Sud Aca Opina

No quiero crecer

-Papá, no quiero crecer.

-¿Y por qué no hijo mío?

-Es que me gusta jugar.

Ante tan sencilla, pero a la vez tan profunda declaración, ¿cómo explicarle a un niño de 5 años recién cumplidos, que el crecer no es una opción, sino una ley natural de la vida?

 

¿Cómo hacerle entender que las 2 grandes diferencias entre niños y adultos son fundamentalmente 2?

La primera radica en el precio de sus juguetes.

Mientras un niño se puede divertir fácilmente con una simple caja de zapatos a punto de ser desechada, transformada en potente nave intergaláctica, el precio exorbitante de un egoísta convertible rojo con poderosos caballos de fuerza relinchando en el motor, apenas puede esbozarle una sonrisa en los labios a su dueño.

La segunda es que el principal componente de los juegos infantiles es la imaginación virgen capaz de divertir, incluso hasta que el cansancio físico cierra los parpados de un niño desprejuiciado, mientras que la imaginación adulta contaminada de prejuicios apenas puede divertir al adulto cansado de frustraciones.

Está ampliamente demostrado como los niños aprenden jugando. Aprenden a jugar con su imaginación, a elegir el juguete, a sociabilizar para tener con quien jugar, aprenden a vivir.

Y aunque no existan estudios al respecto, y siempre habrá excepciones, creo que los adultos imaginan que jugar no es serio, eligen con criterios egoístas, sociabilizan buscando beneficios personales, están seguros que la vida no es un juego.

Afortunadamente la vida nos da segundas oportunidades. ¿Alguien podría negar que los abuelos suelen jugar con sus nietos más de lo que lo hacen sus padres?

Antes que la tecnología haya logrado hipnotizar a los cerebros infantiles aun no contaminados con un exceso de información inútil, es más probable ver a una abuela dejándose maquillar por su nieta o a un abuelo jugando a los autitos con su nieto, que ver a los padres hacerlo.

Y aquí es donde viene la justificación del escaso tiempo para compartir, de la vida estresada por tanta exigencia, del trabajo extenuante… que se hace lo que se puede, que más vale poco tiempo compartido, pero de calidad…

Es que al envejecer se vuelve a ser niños, se vuelve a recuperar el tiempo para disfrutarlo solo por estar disponible, se vuelve a dejar la imaginación fluir para guiarnos por la magia del desarrollar todas nuestras potencialidades creativas sin ambición de competencia ni triunfo, se vuelve simplemente a ser y vivir.

No es necesario un potente convertible rojo para jugar, a menos que sea para subsanar algún tipo de inseguridad disfrazada de exitismo. La felicidad no es tener más que o ser más que, la verdadera felicidad está en disfrutar de lo que se tiene y de quien se es, por supuesto, compartiéndolo con otros y mejor aún si es con los afectos cercanos.

Nunca se debería esperar a ser viejos para jugar de nuevo, nunca se debería dejar de jugar para encontrar la felicidad en las cosas sencillas de la vida.

Tranquilo hijo, tú y yo vamos a jugar siempre.

Brrrrrruuuummm, brrrrrruuuummm… tuuuu, tuuuuu.


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