Nuevas tecnologías, nuevos cerebros, nuevas dramaturgias
Tengo un hijo de 4 años que se llama Urko. Os lo presento porque fue él quien, sin querer, puso el tema a este texto. Desde los dos años, Urko tiene acceso a los teléfonos móviles y las tabletas electrónicas. Los sabe utilizar de forma básica: sabe tocar la pantalla para acceder a los dibujos animados o a las fotos y también sabe ampliar o reducir una foto con sus deditos. Es algo que, francamente, no hemos podido evitar, como no hemos podido evitar que se manche en el barro o se caiga cuando corre cuesta abajo.
Bueno, la cosa es que hace aproximadamente un año Urko se encontró por primera vez con una televisión a su altura, una televisión que podía tocar con sus manitas; algo que en casa no puede hacer, pues tenemos una tele que apenas encendemos y que está a una altura a la cual Urko no puede llegar. Aquella primera vez que se encontró con una televisión encendida al alcance de sus deditos estaba puesta la TVE1, por lo que, en la pantalla, abajo en la esquina derecha, estaba el logotipo de la cadena. Nada más verlo… ¡Urko acercó su dedito para tocarlo y desplazarlo! Pensaba que la televisión era un teléfono gigante, una gran tableta fija. No podía imaginar que un símbolo en una pantalla sirviese sólo para ser contemplado. Fue entonces cuando me di cuenta de que, efectivamente, Urko pertenece a otra generación que crecerá y madurará en un mundo rodeado por nuevas tecnologías y que eso determinará la forma en la que se relacione con su realidad.
Urko me había dado un ejemplo sorprendente de lo que en neurociencia se llama neuroplasticidad: la capacidad del cerebro para adaptarse y cambiar como resultado del contacto con la realidad y del aprendizaje. Sabemos que la neuroplasticidad no es algo exclusivo de la infancia; se trata de una capacidad que nuestro cerebro mantiene también cuando nos hacemos mayores. Y es entonces cuando empezaron a surgir una serie de preguntas en relación con las nuevas tecnologías y el teatro que me gustaría compartir a través de esta columna:
¿Cómo afecta el habitual uso cotidiano de las nuevas tecnologías en el público a la hora de percibir un espectáculo?
En otras palabras, ¿cómo afecta la continua conexión a Internet, el uso del Smartphone, de Facebook, Whatsapp o Twitter por parte de quien acude al teatro a la hora de disfrutar de una creación escénica?
Y sobre estas cuestiones, quienes hacemos teatro nos podemos preguntar: ¿Debemos encontrar nuevas maneras de comunicar, nuevas dramaturgias, para esta nueva generación de espectadoras y espectadores (de cualquier edad) cuyo habitual uso de las nuevas tecnologías ha cambiado su manera de percibir lo que les rodea y, por lo tanto, su manera de apreciar una pieza teatral?
Sobre estos interrogantes me gustaría trazar algunos de los puntos de tensión más fértiles que se pueden poner en juego cuando estamos creando teatro, este arte tan antiguo, para un público que ha incluido las nuevas tecnologías en su vida cotidiana.
Primer punto de tensión: entre la inmediatez y la prolongación. Una reflexión sobre el placer.
El hecho de que las nuevas tecnologías han acelerado nuestra forma de vida es algo que, en trazo grueso, todos podemos reconocer. Con pincel más fino, se puede concluir que se ha acortado el tiempo entre el deseo y la materialización de lo que deseamos. Si queremos oír un programa de radio, no tenemos por qué esperar a la hora en que se dé en directo, podemos bajarlo en cualquier momento de una página web. Podemos ver una serie completa en un solo día, sin esperar, como hacíamos antes, al racionamiento semanal de los capítulos. Podemos ver prácticamente cualquier película en cualquier momento sin depender de la guía de televisión mensual. Tampoco hay que esperar a volver de las vacaciones para decir a tus amistades lo bien que lo has pasado, lo podemos anunciar en tiempo real a través de Instagram.
