‘Ningún hombre me llevará a la cumbre’, según Celeste González
Coincido con lo que parece decirnos el título de la última pieza de Celeste González: Ningún hombre me llevará a la cumbre y añado: ninguna mujer tampoco. El binomio hombre/mujer y el rol que cada cual implica nunca nos van a llevar a la cumbre. Si entendemos cumbre como metáfora de plenitud, felicidad… La razón es bien simple: los roles de género (comportamientos en relación), aprendidos desde nuestra más tierna infancia (como se suele decir), nos condicionan y limitan nuestras posibilidades imaginarias y fácticas. Sí, incluso nuestra imaginación se puede ver coartada por las restricciones de género.
Vamos de modernos o de posmodernos, pero en la calle, en nuestro día a día, el género sigue importando y condicionando mucho nuestras relaciones, emociones y, por supuesto, trabajos. No se trata, solo, de que vistamos de manera diferente, según seamos hombres o mujeres, salvo excepciones, sino que también solemos comportarnos de maneras diferentes.
Me da la impresión que las personas necesitamos sentirnos seguras y para ello buscamos el rebaño, el grupo. Necesitamos definirnos y autoafirmarnos y, claro, eso, al final, tiene sus desventajas. Parecernos al grupo, al colectivo, incluido el de género, implica diferenciarnos y, en cierto sentido, alejarnos de la otra. Al final, las definiciones acaban por meternos en compartimentos estancos.
En los 16 años que llevo de profesor de Dramaturgia solo he conocido a un par de alumnes (escrito así, acabado en “e”) de género NO binario. Lo cual indica que el porcentaje de personas con asignación de género binario seguimos siendo, como marca la tradición, una mayoría. Esto no sé si me alegra o me entristece. En todo caso, me hace pensar muchas cosas.
Celeste González es una mujer trans que, como artista, en el ámbito de la danza-teatro y de las dramaturgias posdramáticas, tiene la capacidad para diluir el binarismo de género. En el escenario, aquello que podemos reconocer como marcas de la feminidad o de la masculinidad se mezclan, se perturban, se desarman, se liberan…
En el escenario, es la vida intensificada sin sobreactuación, sin drama, en una indefinible amalgama de emoción estética y emoción existencial, del mismo modo que reinventa el glamour. Porque Celeste, en escena, tiene siempre mucho glamour, pero un glamour que a mí me parece que nunca se aviene con aquel que los señores del heteropatriarcado encumbran. No sé, eso es lo que a mí me parece.
Escribo sobre la Celeste escénica, no sobre la persona particular. Escribo sobre ella porque me llama la atención y me gusta su trabajo, entre la performance y la danza-teatro, difícil de clasificar.
Ningún hombre me llevará a la cumbre tematiza la transexualidad en lo que nos cuenta, sin hacer apología de nada, sin militancias, sin defensas, sin dar lecciones (ni explícitas ni encubiertas)… La tematiza también en el collage de imágenes de pinturas de mujeres del barroco, de cuerpos y pechos turgentes, de formas rebosantes, transgresoras del canon de belleza femenino actual, superponiendo fotos de pechos operados, cuadros de lactaciones con angelotes y gotas o chorros de leche que se confunden con gotas o chorros de esperma. Peces y lapas que son animales transexuales que, a lo largo de su vida, cambian de sexo y que aluden a un ecosistema del que formamos parte.
Celeste entra en escena con el pecho izquierdo descubierto, con la concha de una lapa tapándole el pezón. En un momento dado se quita esa concha y nos habla de las lapas. Con un par de conchas, como si fuesen castañuelas, toca y canta y aquello nos remite a algo tan ancestral como actual. La acción conecta el ahora con el siempre y, a la vez, lo despega de los parámetros convencionales en los que habitamos. La transexualidad o la sexualidad fluida de las lapas como algo previo a nuestras circunscripciones y costumbres. Igual que los ritmos, el canto y la danza, como algo anterior al discurso con el que definimos y decimos.
Es curioso, Celeste actúa, dice, camina, baila, canta, toca… y, sin embargo, no define, no pone límites, no nos da explicaciones, no nos sitúa ante diatribas morales, no nos induce a pensar sobre tal cuestión. Y aún así, pasa algo entre ella y el público, se genera una conexión que no es vacua.
En Ningún hombre me llevará a la cumbre la vemos caminar sobre tierra quemada, en un vídeo, arrancando las hojas de un libro, que se las lleva el viento. Sé que es el libro Regina & Celeste. Una correspondencia. Editorial Uña Rota, 2019, donde se publican los correos en los que Celeste cuenta su proceso de cambio de sexo, entre otras reflexiones vitales. Aunque no sepamos de qué libro se trata, el acto de ir arrancando hojas, en ese bosque en el que los árboles quemados están sin ellas, y que lo haga una mujer en tacones y con un vestuario que deja traslucir su cuerpo, en un equilibrio precario por las pendientes del monte y la irregularidad del terreno, resultan imágenes extrañas y poéticas.
Después la veremos caminar en tacones y descalza por el escenario, esa tierra fértil para la creación y la conexión. También la veremos bailar la Consagración de la primavera, de Stravinsky, y seremos partícipes de su ascensión a la cumbre a través de la danza y de esa capacidad para convertir el solo en un dúo con el público.
Fue en el 17 Festival Isto Ferve (Esto Hierve) del Teatro Ensalle de Vigo, el fin de semana del 12 de marzo de 2021.
P.S. – Algunos artículos relacionados:
“El FinALT. Matarile. Sonia Gómez. Begoña Cuquejo. Masu Fajardo. Mariví Martín. Celeste González”, publicado el 15 de abril de 2017.
“Teatro filosófico y pulsión escópica. El diablo en la playa de Matarile Teatro”, publicado el 25 de octubre de 2020.
“Más Daimon y menos jodida lógica. La apoteosis de Matarile Teatro”, publicado el 9 de septiembre de 2019.