Ocaso de un rey
Las tragedias sobre el derrumbe de un monarca o una dinastía son comunes en el teatro. Shakespeare es su principal portavoz en el teatro actual, pero los ecos de esta tendencia llegan desde la tragedia griega hasta el teatro contemporáneo. Edipo rey, de Sófocles, Becket o el honor de Dios de Jean Anouilh o El rey se muere de Ionesco son un ejemplo entre otros, porque querámoslo o no un rey nos representa, de algún modo es la imagen de una nación, una representación de las responsabilidades de un hombre ante su pueblo, sea presidente, primer ministro o rey. Su caída es una tragedia.
Nací en México, donde tuvimos una fuerte influencia educativa, cultural y social de los inmigrantes españoles republicanos que huyeron de la persecución de Franco. Soy republicano por educación, por amistad, por convicción. México rompió relaciones con los franquistas desde 1939, recibió al gobierno republicano en el exilio, y no restableció las relaciones con España hasta la restitución de la democracia en 1977. Antes de reanudar las relaciones diplomáticas el gobierno mexicano le pidió a los representantes republicanos que aun sobrevivían que dieran su autorización y reconocieran al nuevo gobierno, así lo hicieron, acto simbólico, pero significativo del respeto a las formas.
No voy a citar los nombres de todos los intelectuales y artistas españoles que abonaron la cultura mexicana. Son muchos y muy importantes, (Moreno Villa, Buñuel, Aub, León Felipe, Cernuda, y un largo etc…) lo que quiero decir es que llegaron a fortalecer e integrarse en el horizonte cultural mexicano, y yo recibí mucho de su parte en mi formación universitaria, en mi pasión por el teatro, por la literatura española, por el arte en general. Así que también soy republicano por educación.
Pero reconozco la importancia y el valor de aquel joven rey Juan Carlos I en el restablecimiento de la democracia en España. Reconozco su visión al entender la monarquía como un elemento de cohesión de las regiones ibéricas, al imponer un gobierno parlamentario, reflejo directo de las urnas para la administración y gobierno de su país. Reconozco su valor al reprimir con justeza y severidad la intentona golpista en 1981, amenaza para la frágil democracia que apenas se abría paso. Y reconozco en él al amigo de las democracias Latinoamericanas que con tanta dificultad han avanzado, muchas veces a pasos de tortuga, por no decir de cangrejo, para alcanzar su consolidación.
Por eso duele asistir a la caída de un rey, duele verlo arrebatado por las más desdichadas pasiones, tema de cualquier obra o película, duele saberlo disparando contra esos prodigios de la naturaleza tan amenazados como son los elefantes, duele verlo envuelto en la corrupción como cualquier infame mafioso y escaparse de la justicia de su país. Duele saber que olvida lo que representa y que vende su lugar en la historia en pos de bienes tristemente efímeros, cuan presto se va el placer, como después de acordado da dolor, nos dice el poeta Manrique desde hace más de 500 años.
El rey huye, abandonado por su familia, su mujer, su pueblo. El rey se muere para la historia y sólo servirá de mal ejemplo, símbolo de las tentaciones que acechan al ser humano en la cumbre de su poder. Es una historia tragicómica, un sainete que hubiéramos preferido ver en la escena de un teatro y no en el ágora de la información, con el destino de un país en juego. También nos recuerda que también los que están en la cumbre y tienen más responsabilidad son los más expuestos a las tentaciones de la corrupción y a la caída.
La tragedia es casi siempre la historia de un rey que al que ciega la hibris, por soberbia, ceguera y corrupción. La democracia se presta más a la comedia, a la farsa o bien a la tragicomedia. El caso de Chejov es singular porque anuncia la decadencia de una sociedad sin tocar al Zar. ¿Quién va a escribir la Ascensión y caída de Juan Carlos I? El peligro sería la facilidad, el lugar común, la visión partidista. Pero el drama nacional está ahí, con toda la historia del teatro como referencia para intentar comprender lo ocurrido gracias al doble de la realidad que es el teatro. También recordemos que el teatro es una forma intensa de catarsis, esa cura del alma tan necesaria en estos momentos, y que es el motor de la tragedia.
Enrique Atonal
París, 2020