El Hurgón

No se debate con cualquiera

Cuando nos atrevemos a escribir, con el ánimo de presentar a la consideración de los lectores nuestra postura sobre un tema, actividad o hecho, y a la cual hemos llegado después de recorrer un responsable camino de análisis y de comprobaciones, suelen aparecer en escena quienes considerándose aludidos por nuestro análisis, y creerse la conciencia del tema que estamos tratando, se sienten acosados intelectualmente, y ven amenazada su actividad.

Esta reacción nos lleva a pensar que quienes actúan así, o no están muy seguros de cómo conducen su oficio, profesión o afición, porque actúan más por impulso emocional que con razón, o están tan habituados a pertenecer a cofradías de elogios mutuos, que han perdido la capacidad para defender de manera personal su oficio, porque de esto se encarga la asamblea de la organización a la cual pertenecen, y ese espíritu de cuerpo que se va anidando en cada miembro de la cofradía lo hace distanciar cada vez más del concepto de diversidad, y su propósito fundamental termina siendo hacer de su verdad, una doctrina.

Nuestro objetivo, recordado siempre al momento de empezar a escribir, es incitar al debate, y no, como apuradamente, y con sentimiento de revancha, afirman algunos, destruir a alguien o algo, y por eso hemos tomado consciencia de los obstáculos egocéntricos que se interponen cuando intentamos librar una batalla teórica con quienes están convencidos de que lo suyo es una doctrina, y de que la razón acude más rápido ante quien la convoca echando más palabras al viento, y de los obstáculos de grupo, que surgen cuando quienes se sienten aludidos se constituyen en logias, con la seguridad de que si las voces se incrementan, así sólo sea para hacer ruido, la apariencia de razón, y por ende, de verdad, también crece.

El debate no es un asunto que se resuelve de cualquier manera, porque no es posible llevarlo a cabo con quienes se ejercitan en el manejo de la palabra, para convertirla en una subalterna del espectáculo, porque su misión no es trasmitir conocimiento, ni comunicar, ni explicar nada, ni siquiera contar nada, porque cuando cuentan algo, se dispersan tanto, que terminan perdidos en medio de muchos cuentos, cuyo desjuiciado aprendizaje los lleva a trocar personajes y situaciones, razón por la cual su capacidad de comprensión es directamente proporcional a su incapacidad de hilvanar ideas de manera coherente.

Tampoco es posible debatir con quienes en privado critican con severidad y alevosía a quienes ejercen su mismo oficio, y en público se deshacen en palabras de admiración y respeto hacia los mismos, y que han hecho del hablar una estrategia para la simulación, porque uno de los principales insumos para el debate es la honradez de opinión.

Pero resulta, además, un imposible absoluto convocar un debate con quienes practican el culto a la personalidad y se dedican a convertir a sus discípulos en epígonos incondicionales, marcándolos con sus gestos e influenciándolos con sus ideas, para que en el futuro se comporten como una réplica «del maestro», porque a éstos el ego les ocupa todo el pensamiento.

En fin, no es posible convocar a un debate fluido a quien solo busca aplausos y dedica por ello toda su energía, inteligencia y creatividad, si las tiene, a estudiar su manera de actuar, para impactar y hacer notar su presencia, porque esas son preocupaciones que se roban la atención que debemos tributar al mundo que nos circunda, para aprender de los demás.

Por eso, cuando escribimos, también somos conscientes de que no siempre nuestro objetivo se cumple, porque en vez de estimular el espíritu de debate lo que conseguimos es despertar la ira de quienes no están en capacidad de respondernos.


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