El uso cotidiano de las nuevas tecnologías nos inculca un nuevo ritmo vital donde la rapidez y la inmediatez han ocupado más espacio. Y creo, efectivamente, que este pulso más acelerado y el ansia por instantáneo está también presente, seguramente en un grado muy diverso, en una mayoría de miradas que se sientan en el patio de butacas. Creo, por lo tanto, que las nuevas formas de contar en teatro pueden tener en consideración este nuevo ritmo vital a la hora de plantear los estímulos de un espectáculo, pues estamos ante unos ojos mejor entrenados para acoger lo que se ofrece con mayor rapidez e inmediatez.
Sin embargo, la premura y el deseo por lo inmediato entran en conflicto con el placer. Tengo que recurrir nuevamente a Urko para explicar esta fricción. A Urko le encantan los coches y le encanta ver juegos de coches en Youtube. Como seguramente sabéis, esta aplicación tiene un formato según el cual a la derecha del vídeo que uno está viendo en la pantalla, aparecen otros vídeos relacionados. Es muy fácil que Urko no acabe de ver un vídeo y pulse sobre otro vídeo, que no acabe de ver este vídeo y que ya esté pulsando otro… Cuando se activa el círculo vicioso entre su dedo índice y ese buffet libre videográfico, la ansiedad ha barrido su placer por contemplar coches y sólo le queda una suerte de adicción por ver nuevos vídeos. Es por esta razón por la que le restringimos a Urko el uso de Youtube, porque le hace entrar en un estado perverso donde la recompensa inmediata ha sustituido al goce por las cuatro ruedas.
El placer es un proceso que necesita tiempo, porque experimentamos entusiasmo y felicidad no tanto cuando se consuman nuestros deseos, sino en el preludio, en ese lapso en el que éstos están a punto de cumplirse. Eduard Punset lo explicaba a través de su perra: el animal brincaba de alegría cuando veía y olía que su amo estaba cocinando su comida, pero, tan pronto como se ponía a comer, su excitación se apagaba, su felicidad desaparecía.
La perra de Punset evidencia algo que todos intuimos: el placer que sentimos con algo es muchas veces proporcional al tiempo y al esfuerzo que ha implicado obtener ese algo. O dicho a la inversa, conseguir algo con inmediatez, sin que medie un proceso para conseguirlo, nos quita placer.
Si pensamos en la creación de espectáculos y en la dramaturgia esto implica que, si bien estamos probablemente ante unas espectadoras y espectadores que apreciarán la rapidez y la inmediatez de los relatos escénicos, también es cierto que una aceleración excesiva en el ritmo de los estímulos que componen la pieza puede restar goce a quien la observa. Puede ser útil, por tanto, pensar por oposición y que busquemos un teatro que, si bien puede recurrir a la rapidez y a la inmediatez, también arriesgue con escenas, acciones y momentos de tiempo prolongado, donde la expectativa se estira con inteligencia, para prolongar así la atención viva de quien observa y escucha.
Segundo punto de tensión: entre lo contundente y lo detallado. Una reflexión sobre la sensibilidad.
Hoy día recibimos gran cantidad de información en nuestros pequeños teléfonos móviles. En esas minúsculas superficies vemos vídeos, películas, fotografías, cuadros… El estreno cinematográfico de la semana, el álbum de fotos de la familia o el Guernica de Picasso caben en los 7 cm de pantalla. Al mismo tiempo podemos leer las noticias en los 280 caracteres de Twitter, que son poco más que un titular, sin la necesidad de leer un periódico entero. Podemos saber cómo están nuestras amistades a través de las escuetas publicaciones de Facebook, sin necesidad de recibir ninguna carta larga. Sabemos lo feliz que está nuestro vecino por el tamaño de la sonrisa que exhibe en su última fotografía de Instagram, sin necesidad de hablar detenidamente con él.
Las nuevas tecnologías nos acostumbran pues a un tipo de información sucinta que busca decir lo más importante en muy poco espacio. Privilegian lo contundente sobre el detalle, el impacto del trazo grande sobre las pequeñas pinceladas, la frase eficaz sobre el discurso razonado.
