El Hurgón

No todo está hecho

La contemporaneidad no está interesada en ejercitar el hábito de preguntar, porque quienes la controlan, si es que existen controles posibles para esta época, que anda a un ritmo imposible de captar, se encuentran muy ocupados diseñando estrategias orientadas a favorecer la proliferación de datos, para mantener la sensación de conocimiento y disuadir a la gente de buscarlo por sus propios medios, y restarle autonomía al acto de estudiar y pensar.

El exceso de información ofrece una idea de abundancia, y lleva al sujeto a perder consciencia sobre la necesidad de verificar cuanto ve, escucha y siente, disminuye el deseo de crear, porque la impresión de abundancia genera al mismo tiempo una sensación de bienestar, cuyo punto de partida es la certidumbre que empieza a tener el individuo de hallar todo hecho, o a punto de hacerse, sin el requerimiento de su participación, y ofrece también una idea de holgura temporal que vuelve inapetente al pensamiento reflexivo y fortalece el lineal.

El exceso de información nos lleva a creer que nuestro papel consiste sólo en saber escoger, de entre lo hecho, aquello que nos permita aparecer ante los demás como mejor documentados.

La introducción en sociedad del deseo de encontrar todo hecho es una estrategia orientada a deprimir el interés de verificar y crear, porque uno y otra son actitudes que estorban a la inercia del desarraigo a que debe someter al ser humano todo proceso unificador de voluntad y consciencia, o globalizador, si quiere tener éxito.

La impresión de que todo está hecho es cada vez mayor, y cala hondo en la consciencia del individuo, porque se convierte en un perturbador de la creación, debilita su voluntad de trabajo, y genera una sensación de poder que lleva a éste a pensar en su capacidad de actuar sin el concurso de los demás.

Esa sensación de autonomía, sugerida por cierto aire de vanidad que experimenta el individuo cuando empieza a creer en su habilidad para actuar sin el apoyo de su entorno social, y conseguir lo que se propone, ha depravado la preocupación de preservar elementos esenciales para la cohesión social, y la responsabilidad de mantener el carácter gregario del ser humano ha quedado a cargo de la tecnología, beneficio que la misma aprovecha para invadir la intimidad del individuo, utilizando métodos sugerentes de libertad y placer, y hacerlo su cómplice y aliado en la ejecución y promoción de acciones encaminadas a crear fracturas en elementos fundamentales para la convivencia y la cohesión social como el lenguaje y la producción artística.

Se puede pensar, en aras de la comprensión, que la compresión en todos los sentidos, emocionales, comunicacionales, afectivos, etc, que genera el avance de la tecnología en la conciencia del individuo, es una consecuencia inocente, es decir, una borrasca dentro de la cual entra éste, por exceso de placer, o por descuido, pero cuando intentamos comprender la lógica de servicio que asegura ofrecer una tecnología, cuyo avance apurado impide la digestión completa de los procesos, nos preguntamos si la intención de quienes la gobiernan es mejorar la condición mental del usuario o de confundirla, pues a fuerza de dejar procesos de aprendizaje a medias, lleva al acto de pensar a un estado de indigencia.

No todo está hecho, y nunca todo lo estará; pero la impresión de que esto es así, ha disminuido la intención de crear. Prueban esto, muchos de los productos que nos ofrecen como arte, y que de él solo tienen el nombre.


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