Nieva en invierno
Un colapso en una autopista de pago se convierte en un “tema”. Tiene su miga: las predicciones meteorológicas anunciaban tormenta, nieve, problemas y nadie tomó las medidas oportunas. El resultado es un película de terror. Un sainete político. Una tragicomedia de funcionarios. El asunto es que en invierno, normalmente, nieva. Y al escribir esta palabra, me viene un sustantivo Nieva. Y me pasa por la cabeza con una rapidez inusitada mi relación con Francisco Nieva, con Paco Nieva. Con ese deslumbrante autor que hace mucho leíamos de hurtadillas, de un brillante escenógrafo que nos cautivó junto a Marsillach y su Marat-Sade de Weis, de un dramaturgo versátil, de un director sensible, de un amigo, de un amigo generoso, de una voz personal, única. De un gran artista. Y Nieva un día se nos calló. Aunque nos resuena en la cabeza un grito dado en el comedor del Teatro Real, cuando era presidente del premio Valle-Inclán y nos espetó: “No se puede ser viejo ni español”. Nieva se nos fue. Nos dejó todo, su obra plástica, su obra dramática, su obra literaria. Y a un albacea, una persona que le acompañó en los últimos años, José López Pereira.
Yo le nombraré aquí como lo llamábamos, “Porrerito”, porque empezó profesionalmente en el mundo del teatro haciendo un papel con ese nombre en la obra de Nieva, “El Rayo colgado”, que tuve el honor de llevar la producción ejecutiva en aquella recordada y nunca bien estudiada Cooperativa de Producción Teatral Denok, fundada en el tránsito político en la ciudad de Vitoria, después llamada Vitoria-Gasteiz, por, entre otros, Manu Aguilar, Félix Gonzáles Petite, Ana Lucía Billate, Juanjo Granda y muchos más. Esa obra tuvo una escenografía y vestuario diseñados por Gerardo Vera, pero por cuestiones de esas que suceden en estos ambiente, hubo un desencuentro en el camino y lo acabó terminando el propio Francisco Nieva, de ahí, digo lo de amistad, la cercanía, el trabajar durante semanas día a día, une. Y se mantuvo en el tiempo. Con las distancias propias de la vida cotidiana, profesional y hasta política.
Sigo con mi memoria selectiva, esa obra con un montaje pesadísimo de hierro, hizo muchas funciones por todo el Estado español, y fue la primera obra de Nieva que giró. Estoy hablando de 1980/81. Y recuerdo el estreno en San Telmo en Donostia, su presentación en San Javier, con temperaturas africanas, las dificultades por centímetros en Valladolid que impidieron levantar la magnífica, pero poco eficaz escenografía para la itinerancia. Y así hasta cerca de doscientas representaciones.
Hace unas semanas me encontré con José en la plaza de Santa Ana. Iba paseando a su perro. Lo encontré desvariado. La soledad debe corroer. Vivir décadas con Paquito Nieva, debe ser una experiencia imborrable. Mantener su memoria, gestionar su legado un trabajo bastante complejo. Y es aquí donde me surge una duda más que metodológica, melancólica. ¿Qué sucede con las figuras de nuestra escena cuando mueren? ¿Dónde van las obras magníficas de dramaturgas y dramaturgos cuando no pueden defenderlas directamente ante los poderes ejecutivos del momento?
A veces pienso que los herederos o albaceas por pundonor, resquemor, prevención, soberbia o alucinación ejercen de lápida sobre la autora o autor. Es una especie de doble muerte. La muerte de un autor o autora, significa la desaparición del radar de productores e instituciones. Incluso, con enfermedades largas, sucede algo parecido. Pongamos que hablo de Alfonso Sastre. Por eso cuando veo a Ángela Monleón defendiendo la figura de su padre José Monleón, siento admiración infinita. Y cuando recuerdo que Rafael Alberti parece que nunca existió, me entran ganas de jurar en etrusco medieval.
Quizás Nieva sobre mojado. Nieva se ha ido hace muy poco. Quizás hace falta una distancia de tiempo para volver a colocarlo en el circuito. Pero sus obras, recuerdo, tienen la misma enjundia que cuando estaba vivo, y el cuerpo principal de su magnífica obra general, tiene décadas de escritura, aunque algunos pensemos que siguen siendo igual de vigentes.
No entremos en rebajas culturales, aunque lo propicien los listos, las listas, los mercachifles, los iluminados sin luces y los secretarios generales. Y si nieva, que nieve. Y sobre todo, recuerdo que Nieva va bien en invierno y verano, para leerlo, para empezar y para representarlo, por dignidad.