los poderosos y de crímenes de la tiranía que son un reflejo de aquella época.

El texto de Galán/García es una pieza teatral inspirada en los textos de Suetonio (“Vidas de los doce césares”), del “Satiricón”, atribuido al epicúreo Petronio y de la novela del polaco H. Sienkiewicz Quo Vadis?” (según la versión cinematográfica filmada en 1959), con un argumento que crea una confusa mezcla de didactismo y culebrón que despista porque resulta imposible separar la realidad de la leyenda negra del personaje, considerando que la tradición mantiene que Nerón fue condenado a damnatio memoriae, un castigo que consistía en enterrar todo el legado de un emperador para que su nombre fuese olvidado.

Los autores plantean un Nerón cultivado pero vicioso y con mucho ego, que ostenta el cargo político más importante de la época. No es el de su primera etapa, instruido por su tutor Séneca (personaje importante que no aparece en la obra), sino el aconsejado por su ambiciosa y perversa madre Agripina que le inocula el ansia de poder tratando de apartarle de su inclinación natural por las artes, una etapa donde no tarda en convertirse en ese tirano responsable de muchas muertes. La pieza abusa en la narrativa histórica y en las escenas de flash-backs, y aunque los diálogos son acertados y claramente en sintonía con los personajes y los ambientes en los que discurre la historia, no han sabido mantener la tensión suficiente en todo el texto, con los giros dramáticos y de humor en los puntos exactos de la obra.

La puesta en escena de Alberto Castrillo-Ferrer, que debuta en el Teatro Romano, acusa la inexperiencia de enfrentarse a un gran espacio después de haber ensayado con los actores en otros espacios más pequeños (tal vez pensando en la gira que tienen prevista). Solamente la escenografía y algunas matizaciones de iluminación cumplieron -con acertada simbología y belleza- las expectativas de un montaje espectacular, pero a la dirección artística le fallaron los ritmos que consiguen hacer vivas, inquietantes, las atmósferas. Ritmos que en los momentos de drama o tragedia se mueven siempre en “crescendo” hasta alcanzar el clímax. La representación discurrió plana y, en casi todos los momentos, con demasiado tedio.

En la interpretación, los actores -llenos de tesón- estuvieron perdidos transitando a lo largo y ancho del espacio romano casi nulos de la “organicidad” que aquí se requiere (hasta Francisco Vidal, un maestro del método Laytón, estuvo fatal). Raúl Arévalo (Nerón) es el único que se desenvuelve mejor en un reducido espacio de su actuación, exhibiendo la tiranía y las mediocres dotes artísticas de su personaje tratado con una bisexualidad excesivamente amanerada (resulta todo un esperpento de Nerón que hace gracia hasta en los momentos más dramáticos). Los demás actores -algunos muy buenos como José Manuel Seda o Itziar Miranda– están muy desaprovechados. La caracterización física del personaje de San Pablo que hace Daniel Migueláñez no se la cree nadie. Otros grandes fallos de la función fueron las de un sonido mal acoplado y la utilización de escenas en zonas de la valva regia (que no pudieron verse desde los laterales de las caveas).

José Manuel Villafaina


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