No es trabajo
En alemán existe una palabra: «Brullen». Si la repiten en alto y con mala hostia quizás acierten a paladear su significado. Prueben, prueben…
«Brullen» significa gruñir. En alemán, uno puede gruñir diciendo algo. Puede gruñir una palabra o una expresión. Un buen gruñido viene de dentro, de las tripas y quien gruñe fauces enseña. Cuando uno gruñe, se siente perro o loba por un momento, al sentir el hálito que ahueca el cuerpo y roza los dientes antes de salir. Un buen gruñido sólo aflora cuando el cuerpo ha temblado de rabia antes, como un volcán antes de erupcionar.
¡No es trabajo!, gruñe una actriz con una ferocidad que asusta. Nace este grito de la impotencia, de no saber explicar al otro que el teatro no es trabajo. O que, al menos, no lo es en su sentido al uso, ese que viene determinado el domingo por la tarde por la expresión: «¡Mierda! Mañana tengo que ir a trabajar. Que poco me apetece, bla, bla, bla…» (Esto último ha sido un guiño al Hamlet Mulleriano). ¿Más? Los que estamos dentro del mundillo lo entendemos a la perfección. Para los de afuera somos unos anormales capaces de vender a nuestra madre por pisar las tablas.
Una vez alguien querido me dijo, refiriéndose a un amigo músico (aunque éste alguien querido las tira con precisión, así que de refilón también me tocó la toñeja) que no podía creer que alguien fuera tan mezquino como para no acudir a una celebración familiar importante por tener un concierto en el que actuar. Mezquino es una palabra dura. De las que hieren. Me dejo temblando por aquel entonces. Pienso ahora: ¿Consideraría mezquina la ausencia a la celebración si la persona estuviera entrevistando a un mezquino presidente de algún importante país? Quiero decir que siempre hay valores en la escala y, además, las entrevistas suelen concederse entre semana y los conciertos y las bodas, suelen tener la fastidiosa manía de coincidir los findes.
Ha sido precisamente en un magazín veraniego de fin de semana donde he leído un reportaje llamado: «100 imágenes de la felicidad». En él, distintas personas, entre ellas actores y actrices, periodistas, directores de cine, escritoras, cocineros y algún que otro pensador aportaban una fotografía o imagen y explicaban en pocas palabras la razón por la que la habían elegido. Como se imaginarán, abundaban las referencias a la infancia y al pueblo de vacaciones, pero hubo algo que me sorprendió: Más de una actor o actriz eligieron las tablas. Eligieron el momento de estar sobre el escenario como momento supremo de felicidad. Algo decía alguno de ellos sobre la experiencia de conectar con 500 almas a la vez…
Estamos locos, pensé, con una sonrisa en los labios situada, esta vez, en las antípodas del gruñido.