Sangrado semanal

Nos hubiera gustado estar allí

En Bilbao, en pleno Casco Viejo, hay un bar donde los viernes se lanzan cuchillos con plena libertad. Todo el mundo tiene cabida en el Luz Gas. Impulsado por Santi SOS, personaje en vida sin complejos absolutos, este espacio nace cada viernes para morir tras haber sucedido entre copas. Un escenario esquinado con lucecitas de navidad y pegado a la puerta da la alternativa a quien desee ponerse el viernes por montera:

Bombas sexuales vestidas de rosa leen poemas eróticos escritos de su puño y letra, dandis que deberían de haber nacido un siglo antes, declaman a Bukowski mientras una grumete de 21 años pinta un cuadro con vino y coca cola. También hay profesores de universidad con sombrero de panamá. Una pelota naranja gigantesca, digna del más ochentero de los naranjitos, va dibujando recorridos en el aire, a medida que rebota en diferentes partes del cuerpo de los pobladores del tugurio. Se oyen violines, guitarras, armónicas y un kazú. Hay músicos delirantes con antifaces de dormir en la cabeza y pequeños peligros de cuatro patas con fauces gigantescas que se limitan a mascar con parsimonia una pelota de tenis.

Las intervenciones de los viernes en el Luz Gas tienen algo de risa fresca mezclada con la inocencia del espontáneo y el buen hacer de aquellos que hacen arte con cualquier cosa, a cualquier hora, en cualquier sitio y sin remilgos. Un saber hacer que recuerda al grupo Canteca de Macao cuando afirma en una de sus canciones que el arte está en la calle y que, además hay que dejarlo libre. Pues bien, esto es exactamente lo que se respira en estas veladas de principios de fin de semana: Libertad sin cortapisas ni juicios para ser, decir, cantar y actuar lo que uno quiera, desde donde quiera y cómo quiera. Quién sabe lo que será de la fauna y flora que puebla estas sesiones gaseosas cuando todo haya acabado…

En el mundo del artisteo siempre se oyen historias de los buenos tiempos, cuando se juntaban las guitarras de unos y los versos y bailes de otras y se liaban pardas hasta el amanecer. Y es entonces cuando muchos pensamos que nos hubiera gustado estar allí. Me refiero al lugar en el que se gestan las cosas antes de obtener la forma definitiva que será bien conocida para el gran público. Pienso en aquellas reuniones en las que se proclamaron las generaciones literarias o los movimientos poéticos, en aquel concierto que tuvo lugar en Woodstock una sola vez, en los Beatles cuando aún no eran los Beatles. Pienso en el concierto de la Mandrágora grabado por Sabina, Krahe y compañía allende los 80. En el tintineo de vasos y el humo denso que se escucha ondular entre canción y canción. Y en las risas íntimas entre oyentes y cantantes. Nos hubiera gustado haber pasado por allí cuando aquellas cosas sucedían. Cuando la magia se tejía ante unos pocos. Cuando aún no se gozaba del respeto del circuito que más adelante reverenciará a aquellos que ahora ni siquiera se digna a saludar.


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