Niños, teatro, recortes
Ya no podemos recortar más. Hasta los más coincidentes con las posiciones reformistas del país lo pregonan a los 4 vientos. La frágil red de compañías y salas de teatro infantil está ya quebrada y amenaza con desaparecer. La iniciativa del teatro escolar tan aparentemente bien afianzada en España, ha sido suspendida. No sólo perdemos nuevos públicos, perdemos valores y lo que es peor, perdemos la esperanza. Un bárbaro manto medieval de oscuridad y oscurantismo amenaza nuestro, tan malogrado «progreso».
Frente a esta realidad, dar clases de teatro a los niños es una experiencia fascinante. Retroalimentación y verificación continua, llena de vida y bullicio. Con ellos no puedes dar nada por sentado y cada minuto cuenta. Lo primero que presientes es que debes crear tu propia auctoritas; una auctoritas que va más allá del rol aprendido en la escuela y en la familia; una vez creado el vínculo, todo podrá transformarse. Al principio les cuesta asimilar que el teatro es un espacio en el que entrar con leyes propias. Que es un juego, pero que no podemos jugar como en otros espacios lúdicos de la vida cotidiana, aunque se les parezca. Nuestra misión consiste en enseñarles a habitar de verdad, un espacio imaginario.
La falta de concentración es claro indicador de cuando algo ya no funciona; a los niños se les nota enseguida el aburrimiento. Lo mismo que cuando les gusta algo… se pasarían el resto de su vida enganchados a ese juego. «Otra vez, otra vez», «ahora yo, por favor…» Les fascina, por ejemplo, interpretar a los animales, son hábiles reconociendo sus rasgos. Y les encantar estar en el suelo, deslizarse, reptar, saltar, rodar…. Son rápidos y pasan de una cosa a otra con mucha facilidad. Hay que guiarles en la búsqueda de lo particularidad, de lo concreto; de la precisión construida con palabras simples e ideas profundas. En la inmensidad de lo general, ellos están descubriendo el mundo y sus recovecos. Y es más: a través del teatro descubren cómo expresarlo con su cuerpo.
Les gustan mucho los ejercicios en los que saltan, corren, entran en contacto…. Pero toda esa energía deberá encontrar un cauce expresivo y ahí estamos nosotros para ofrecerles situaciones, imágenes, historias en las que creer. Aprendo a distribuir varias propuestas con distintos ritmos, en lugares diferentes del aula. Su atención mejora así como su participación.
No me gustan algunos juegos de rol en los que con frecuencia, los niños tienden a copiar modelos sociales impuestos. La transformación del imaginario heredado a la búsqueda de la propia expresividad, de sus necesidades y deseos, es fundamental. Los niños aprenden de nuestra mano a pensar por ellos mismos.
A menudo propongo que realicen una acción para que sus compañeros adivinen de qué se trata. Una niña realiza un movimiento impreciso con su mano y sus ojos brillan. No entendemos nada, pero ella se ha conectado con su tortuga imaginaria, a la que acaricia. Nadie acertó, pero me gustan estas acciones propias con un vínculo real, porque para ella, era algo muy importante. Y sobre todo, porque su imaginación ha realizado un viaje de gran valor.
Me gusta cuando se enganchan a mis piernas y no puedo caminar por el aula, cuando se cuelgan de mí y rivalizan por mi atención. Enseguida coloco mi autoestima en su sitio, y me digo que tienen que aprender a relacionarse con sus iguales con cariño y respeto. Lo mismo que cuando alguno se queja sin motivo, llama mi atención sobre una resistencia que debe aprender a vencer.
Me encanta sentir que puedo revisar mis conceptos, los por qué y para qué de la técnica actoral. Que podemos verlos crecer, fomentando su espíritu creativo y artístico. Que podemos educarlos en otros valores a través de la dinámica grupal y de estrategias expresivas no convencionales. Que les damos las herramientas para crecer libres, responsables y felices… pese a la que está cayendo.