Puede parecer que este tipo de comunicación que se acentúa con las nuevas tecnologías va en detrimento del lenguaje teatral, pero creo que no es así. Las obras de uno de los dramaturgos que más admiro, Eusebio Calonge de La Zaranda, están llenas de una literatura maravillosamente concisa, que sabe concentrar grandes significados en frases que apenas tienen un puñado de palabras: «Entre la noche y el día, están los sueños», «Es un milagro que aún esperemos un milagro» o «De tanto pensar en un mañana nos hemos quedado sin presente»… son frases de obras de La Zaranda que aún recuerdo después del paso de los años. Esta manera de escribir que incluye estos potentes e inteligentes «tweets» es lo que hace, en mi opinión, la dramaturgia de Calonge tan contemporánea. No es casualidad que Calonge sea uno de los mejores twitteros teatrales de la actualidad, alguien capaz de suministrar pequeñas píldoras de pensamiento teatral en apenas una frase acompañada de una imagen.
Esta tendencia por lo escueto y lo grueso, sin embargo, no creo que entre en contradicción con un lenguaje escénico que cuide los detalles, que sepa poner en relieve los matices; no creo que la habituación a las nuevas tecnologías evite que se pueda componer la escena como si la espectadora o el espectador se fuese a quedar sólo con una primera impresión. Quien observa una obra de teatro, guarda la sensibilidad para afinar la mirada y extraer placer de cada aparente nimiedad. En La Zaranda, por seguir con el mismo ejemplo, existe una tensión bellísima entre esas frases contundentes y escuetas, y el conjunto de una obra que está plagada de infinidad de capas y pequeñas pinceladas. El equilibrio entre la fuerza de lo categórico y la sensibilidad por los detalles es una característica no sólo del teatro de La Zaranda, sino de, creo, todo buen teatro.
Tercer punto de tensión. Entre la atención cerrada y la atención abierta. Una reflexión sobre la contemplación.
Las nuevas tecnologías y, en particular, el uso constante del teléfono móvil está cambiando el tipo de atención de las personas. Pasamos mucho tiempo con una atención concentrada en poco espacio. Los tiempos de paréntesis, cuando uno espera al tranvía o al metro, o cuando alguien sale a fumar fuera del bar, los pasamos mirando la pantalla que está en nuestra mano, a menos de un metro de nosotros. Por otro lado, no es difícil ver a las personas escuchando música en el metro o andando por la ciudad, con la mirada difuminada hacia el centro de sus oídos. Creo que estamos perdiendo esa mirada abierta, ese estar pasivo, el placer de contemplar para dejar que el pensamiento fluya sin empujarlo.
Gabriele Sofia, investigador y profesor de Artes del Espectáculo en la Universidad de Grenoble, y también amigo, cree que un exceso de atención cerrada impide a las personas reaccionar adecuadamente cuando es necesaria una visión panorámica, como por ejemplo en los momentos de pánico de masas. Gabriele está elaborando un proyecto de cara a las Olimpiadas de 2024 en París, donde pretende incluir el teatro en la educación de grandes masas precisamente para entrenar la mirada abierta y panorámica, y que las personas puedan estar preparadas para reaccionar en caso de ataques de pánico masivos.
Creo, como Gabriele, que el teatro sigue siendo un arte que permite cultivar el placer de la contemplación, que nos permite elevar la mirada, abrirla, dejarla libre para que el pensamiento también lo sea. El mejor espectáculo en una pantalla que tenemos en una mano nunca puede llevarnos a ese placer panorámico que ofrece el teatro.
Cuarto punto de tensión: entre lo digital y lo vivo. Una reflexión sobre la humanidad.
Nos estamos acostumbrando a recibir el periódico, los abrazos, los besos o los chistes en dos dimensiones. Los disfrutamos cada vez más con los ojos que con el tacto o el oído. No creo que eso tenga nada particularmente malo. Uno se puede reír mucho con un «meme» inteligente y uno se puede emocionar mucho si le llega un beso de la persona adecuada a través del WhatsApp. Pero resulta evidente que asimilamos cada vez más información por los ojos y que por lo tanto lo visual tiene cada vez más peso en la manera de comunicarnos.
