Obediencia y desobediencia
Decía José Ángel Valente en su ensayo “Elogio del sofista” que “en los contextos de poder dictatorial, el condicionamiento de la opinión se produce de manera burda, impositiva, inmediata. En los contextos llamados democráticos, donde los niveles de no-libertad han de resultar a todas luces menos insufribles, el condicionamiento de la opinión no se produce de modo directo, pues el Poder actúa sobre ella no por imposición, sino por manipulación. (…) El pensamiento no conoce la obediencia como virtud. Pensar es siempre un acto de desobediencia, no solo con respecto a los contenidos que el Poder propone, sino a los que el mismo pensamiento cristaliza”.
Este ensayo, publicado hace varias décadas, en realidad no nos es extraño hoy. Como tampoco lo es lo que explica “El arte de la guerra”, de Sun Tzu; “El príncipe”, de Maquiavelo, o “1984”, de Orwell. La naturaleza del poder (o su conservación) implica “imposición” a través de un sistema de coacciones. Precisamente, para Kant el derecho necesita la coacción. Por eso, a lo largo de la historia humana el pensamiento libre (o independiente) siempre ha resultado el mayor enemigo del sistema o del poder político. Y quien se opusiera a los sistemas coactivos acabaría siendo condenado de alguna manera por sus ideas. En general, creadores, filósofos, científicos, periodistas… Personas que han sido juzgadas por sus obras, por su especial manera de acercarse a la realidad.
Por otra parte, desde principios de la década pasada hemos vivido experiencias terribles: se han producido varias guerras decisivas en nuestra historia contemporánea, se han vulnerado innumerables veces derechos fundamentales, hemos sufrido pandemias, se han quemado libros, se han condenado socialmente las obras de artistas muertos que no se han podido defender, la censura institucional ha activado sus resortes en Europa y en América, se han cancelado obras de teatro o canciones por no ser políticamente correctas con el Estado o con la monarquía, la extrema derecha ha tomado espacios políticos importantes, los gobiernos han atacado o asesinado a periodistas por no seguir las narrativas oficiales o consignas ideológicas de los partidos…
Esto, en realidad, no es nuevo. “Pensar es siempre un acto de desobediencia”, crear es un acto de desobediencia, sentir ya es un acto de desobediencia… Y maravillosa desobediencia. Pero muchas personas tienen miedo a pensar, crear, sentir en las sociedades actuales. En los últimos veinte años la libertad ha dejado de tener progresivamente el valor “sagrado” que poseía. Muchos jóvenes (y no tan jóvenes) no valoran su propia libertad como lo hacían los de hace varias décadas. Internet nos ha dado muchas cosas, pero también nos ha robado una buena parte de la libertad, de la intimidad, de nuestros criterios… Cada día alguien vende nuestros datos, nuestra vida, sin nosotros saberlo. Y no solo el Estado, porque al fin y al cabo para “él” somos una especie de “propiedad”; ahora, ya, “propiedad” de empresas privadas que se hacen ricas con nuestra intimidad. Lo que recibimos a cambio es más aceptación social, sentirnos ciudadanos globalizados del siglo XXI y no del XX, con la familiariedad tecnológica o dosis de popularidad que ello supone. Este contexto colabora para que nuestro pensamiento sea menos desobediente, para que podamos aceptar lo inaceptable y para que mucha gente sepa de nosotros sin ser conscientes de ello. Esto probablemente hubiera sido rechazado en un pasado no muy remoto, pero por desgracia parece que ya nos estamos “acostumbrando”. Sin duda esta situación favorece el control político y económico para determinados sectores poderosos de las sociedades contemporáneas.
Lo único nuevo aquí es internet y nuestra relación más íntima con las máquinas, el resto no lo es. Lo que cambia es la herramienta tan soñada por las dictaduras para crear un pensamiento único. Pero hay que añadir a la ecuación otras tendencias: el fin de la historia, del conocimiento profundo y de derechos fundamentales. Si vamos perdiendo derechos elementales, memoria histórica y la necesidad de profundizar en el conocimiento adquirido, en general seremos más obedientes, hablaremos con más miedo y seguiremos las narrativas ideológicas que nos impongan desde el exterior, sea cual fuere el medio o el bando. En otras palabras: estaremos más desprotegidos frente a los abusos y las manipulaciones del poder. Es obvio. Y parece que lo hayamos olvidado por ser tan obvio. Una paradoja más de nuestra época.
Desgraciadamente el ser humano en cierta medida, trata de censurar lo que no entiende o lo que va en contra de sus propias ideas, casi como una acción natural. Los políticos utilizan la censura a su gusto y con más o menos peores consecuencias para el pensamiento, la palabra o la obra artística.
Me llama la atención que el articulista habla solo de “derechas que censuran”, cuando todos sabemos que “las izquierdas” se especializan con mejor gusto en borrar del mapa a artistas, autores, pensamientos, palabras, ideas y obras de arte. Campos de concentración, prisión, destierro y muerte en abundancia es la huella dejada por todos los terrenos que ha pisado y continúa pisando la izquierda. De la censura nazi a la comunista no hay diferencia alguna, claro sabiendo que ambas parten del musmo núcleo. La diferencia estriba en que el nazismo ya no existe, pero por desgracia el socialismo y el comunismo persisten aún y continúan censurando a artistas y obras de arte.
Señor W. R. creo que no ha entendido bien mi texto. En ningún momento escribo literalmente lo que usted entrecomilla. Me refiero a un fenómeno más general. Si lo lee de nuevo, lo comprobará. Hablo de la censura institucional y popular que abarca diversas ideologías (tanto de derechas como de izquierdas) y que se ha producido en la última década.
El fragmento al que usted parece aludir dice lo siguiente:
«Por otra parte, desde principios de la década pasada hemos vivido experiencias terribles: se han producido varias guerras decisivas en nuestra historia contemporánea, se han vulnerado innumerables veces derechos fundamentales, hemos sufrido pandemias, se han quemado libros, se han condenado socialmente las obras de artistas muertos que no se han podido defender, la censura institucional ha activado sus resortes en Europa y en América, se han cancelado obras de teatro o canciones por no ser políticamente correctas con el Estado o con la monarquía, la extrema derecha ha tomado espacios políticos importantes, los gobiernos han atacado o asesinado a periodistas por no seguir las narrativas oficiales o consignas ideológicas de los partidos…».
Es un fenómeno global. Y leyendo su texto usted también se contradice puesto que habla solo de las dictaduras de un extremo y no del otro, no habla de las dictaduras de derechas y su enorme aparato represor, como si estas últimas fueran más blandas. Es terrible. Me extraña que omita esa parte de la realidad. En fin, señor W. R., por favor, un poco de comprensión lectora antes de opinar. Gracias.