Y no es coña

Nunca me duermo a la primera

¿A qué vuelta se echa a dormir el perro? A la última. El problema es saber cuándo y dónde se produce esa última vuelta o giro sobre sí mismo. Eso me pasa muchas veces cuando intento dormir mi instinto básico. Nunca sé en qué número de desagravio me entra el sueño. No pasa lo mismo en la cómoda butaca de un teatro, a veces, porque hace calor o porque hay aire acondicionado, entra una sensación de abandono del alma, de estar de cuerpo presente, pero el yo, la mente haber abandonado ese ámbito, esa escena, esa historia y estar en otro lugar. Gajes del oficio. Desmemoria.

He paseado a principios de semana por Cracovia, por la casa de Tadeusz Kantor, he visto su famosa silla, me he fotografiado debajo de ella, he tomado café en la mesa donde compartido horas con su mujer y con sus amigos. Su estudio, su cama, su cocina. Una visita institucional, acompañado por los responsables de la Fundación que lleva su nombre. Y después una visita a la nueva Cricoteca, un maravilloso edifico que se enseñorea cerca de un puente con las barandillas llenas de candados de enamorados. Un edifico singular, con una sala de teatro, una biblioteca, una zona de estudios, una librería y dos salas de exposiciones, una dedicada a su parte más visual, más pictórica y la otra donde están las auténticas escenografías, o parte de ellas, además de vídeos con sus piezas cortas que él llamaba «cricotages».

Una experiencia, dos días de inmersión en el mundo de Kantor y una sensación: en estos momentos no existe nadie que siga con su legado creativo teatral, no creó escuela, no dejó alumnos, nadie puede usar su metodología, si es que eso existe, todos los que hablan en su nombre son unos impostores. Pueden imitar remotamente su estética. Quizás a base de aprenderse de memoria los vídeos de sus espectáculos pueden empaparse de ciertos ritmos escénicos, de ciertos pasajes reiterados. Pero para desgracia de la humanidad, Kantor fue único. Hoy tiene más vida su obra pictórica. Cosas del mercado.

Por la preciosa Cracovia anduve buscando teatros y salas, y de repente me encontré con una realidad, un teatro oficial, con una programación constante y en las vitrinas de la calle la foto de todos los actores y actrices del elenco para la temporada 2015/2016. Un elenco que forma parte de la estructura, que es fijo, que trabaja con directores, que tiene seguridad. Y que se nutre de las escuelas que saben lo que se necesita. Pero en ese caminar con Lech Stangret, me enseña otro teatro, a cuatro aguas, majestuoso, y había función y estuve en la entrada viendo como la sociedad polaca acudía con sus mejores galas una noche de martes a una representación teatral en otro teatro oficial Con compañía, con estructura creativa, escuela, es decir todo.

Y esa noche dí muchas vueltas antes de dormir. Miro los programas de cultura, veo lo que piden mis compañeros, amigos, hermanos del teatro en el Estado español y me digo que vamos muy atrasados. No es posible que no existan compañías estables. No es de recibo que todavía pidamos lo obvio, lo que creíamos que nos negaba el franquismo pero que estos años de democracia constitucional nos ha privado igual. Nunca me duermo a la primera, pero ahora estoy con insominio. ¿Cómo, cuándo, quién debe proponer acercarnos a estructuras suficientes en el ámbito de las artes escénicas para que avancemos de manera segura? Nunca. Nadie lo piensa. Nadie lo quiere. Será que yo no entiendo de gestión teatral ni de políticas culturales neoliberales o posmodernas o acríticas. Ni de sindicatos de actores, ni de secretarías generales de asociaciones. ¿Qué reclamamos? Un limosna, una miseria.

Ya he podido conciliar el sueño y hasta he despertado. Y el atraso seguía ahí, expectante. Pero mi ánimo cambió, sonaba música de verbena en el ascensor.


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