On the Concept of the Face, regarding the Son of God/Romeo Castellucci/Festival de Otoño en Primavera
Economía de la inmundicia
Es hora de ir a la oficina. El Hijo procede a los últimos preparativos antes de marcharse mientras, sentado en el sofá, el Padre, ya un anciano, ve la televisión. El Hijo se ajusta la corbata, se pone la chaqueta y verifica que lleva las llaves del coche. El Padre se caga en el sofá. Una lástima, porque es de color blanco y la excreción del Padre, más bien líquida, lo pone hecho una pena. Resignado – no es la primera vez – el Hijo se quita la chaqueta, va a la cocina y vuelve al «living» con varios utensilios de limpieza. Lo limpia todo lo mejor que puede – la caca es expansiva y ya parece que está por todas partes – y cambia al Padre de pañal. Ya limpio, lo lleva al comedor. La escena se repite, si cabe, en mayor proporción y más intensidad. El Hijo se empieza a cabrear. Lo traslada a la cama y allí se lo hace el Padre una tercera vez. Con una variante, sin embargo, y es que, aparte de expulsar lo que tiene en las tripas, derrama sobre sábanas y almohada el contenido de un recipiente lleno de deyecciones que acaba de coger de la mesilla. Al verlo, el Hijo se lleva las manos a la cabeza en un gesto de desesperación. Un gigantesco cuadro con la cara del Cristo – el Ecce Homo de Antonello de Messina – ha sido testigo mudo de la escena. El Hijo va hacia él y en él se apoya, como si lo besara, antes de abandonar el escenario. El Padre lo hace a pasitos por el lado contrario, mientras termina de vaciar su contenedor. Todo queda manchado y huele a mierda.
Hasta aquí, esta «contemplación de la cara de Dios» parece un remedo de Purgatorio, la segunda parte de la versión de la Divina Comedia que Castellucci presentó en Aviñón en 2008 y fue, tras muchos años de trabajo, la consagración de la Socìetas Raffaelo Sanzio en toda Europa. Un interior burgués, hiperrealismo a tope y exhibición totalmente desinhibida de las miserias más ocultas de la condición humana: aquí, un Hijo aherrojado por las defecaciones de su Padre; allí, un Padre que abusa sexualmente de su Hijo. Como si el director, nuevo Diablo Cojuelo de Guevara, levantase el tejado de las casas y nos dejara fisgar en su interior en el momento más inoportuno, cuando creemos que nadie nos vigila y quedamos a solas con nuestra intimidad. Y lo que contemplamos causa espanto.
Esta vivisección propia de un entomólogo es lo más apreciable de su último teatro. El problema reside, a mi modo de ver, en esas coletillas metafísicas con las que se empeña en concluir sus obras, como intentando colmar de significado unos montajes que, en su desnudez, ya hablan por sí mismos. Y aunque la conclusión de On the Concept of the Face es mucho más austera que la que da fin a Purgatorio, también requiere de un libro de instrucciones. Veamos. Una vez que Padre e Hijo han abandonado la escena, los inquietantes acordes del músico Scott Gibbons, que hasta entonces no habían perturbado la acción, vuelven a cobrar protagonismo al tiempo que las luces empiezan a oscilar espasmódicamente. Pareciera como si el cuadro de Antonello se fuese a desgarrar y hacer jirones. Y de pronto, del mismo modo que el Cristo sudó sangre en el huerto de Getsemaní, de la frente de la figura del retrato brota un líquido igual a la excreción del Padre que le empieza a correr, como si fueran lágrimas, por el rostro. Y en medio de esta calamidad, se ilumina un letrero sobre el cuadro: «You are my shepherd». Sólo que los que ven mejor que yo, también adivinan un «not» no iluminado: «You are (not) my shepherd» se podría leer. En cuarenta minutos todo se ha consumado. Las luces de la sala se encienden, los incondicionales aplauden a rabiar y el público común se dispone a salir del Matadero mientras intenta descifrar el mensaje.
Pero los hados nos lo ponen fácil. Nos informan de que, tras una pausa, habrá un coloquio con Castellucci. Y en efecto, allá está al poco rato, amable y distendido junto a sus dos actores, Gianni Plazi y Sergio Scarlatella, mientras dos empleadas de la limpieza barren el escenario, que falta hace. Se le nota a gusto, y no tenso y nervioso como le vi por primera vez en Aviñón, tras el montaje de la Divina Comedia, teniendo que bregar con ese proceso inquisitorial que son las discusiones de después del estreno en el patio de l´École des Arts, siempre a rebosar de sapos y culebras que saben más que Lepe. Éste es el momento – pensamos los presentes – de enterarse de todo. Por ejemplo, de por qué el final al que hemos asistido no tiene nada que ver con «esos jovencitos llegados desde fuera que lanzan piedras y petardos al cuadro como en un juego liberador», como dice en el programa de mano Franco Quadri, el crítico teatral de La Repubblica, añadiendo: » en una escena que para el autor no tiene nada de irreverente». Hábilmente interrogado, Castellucci reconoce que sí, que ésta es una segunda versión, distinta de la que presentó en el estreno en el festival Theater del Welt 2010 en Essen. Pero lo que no explica es el porqué de esta diferencia en la católica España. ¿Es acaso menos «irreverente»? ¿O es mucho más congruente – como a mí me parece – con la visión que nos da Castellucci de que, ahora que vivimos en una economía de la mierda, esos ríos de sangre que recorren la Biblia también se han convertido en ríos de mierda? No hay respuesta.
¿Por qué el «not» sin iluminar en el cartel final? Porque, para algunos, Cristo es su pastor y para otros no, e incluso ocurre con frecuencia que, para la misma persona, unas veces lo sea y otras no. ¿Por qué escoger el cuadro de Antonello de Messina? Porque es un Cristo joven, sereno, indiferente al drama que ocurre sobre el escenario y que mira fijamente a la sala como si intentase colegir – y juzgar – lo que el espectador piensa de ese desastre, dice el director (y sin embargo, me digo yo, esa pretendida indiferencia se contradice con la exudación final en la que la figura del Cristo parece solidarizarse con el infortunio del Padre). ¿Cuál es la actitud final del Hijo? ¿Busca amparo en el retrato y lo besa como si se tratase de un acto de contrición? Puede ser – opina Castellucci – pero también es cierto que apoya en él sus manos manchadas de excrementos. Según él, todo lleva mayúsculas, todo es y no es lo que aparenta. Al fin y al cabo, el director italiano no se ha planteado la obra como una reflexión sobre la divinidad sino como un estudio sobre el rostro humano, del que esta pieza es la primera parte. Eso sí, nos aclara que todo huele a mierda porque se echa un producto «ad hoc» en la sala.
Título: On the Concept of the Face, regarding the Son of God (Sobre el concepto del rostro, contemplando al Hijo de Dios) – Género: Performance – Concepción y puesta en escena: Romeo Castellucci – Intérpretes: Gianni Plazi, Sergio Scarlatella – Música original: Scott Gibbons – Productor ejecutivo: Socìetas Raffaello Sanzio – Matadero, Naves del Español (Madrid) – 12, 13 y 14 de mayo – Festival de Otoño en Primavera
David Ladra