Oguri, Corchero y el paisaje
Hay quien piensa en el paisaje como un conjunto visual externo, formado básicamente por la orografía, los montes, los bosques, la costa, el mar, o el paisaje urbano. Si lo pensamos como ecosistema entonces nosotros también formamos parte. Nuestro estar en un determinado ecosistema influye en nuestro ser. Modelamos el ecosistema con nuestras acciones, lo modificamos. Pero también el ecosistema nos modifica y nos afecta. Si el ecosistema se enferma, nosotros acabaremos también por enfermarnos. No sé si se trata del simple efecto boomerang o de la lógica causal más primaria. Si contaminamos la zona en la que vivimos, los acuíferos, el aire, acabaremos contaminándonos también nosotros y acabaremos sufriendo diferentes enfermedades relacionadas con esa polución. Causa – efecto. Básico.
Por falta de consciencia o por egoísmo de unos pocos, en base a las ganancias a corto plazo, esto parece que, como sociedad, se nos olvida. También como individuos, porque nuestra responsabilidad personal es fundamental.
Si lo trasladamos al terreno de las artes y, en concreto, de las artes escénicas, la atmósfera y el ecosistema, en su dimensión más física o más metafórica son también actrices fundamentales en el brillo y la transcendencia de la obra, del espectáculo. Ahí los artistas son casi canales a través de los cuales podemos sentir las energías y las fuerzas del paisaje que nos incluye. Esa es, cuando así funciona, la maravilla de las denominadas artes vivas, de las artes escénicas: cómo se conjuga en el encuentro directo, en un mismo espacio y en un mismo tiempo, un paisaje multiforme que, de repente vibra y se transforma, para adquirir una dimensión mágica y transcendental inefable. Cuanto más mágico y transcendental, más inefable e indecible, menos definible, más ilimitado.
La décima edición del festival Escenas do Cambio, de la Cidade da Cultura (Xunta de Galicia), celebrado del 3 al 5 de mayo de 2024, con dirección artística de Kirenia Martínez Acosta, nos dio la oportunidad de asistir a una programación transformadora, haciendo honor al propio nombre del festival. Dentro de ella, el lujo de poder ver a Andrés Corchero reencontrarse con Oguri, establecido en Los Ángeles (EEUU), en la pieza titulada ‘My Neighbor Sky’, en dos funciones, el 3 y el 4 de mayo, bajo los soportales de la Cidade da Cultura. Y aprovechando el viaje de Oguri, la posibilidad de que, a través de la financiación del Centro Coreográfico Galego, impartiese un curso intensivo sobre Body Weather en el Teatro Ensalle de Vigo, donde también presentó su pieza ‘Dance Comes Out Of Time’, en tres funciones, los días 10, 11 y 12 de mayo. Ecología también es aprovechar los viajes de ida y vuelta de los artistas, en este caso cruzando el Atlántico, para que no sean para una sola actuación.
Hay quien piensa que las artes vivas, las escénicas, son de naturaleza efímera. Y, en lo literal, así es: no se pueden coleccionar en una galería de arte, en un museo o en casa, esperando que se revaloricen en el mercado, como acontece con la pintura o la escultura, por ejemplo. Su carácter efímero, ligado a personas, a un espacio y un tiempo, las hace sumamente vulnerables y delicadas. De la misma manera, ahí reside todo su poderío y grandeza, porque cuando aprovechan esas circunstancias (la escucha integral en relación al ecosistema y su integración en ese paisaje, la vulnerabilidad, lo pequeño, los detalles…), entonces resultan inolvidables e indelebles.
Hasta donde sé, el Body Weather tiene mucha relación con esa escucha integral del paisaje, del ecosistema en el que nos incluimos. El cuerpo se convierte, así, en una expansión de las energías que lo envuelven, provenientes de la tierra, de la orografía, de los edificios, de los árboles, la hierba, la piedra, el clima, las personas y todos los elementos que lo rodean.
Hasta donde sé, fue Min Tanaka, maestro, bailarín y coreógrafo de danza Butho, en Japón, quien desarrolló, desde 1973, en contacto directo con la agricultura, el cultivo del Body Weather, “una práctica integral exhaustiva de entrenamiento y actuación que investiga las intersecciones del cuerpo y su entorno”, en palabras de Andrés Corchero.
‘My Neighbor Sky’ se realizó en dos días en los que estábamos bajo los efectos de una profunda borrasca, con lluvia y viento intensos. El espectáculo estaba pensado para hacerse en el Bosque de Galicia, que está en la ladera del Gaiás, el monte en el que se levanta la Cidade da Cultura. Debido a la climatología complicada se hizo en los soportales y allí asistimos a esa maravillosa transmutación en la que el agua y el viento parecían formar parte integral de ‘My Neighbor Sky’.
