Zona de mutación

Operación Clitemestra

Clitemestra es el caso paradigmático de la mujer ctónica, subterránea, símbolo del valor de lo telúrico, de la naturaleza en su pulsión esencial, frente a la razón apolínea, la estrategia (estratagema) de lo masculino. Su gesto expresivo fundamental, el grito. El grito de las mujeres del mundo podría constreñirse al de la reina griega. El detalle de su sino, la espera. Cuando niña, predestinada al esposo por venir. Ya casada con Agamenón y madre de cuatro hijos, sometida a la espera de su marido guerrero, cautivado por sus botines femíneos de otros lares. Consumada su venganza, enfrenta la postrer espera: la consumación final de los hechos en la voluntad de sus hijos, Orestes, Electra. Para usar una fórmula de Hans von Balthazar, se trata de una teodramática, un drama proporcionado a una dimensión paradigmática de dioses. Es el caso matriz resguardado en el inconsciente colectivo del conflicto de género. La brutal victimación que el hombre hace a la mujer en su ejercicio espontáneo de sus fuerzas, es redoblada en la humillación a la madre y esposa que supone la entrega de Ifigenia y el abandono del hogar, luego que la mujer lo ha dado todo al altar de la lógica matrimonial. Esto no podrá impedir luego, el furor de la venganza, la premeditación del homicidio, la inmolación de la condena pública. El conflicto extremo entre las variables que determinan lo íntimo y las presuntas razones justificadoras de lo público. El hogar versus el ágora, el amor de pareja versus el parlamento democrático, la familia versus la razón de estado. El franqueo de ‘la barra’ a través de la traición. Luego, la mujer y el hombre como depositarios de una y otra fuerza de la antítesis. Y en ese contexto, el activismo de una posición de lucha encarnado en este caso en Clitemestra. La estrategia de la mujer que sin embargo no puede sortear la impronta de su condición, en donde la lógica predestinal de nacer mujer, determina doblemente la de su presunta denegación del sello patriarcal. Esto último expresado en la apelación a una masculinización, un enfrentamiento al depredador, en su mismo terreno. Una claudicación, una concesión. Clitemestra deviene una virago y como tal, queda capturada por una prueba de suficiencia en el campo de lo masculino. La reina blandirá el ‘pelekus’, la misma arma de dos filos que usaba para cazar su marido. Y quedará estampada, como una instantánea fotográfica, de esa manera en la cerámica griega que testimonia el mito. Clitemestra no necesitará sicarios, lo hará por mano propia. Su locura fúnebre concede convivir en su mente con un hombre que ha matado desde el día que entregando a su hija, logró los vientos divinales para hacer avanzar a su ejército. En los diez años que Agamenón está fuera de su casa, Clitemestra brinda el propio cuerpo para soterrar un muerto. Su cuerpo es la matriz lapidadota de una ausencia. Cuando Agamenón retorna a su casa de Micenas, Clitemestra más que matarlo por segunda vez, sabe que se mata a sí misma. Lógica fatal. Pero el crímen no libera sino que escenifica la determinación trágica que holla los espíritus de la ‘historia passionis'[1] ,  por el que el sufrimiento no se superará nada más que poniendo el ojo en una nueva pareja, o como se dice, rehaciendo la razón de una vida en un nuevo proyecto. Si no es posible es porque el conflicto testimonia la expectativa de vida que tal proyecto suponía. El crímen de Clitemestra es una actualización del significado personal de ese proyecto que no puede olvidarse en las presuntas razones de fuerza mayor de Agamenón. El crímen es un ‘memorandum’, un acto de justicia extremo y alterno, reivindicativo en tanto en la ley no está escrito el derecho de ella, y la perspectiva entonces, es el olvido. El olvido es el caso, la desnaturalización de la culpa, la licuación de la afrenta. Esta negación de la injusticia es también un llamado a la memoria. Es interesante que en la dimensión del fracaso del derecho individual de Clitemestra subyace la erección de la política de exterminio en las razones públicas de Estado. Clitemestra bien puede ser una Madre de Plaza de Mayo que levanta la pancarta portafotos contra el Estado defenestrador, que hace de la pacificación, el reclamo de una ley de olvido.

 

[1]  Utilizo esta fórmula, ‘historia passionis’, en el sentido que lo hace Reyes Mate en su obra «Memoria de Auschwitz».


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