Opinión y castigo
Si opinas, a sabiendas de que estás realizando un ejercicio importante para abrir el debate y ayudar a impulsar el desarrollo de alguna actividad o de la sociedad misma, es porque has decidido enfrentar las molestias y los riesgos que significa hacerlo, y porque también habrás comprendido, que si ejerces la opinión sin tapujos, y con responsabilidad social, ahuyentarás la posibilidad de establecer nuevas relaciones, y perderás amistades construidas con el apoyo de la complacencia y la alcahuetería.
Una vez seas consciente de cuantas dificultades puede llegar a soportar quien opina sin cuidarse de agregar en el escrito expresiones que amortigüen la dureza de lo dicho en algunos párrafos, resulta tonto quejarte por la forma como te miren en algunas reuniones sociales quienes han sido objeto de tu crítica, y quienes están cerca de ellos, porque éstos aprovechan el momento para convertir su mirada de desprecio hacia ti en una advertencia de condena a la soledad si continuas haciéndolo, pues serás cada vez menos querido, menos saludado, menos tenido en cuenta, con cada vez menos posibilidades de acceder a prebendas, y, la verdad sea dicha, los seres humanos no estamos preparados anímicamente para recibir rechazos y seguir tan campantes por la vida, sin sufrir los daños morales provocados por la ansiedad, el estrés, el deseo insatisfecho y la perturbación de la propia identidad.
No es de fácil digestión para el espíritu llegar a un lugar adonde se encuentran personas sobre las cuales hemos expresado opiniones, y que se hallan acompañadas de otras con las cuales suponemos tener buenas relaciones de vecindad, porque desarrollamos con ellas diálogos de apariencia afectiva cuando nos las encontramos en lugares de paso, adonde no hay testigos, y ser sorprendido por estas con uno de esos recibimientos, caracterizado por una sonrisa indescriptible y cuyo significado es algo así como: ¿nos conocemos?
Situaciones como ésta suelen ocurrir con frecuencia, sobre todo cuando los acompañantes de quien ha sido objeto de una opinión desfavorable son parte de una cofradía de la cual éste es su eje central, y dentro de la cual prima como elemento fundamental para mantener la convivencia, el elogio mutuo, porque opera en ellos el denominado espíritu de cuerpo, una expresión que, en términos coloquiales quiere decir: lo que es con él, es conmigo.
En meses pasados, alguien dedicado a opinar sobre temas culturales decidió asistir, en un lugar, cuyo nombre omitimos para evitar suspicacias, a un evento al cual se sintió invitado, porque vio la publicidad en facebook, pero además, porque quien lo realizaba es un amigo con quien sorteó momentos de incertidumbre como consecuencia de uno de sus escritos, en el que éste no salió bien librado, y la posterior bulla hecha por sus compañeros de oficio, es decir, sus cofrades, para magnificar el daño moral, que según ellos, se había hecho.
Ese alguien esperaba hallar en dicho acto la posibilidad de resarcir las heridas ocasionadas por sus comentarios, porque iba con la intención de buscar un espacio para explicarle al agraviado lo inexplicable, y es que su escrito no tenía la intención de hacerle daño sino de incitarlo a la reflexión, pero cuando ingresó en el salón en donde se iba a realizar el acto fue sorprendido por quienes ahí estaban, todos ellos lectores clandestinos de sus opiniones, formando un semicírculo en cuyo centro de hallaba el amigo agraviado, y diciendo, en coro:
-Lo que es con él, es con nosotros.