Nise. La tragedia de Inés de Castro / Jerónimo Bermúdez / Nao d’amores
Liturgia procesal entre el Estado y el Amor
El Premio Nobel de Literatura José Saramago era partidario de un Estado Ibérico donde Portugal podría convertirse en una comunidad autónoma con el mismo rango que Cataluña o Galicia. Utopías aparte –máxime a tenor de cómo transcurre la situación política en la Iberia de hoy– la cuestión unionista ha sido una controvertida aspiración por parte de los monarcas de turno a lo largo de la Historia. Las alianzas matrimoniales han tenido constantes encuentros y desencuentros en nuestro devenir común de España y Portugal.
En el siglo XVI, el rey español Felipe II consiguió juntar Portugal y España –la unión se mantuvo desde 1580 hasta 1640 reinando Felipe IV– no sin detractores; uno de ellos, el fraile dominico Jerónimo Bermúdez, que sufrió destierro por su oposición al Rey, escribió dos textos significativos al respecto. ‘Nise lastimosa’ y ‘Nise laureada’, donde describe los hechos reales que protagonizó la gallega Inés de Castro por enamorarse del príncipe Pedro (reinó con el sobrenombre de Pedro I El Justiciero), hijo de Alfonso IV de Portugal, enemigo declarado de Castilla. Los hechos acaecidos en el siglo XIV planteaban no solo la posible unión por vía de casamiento y sucesión entre Castilla y Portugal, sino la diferencia de clase social –Inés de Castro era dama de compañía de doña Constanza Manuel que era la mujer del príncipe–, y el concubinato; vaya, todo un escándalo político y moral.
La compañía segoviana Nao d´amores ha presentado el espectáculo ‘Nise. La tragedia de Inés de Castro’ aunando los dos textos de Jerónimo Bermúdez. La directora Ana Zamora, como viene siendo habitual según sabemos por sus trabajos anteriores, ha realizado una exhaustiva investigación histórica, literaria, artística y estética para ofrecer un montaje coherente, exquisito e intenso, jugando no solo con la trama, sino con el público que se integra en la representación.
Ana Zamora ha tenido en cuenta que Bermúdez es el primer autor castellano que retoma la tragedia clásica grecolatina tanto en la temática que plasma el ejercicio del poder, como en la forma de realizarlo utilizando el corifeo –aquí lo representa un contratenor–, el coro y la exposición. Es decir, Zamora asume los materiales dramáticos originales a los que ha tenido acceso con un respetuoso sentido científico / académico, y con un tratamiento inteligente, docto y responsable; ha construido un montaje que permite numerosas lecturas y ámbitos de confrontación.
La obra, a grandes rasgos, plantea dos planos de pensamiento, el político y el pasional. En cuanto al primero, muestra al rey Alfonso IV con el dilema del uso de la razón de Estado y la justicia. Su hijo Pedro está enamorado de una dama con la que ha tenido varios hijos; el problema sucesorio le impone actuar como monarca, pero como ser humano no encuentra justificación moral para mandar matar a Inés de Castro; solo sus consejeros actúan como lobos incitando el asesinato. El rey se siente cautivo por la razón de Estado y añora “la libertad del labrador”.
En el plano emotivo, la pieza muestra el amor recíproco de Pedro I e Inés hasta el extremo de hacerla desenterrar y darle honores de reina tras su coronación. También en esta parte se plantea otro dilema, ajusticiar a los asesinos o el perdón.
Sin pretender ahondar más en la temática ni en la trama porque éste no es el foro, queda claro que la obra aborda el poder político que se contrapone al amor. A partir de ahí, se podrá reflexionar sobre otros temas: justicia, piedad, locura, venganza, legalidad, vasallaje, bien común, ética en varios estadios, sucesión dinástica, legitimidad, crueldad… ‘Nise. La tragedia de Inés de Castro’ se abre a su sinfín de hipótesis y especulaciones ideológicas, por no hablar de la cuestión literaria y documental.
Por todas estas cuestiones, y por otras que solo la dramaturga conocerá, Ana Zamora ha dirigido este formidable trabajo con un discurso abierto ofreciendo al público la posibilidad de tomar partido, al menos en el plano ideológico y mental. Que los intérpretes actúen a veces desde la grada no es una cuestión meramente estética, sino de identidad, bien formando parte de la Corte del Rey Alfonso IV, bien formando parte del pueblo llano al que apela el Rey Pedro I. En todo caso, el público queda atrapado no solo físicamente por la estructura escenográfica, sino por el relato dramático envolvente e integrador.
Y es que, tanto la poética escénica como la dramaturgia global plantean una especie de proceso donde se juzgan unos hechos y unos personajes; hay dilemas y contradicciones en unos y en otros; se requiere adoptar una postura por éstos o por aquéllos; el juego que propone la directora va más lejos de la simple diversión o del disfrute de la música o de la danza, o de una narración más o menos verídica o especulativa. El juego que se propone en esta contundente y magnífica puesta en escena requiere que el espectador participe en el rito teatral con la emoción y con criterio para tomar partido con la reflexión.
Desde el punto de vista artístico, la puesta en escena tiene todos los ingredientes, elementos y acciones superados y felizmente resueltos con el mayor grado de perfección. Los intérpretes responden a una disciplina colectiva e individual difícil de superar tanto en el aspecto expresivo corporal –coreografías en forma de diálogo, danzas guerreras a caballo, luchas personales, violencias fatídicas– como con la palabra, con el verso que llega claro y melodioso al espectador.
La música dirigida por Alicia Lázaro forma parte de la liturgia escénica para distender la tragedia y para permitir gozar de un canto coral bien definido en las voces y maravillosamente armonizado en el aspecto instrumental. El vestuario rotundo ideado por Deborah Macías evoca un medievalismo artesano con gruesas lanas tejidas formando una capa talar; la iluminación de Miguel Ángel Camacho subraya la plasticidad barroca de algunas escenas y la funcionalidad clásica. En fin, el río que nos une, la tierra que nos acoge, la campana que tañe el tiempo, las cabezas de los infantes, la elegancia del conjunto escénico hace de ‘Nise. La tragedia de Inés de Castro’ un espectáculo capaz de entusiasmar tanto a un público intelectual como a un público sencillo y popular. El montaje en la línea artística de Nao d´amores acredita la excepcionalidad.
Manuel Sesma Sanz
Espectáculo: Nise. La tragedia de Inés de Castro. Autor: Jerónimo Bermúdez. Reparto: José Luis Alcobendas, Javier Carramiñana, Alba Fresno, José Hernández Pastor, Natalia Huarte, Eduardo Mayo, Alejandro Saá, e Isabel Zamora. Asesor de verso: Vicente Fuentes. Vestuario: Deborah Macías. Escenografía: Ricardo Vergne. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Coreografía: Javier García Ávila. Dirección musical: Alicia Lázaro. Dramaturgia y dirección: Ana Zamora. Compañía Nao d´amores. Sala: Iglesia San Juan de los Caballeros de Segovia.