¿No será mucho?
¿No será mucho? Esto ya me parece una gran epidemia.
Hoy me tocó otro suicida. La vez anterior, hace un par de meses, la noticia fue ampliamente difundida por los medios de comunicación y efectivamente cubierta por un peatón hecho periodista gracias a su teléfono inteligente, quien logró captar el momento preciso en que el joven sin alas ni esperanzas, se arrojó desde un piso alto para estrellarse contra el morbo de la gente.
Claro que ahora tuve «la suerte» de presenciarlo en vivo.
Caminando por una avenida importante, a lo lejos veo el centellear de unas balizas. ¿Accidente? ¿Incendio? ¡No! Show.
Un tipo se había subido a lo alto del campanario de una iglesia, seguramente para estar más cerca de Dios, y amenazaba con emprender un corto vuelo hasta el cementerio.
El despliegue era impresionante; carros de bomberos con bomberos jugando al súper héroe, la policía tenía cerrada la avenida, lo cual me permitió literalmente caminar por la avenida, una ambulancia por si había algo que recoger y cientos de espectadores atentos «al momento». No exagero al decir que cerca de la mitad de los voyeristas estaban viendo lo que sucedía a través de sus teléfonos y que sin duda estaban filmando los acontecimientos, para al llegar a casa y poder mostrarle a sus hijos como el tipo se reventaba contra el pavimento.
Lo mejor de todo es que el show era gratuito. Todos, queriéndolo o no, estábamos en primera fila con la buena vista asegurada.
Claro que la gratuidad no era tal, todos teníamos que pagar el costo de vivir en una ciudad sobre poblada de individualidades incapaces de vivir en comunidad.
¿Y el suicida?
Después las noticias anunciaron en tono desilusionado que el joven nunca emprendió el vuelo.
Lo que más me molestó fue que ni siquiera pude pedir devolución de la entrada.
Estuvo un par de horas paseándose por el contorno del campanario posando para los teléfonos y manipulando a bomberos y policías. Se corría para un lado y los bomberos corrían el colchón inflable. Se corría para el otro y los bomberos vuelta a trabajar. Resultado final: nada.
Nada que filmar, nada que contar, nada que disfrutar, nada de nada. Por esta vez el morbo no fue satisfecho, aunque quedó tranquilo con la seguridad de que habrían nuevas oportunidades de ver un accidente vehicular, un atropellado o quizás un nuevo suicida.
¿Qué le pasa a nuestra sociedad contemporánea que se ha vuelto insensible ante la posibilidad de la muerte?
¿Ese joven al borde del campanario de verdad quería suicidarse?
Honestamente creo que no. Quien tiene la real voluntad de terminar con su vida, simplemente lo hace sin necesidad de llamar la atención. Lo de ese joven era un grito desesperado para ser considerado por esa misma sociedad que esperaba su caida como un reconocimiento a su eficiente labor de despersonalización.
Somos cada vez más habitantes apretados en las grandes ciudades y cada vez estamos más aislados los unos de los otros.
Viví durante años en un edificio de departamentos y recien pude ver a mi vecina del departamento de al lado cuando la naturaleza nos regaló un terremoto y todos salimos huyendo despavoridos. En esa oportunidad la vi pero nunca llegue a conocerla.
En lugares teóricamente aislados la distancia y la dificultad de habitar, hace que las relaciones humanas sean indispensables para sobrevivir, en cambio en las grandes ciudades es el sistema quien debería suplir esa función pero lamentablemente no lo hace.
Nos hemos transformado en el sustento de un sistema capaz de fagocitar nuestro esfuerzo, nuestro dinero, nuestras esperanzas y también nuestros sueños.
Desde siempre el arte se ha valido de la estética para denunciar dolores y hoy más que nunca se nos hace indispensable usar ese lenguaje universal para gritarle al sistema sus falencias y abusos.
La sociedad debe volver a disfrutar de espectáculos en vivo que no estimulen el morbo sino todos los otros sentidos.
El arte se paga pero una pregunta de perogrullo sería ¿Cuánto vale la vida de un solo ser humano transformado en noticia macabra?
Sinceramente espero que el próximo artículo no sea inspirado por otro suicida porque después de verlos mucho, van a empezar a ser invisibles.
MORBO: Es entendido psicológicamente como una filia, lo morboso sería lo opuesto a determinadas fobias.
Atracción enfermiza hacia lo malsano, no solo en términos físicos, sino especialmente en términos morales.
Estética morbosa es una atracción hacia lo desagradable o hacia lo malvado.