No son buenos amantes
La Administración en general y el Arte no es que sean precisamente buenos amantes. Cierto que no se puede generalizar y que hay de todo. Tampoco es cuestión de hablar de ningún caso en concreto. Muy seguramente se podría escribir prácticamente lo contrario e incluso poder ilustrarlo con ejemplos reales. Pero en general, nos son buenos amantes. La correspondencia no es igual por ambas partes. Cuando se vivió en años de mayor esplendor se hicieron muchas cosas. El dinero fluía y, más o menos, muchos estaban satisfechos. Había programación regularmente, se habilitaron redes regionales, se comenzó a viajar rompiendo aislamientos inoperantes, se articularon grupos de trabajo, se organizaron ordenes de subvención,… Se hicieron cosas…pero se cometieron errores. Algunos graves. Se generó un proteccionismo excesivo en comunidades y ayuntamientos hacia el teatro autóctono; había compañías con más peso en los despachos que en los escenarios. La programación se movía al libre albedrío… lo más caro, las «figuras más grandes» para mi pueblo aunque no haya público potencial. Otro era llenar los teatros a base de poner precios políticos, hiper subvencionados y encima no conseguirlo.
Pero la relación con el Arte, con los artistas no era de cooperación basada en proyectos artísticos. Estaba más basada en un sentido mercantilista basado en un mercado ficticio. Un mercado basado prácticamente en lo público en el 85% de los casos. Se compraba o no el espectáculo. Se hacía o no una gira. Y se hablaba también de las industrias culturales llegando a forzar a todo tipo de compañía o núcleo creativo a constituirse en empresas y en asumir unas cargas impositivas y económicas desconocidas hasta entonces.
Llega la crisis y se prolonga. Entonces aparece la cruda realidad. En multitud de casos a la Administración no le importa la Cultura, menos las Artes Escénicas. Las programaciones se derrumban. Los teatros se cierran. Los locales para el Arte se utilizan para oficinas. Los señores que cobraban 6 euros por una entrada descubren que las compañías pueden ir a taquilla y les fuerzan a ello. Se programan compañías amateur en el lugar de profesionales. El poder de decisión no está en mano de los trabajadores de la cultura. Está en mano de interventores, abogados, concejales…con mínima sensibilidad hacia el teatro o la danza, por no decir, cero. No saben nada, ni les importa (a muchos). No saben siquiera que para poner en pie un espectáculo profesional mediano se necesita la misma inversión que para comprar una licencia de taxi pero con 25 años menos para poder amortizarla. Esto sin hablar de ganar dinero.
Son tiempos para reflexionar. No es fácil pero habría que plantearse que tipo de teatro y que tipo de programaciones se quiere. Se cuenta ya con unas infraestructuras, ¿Cómo dinamizarlas?, ¿cómo trabajar desde la coordinación, cooperación y complementación? ¿Qué hace cada cual? ¿Qué es lo que hacen unos que no tienen que hacer otros? Incluso, ponerse de acuerdo en lo que tendrían que hacer todos. Y desde luego, definir qué tipo de teatro queremos. Hay que buscar soluciones y ser co-responsables con decisiones del pasado. Si a través de la Cultura se mantiene y refuerza la idiosincrasia de un Pueblo y sus señas de identidad y su lengua, el hecho cultural es algo irrenunciable. No se entiende esta apatía. ¿Hay remedio? No lo sé. Y no he mencionado el IVA. Una esperanza es la capacidad de supervivencia de las artes escénicas en las situaciones de crisis. Aunque estas sean perpetuas. Un balance demasiado pobre.