La manera de caminar de Corchero y Oguri, con las piernas y el tronco levemente flexionados, vestidos de traje negro y con botas de goma para el agua, catalizaban el viento, que agitaba sus ropas y ejercía una fuerza, una veces de contraste y oposición y, otras veces, al cambiar la dirección de la trayectoria, de complementariedad y apoyo. El tempo del movimiento también parecía totalmente imbuido de la atmósfera climatológica y de la arquitectura envuelta en piedra. Era muy bella la imagen de aquellos dos personajes indescifrables, con sendas piedras sujetas encima del cogote y las cabezas inclinadas. Según la posición, variaba la perspectiva y parecían dos seres con cabezas de piedra, con la lluvia horizontal como telón de fondo. Eran impresionantes las expresiones singulares de sus caras, con las miradas perdidas en algún lugar entre el aquí y ahora, el más allá y la eternidad. Unas expresiones únicas que, si no estuviesen producidas desde ese cultivo del Body Weather, podrían resultar ridículas o impostadas. También fue impresionante la combinación entre un ambiente casi místico, de resonancias existenciales, y la comicidad de algunas secuencias, desde una especie de humor blanco, basado en carreras, en las que uno perseguía al otro, y en una especie de clown fuera de los clichés a los que estamos más habituados. Dos sillas negras de madera, dos piedras, dos actores, las paredes recubiertas también de piedra de los soportales, el viento, la lluvia, los charcos en las zonas limítrofes a los soportales, nosotros rodeándolos y moviéndonos también, según ellos se acercasen o se metiesen entre nosotros. Todo ello como un paisaje, un ecosistema interconectado y osmótico. Un cosmos que fluye y donde ese fluir genera una energía especial, en una simbiosis mágica.
A su vez, uno de los aspectos más fascinantes de ver ‘My Neighbor Sky’ es que, aunque puedas percibir su dramaturgia, la estructura de la pieza y su sentido, lo más relevante es la calidad de la acción, que parece manar de los cuerpos como puede brotar la hierba en un campo. Lo más fascinante es que parece que esas calidades no provienen de algo que se ha ensayado previamente para ese espectáculo, sino que se trata de algo que ha sido cultivado en esos cuerpos y que, en simbiosis con el paisaje, brota, emerge, florece, da fruto.
Esa misma sensación me aconteció viendo ‘Dance Comes Out Of Time’ de Oguri en el Teatro Ensalle. Es una calidad que también aprecio en los trabajos de Mónica Valenciano.
Estamos en el hall de Ensalle y aparece Oguri con una escoba barriendo el suelo y el aire, en una danza que involucra todo el espacio y que, como el flautista de Hamelín del cuento, nos engatusa y nos encanta. De tal manera que esa acción aparentemente intranscendente, realizada con un objeto simple y tan cotidiano como una escoba, se convierte en un sortilegio, en un conjuro, sin, para nada, ponerle esa carga ni esa intención perceptibles. Eso sucede así… de manera “natural”. Le seguimos y entramos en la sala, donde ya tenemos una iluminación teatral que juega con el espacio moldeándolo, igual que también lo hace Oguri con sus movimientos. Luz y movimiento se articulan generando imágenes preciosas, de calidad escultórica y plástica, de calado existencial. Al comienzo continúa ese dúo con la escoba. Me recuerda al dúo de Mónica Valenciano con la fregona en ‘El lugar de los pasos perdidos’, que también pude ver en el Teatro Ensalle este año. Después, Oguri, utiliza una extraña plataforma de madera, inclinada como el ala de un tejado, aunque pueda parecer una mesa o un pequeño escenario dentro del propio escenario, y también va a utilizar un ramo de flores secas y quitarse el traje negro para quedar semi desnudo. El movimiento suele ser sostenido y genera imágenes de una calidad poética, bellas y sugerentes. Hay una musicalización del movimiento y de la acción increíbles, que se relacionan también con músicas y voces orientales grabadas, tan extrañas como elocuentes. Todo compone un paisaje y, a la vez, un viaje en los cuales calidades y texturas vienen de lejos e importan más que la estructura o la coreografía. Oguri nos prenda y nos prende, llevándonos por pasajes emocionales que se enraízan en su presencia fuera de lo común y en las imágenes e imaginaciones que genera. Igual que en ‘My Neighbor Sky’ con Corchero, no parecen piezas ensayadas sino cultivadas o sembradas en los cuerpos, que brotan en el escenario con nosotros, con nuestra mirada y nuestra empatía.
João José Silva, un alumno Erasmus, proveniente de Coimbra, que nunca había visto nada relacionado con la danza Butho, escribió un comentario en sus redes sociales, que me parece muy valioso y que me gustaría reproducir aquí: “É a primeira vez que assisti a um espetáculo deste género de dança. Fiquei impressionado com a técnica do mestre Oguri e do seu incrível domínio corporal. Cada leve movimento, combinava numa sequência extremamente expressiva e fixante para o espetador. O foco concentrava-se na apreciação do controlo corporal, na fluidez dos movimentos e na expressividade do conjunto. Uma descoberta que me encantou.” (Esta es la primera vez que veo un espectáculo de este tipo de danza. Me impresionó la técnica del Maestro Oguri y su increíble control corporal. Cada ligero movimiento se combinaba en una secuencia extremadamente expresiva y cautivadora para el espectador. La atención se centró en la apreciación del control corporal, la fluidez de los movimientos y la expresividad del conjunto. Un descubrimiento que me encantó.)
En resumen, parece importante estar y ser paisaje, esa escucha, esa simbiosis, esa transformación edificante, esa unión transcendental. Y también parece importante comenzar a valorar la permanencia y lo indeleble de las artes escénicas en su naturaleza efímera y en su capacidad para redimensionar el paisaje.
P.S. – Otros artículos relacionados:
“El antes y el después en acción. Experiencias EDC10”. Publicado el 27 de mayo de 2024.
“Mónica Valenciano y los pasos perdidos”. Publicado el 11 de marzo de 2024.