Esto es algo que hemos tenido muy presente en Kabia Teatro, donde los espectáculos siempre han tenido un especial cuidado por la composición plástica de las escenas. Y, sin embargo, a pesar de que muchas veces se nos define por hacer un teatro visual, siempre cuidamos que la presencia de los actores y de las actrices esté viva, que palpite, que se muestren con toda su humanidad. No es fortuito que en nuestros espectáculos siempre haya momentos donde el personaje, el actor o la actriz, se muestren sin ningún envoltorio visual y sonoro, simplemente comunicando a las espectadoras y espectadores lo que sienten o les sucede.
Creo que el uso de las nuevas tecnologías no entra en contradicción con los recursos más artesanales y humanos que tradicionalmente utiliza el teatro. Maestros en la combinación de lo ultra tecnológico y lo artesanal sobre la escena son «Théâtre de la Complicité». En aquel memorable espectáculo, «El maestro y Margarita», nos trasladaban de la Rusia contemporánea al Jerusalén antiguo con el uso brillante del videomapping, y en la escena siguiente eran capaces de sugerir cómo se asoma un personaje por una ventana con el uso de un simple palo.
Quinto punto de tensión: entre la asociación libre y superficial, y la asociación consciente y vertical. Una reflexión sobre la reflexión.
El uso de Internet y de los enlaces dentro de una misma página, nos permite viajar rápidamente de unas ideas a otras. Comenzamos leyendo una noticia de cultura local según la cual una compañía de teatro estrena una obra de Tennessee Williams; pinchamos en Tennessee Williams para recordar los aspectos esenciales del dramaturgo norteamericano; aparece entonces en esa misma página una noticia sobre Trump que ha vuelto a hacer una de las suyas; pinchamos en esa noticia, donde hay un nuevo enlace que nos lleva a las protestas del movimiento feminista de la India. Como resultado, podemos acabar con infinidad de ventanas abiertas en nuestro ordenador o móvil, con noticias y acontecimientos que pertenecen a distintos países y que abarcan diferentes terrenos desde lo cultural, hasta lo político y lo social.
Una de las descripciones más bellas de nuestro teatro la hizo un espectador en un Festival de Miami, cuando se refirió al espectáculo de «Decir lluvia y que llueva» como una dramaturgia tipo «Windows», una dramaturgia de ventanas. El espectador hacía alusión a esta manera de ir de un concepto a otro que nos ofrece Internet, pues el espectáculo no seguía una historia lineal, sino que iba asociando ideas diferentes (textuales, visuales o poéticas) en torno a la idea de un patio entre casas.
Creo, por tanto, que el uso de dramaturgias no lineales, que buscan asociaciones más libres, se adapta bien a esta nueva generación de público que hace un uso habitual de Internet, precisamente porque la navegación virtual posibilita una búsqueda de información impulsiva, que va a saltos y a golpes de azar.
Y, sin embargo, no creo que el teatro tenga que renunciar al mismo tiempo a plantear ideas en profundidad, a tomar un tema y dejar que el público viaje por él en vertical. Recuerdo el espectáculo «Distancia 7 minutos» de Titzina que tiene un comienzo precioso: desarrollan toda una serie de ideas entorno a lo que puede suceder en 7 minutos. Nos dicen, por ejemplo, que 7 minutos es lo que tarda en aterrizar el robot «Curiosity» en Marte, para acabar hablando del suicidio, pues 7 minutos es también lo que tarda una persona en morir desde que se ahorca. Era un ejemplo muy bello de cómo combinar esa asociación libre, no lineal, con una propuesta profunda y contundente.
Hasta aquí los cinco puntos de tensión sobre los cuales creo que podemos buscar equilibrios para que las nuevas formas de contar en teatro estén en consonancia con las nuevas generaciones y las nuevas tecnologías. He esbozado cinco, pero quizá se pueden resumir en uno: si el teatro ha sobrevivido tanto tiempo es porque ha sabido mantener el equilibrio entre las técnicas más antiguas y humanas de las que proviene, y las nuevas tecnologías que siempre parecen amenazarlo de muerte, sin nunca conseguirlo.
No sé qué opinará Urko de todo esto, pero ya tengo ganas de preguntarle cuando crezca y sea asiduo espectador de teatro.