El Hurgón

Opinión y Gestión no combinan

En la cátedra de gestión cultural que se ha vuelto requisito impartir en muchos escenarios académicos con la intención de instruir a quienes han decidido convertirse en parte de la formalización y civilización del sector cultural, resultaría conveniente incluir una asignatura que le permita a quien se está preparando como tal obtener herramientas útiles para aprender cómo debe interactuar con los demás gestores culturales, y con quienes administran el sector, pues dada la susceptibilidad de quienes se desenvuelven dentro de él, la prudencia, en materia de opinión debe ser un prerrequisito de comportamiento para quien decida volverse un gestor cultural.

La opinión generalmente lleva consigo comentarios que no siempre favorecen a quienes ocupan espacios de poder, y por eso opinar y gestionar son dos actos que por lo general no combinan, porque el primero puede convertirse en un obstáculo para el segundo.

En el tema cultural hay, con relación al planteamiento anterior, un ingrediente adicional, que puede hacer más notable la falta de quien opina, y es la consideración de la cultura como un tema accesorio por parte del establecimiento, porque les permite, a quienes administran el sector crear conceptos personales acerca de cómo desarrollarlo, e impedir con ciertas medidas de presión no muy visibles, que los gestores culturales los controviertan.

La experiencia enseña que en la mayoría de las veces las opiniones expresadas por un gestor tienen un peso más representativo que las propuestas que presenta, ante quienes tienen la potestad de evaluar dichas propuestas y tienen además la autorización para definir la cuantía que debe darse a cada proyecto.

Un Gestor cultural debe tener mucho cuidado sobre qué opina y acerca de quién o quienes opina, porque si se le ocurre abordar temas para cuyo análisis solo están autorizados quienes pertenecen a las élites culturales, por tener ellas la potestad de definir sobre el diseño de los mismos, pero si además lo tienta el deseo de controvertir, convencido de que está en una fiesta democrática, y no acepta con resignación la suprema verdad impuesta y promovida por estas élites, como definir qué es cultura, cómo se hace, dónde se hace, con qué se hace, para qué se hace, y cuáles gestores están autorizados para hacerlo, puede verse en serias dificultades para adelantar con éxito su gestión cultural, si estas élites expresan incomodidad por su falta de respeto a las jerarquías y al orden cultural establecido.

Aunque de las consecuencias de opinar todos saben, ningún gestor que aspira a tener apoyo se refiere a ellas, para no exponer su actividad gestora, y dicho silencio ha provocado una disminución en el debate hacia los temas culturales, y ha hecho que el diseño de la actividad cultural, con todos los calificativos que se le han puesto para hacerla aparecer creíble, no sean el resultado del estudio de los procesos culturales que se llevan a cabo en un país, para definir tendencias y necesidades sociales, sino la expresión de la voluntad y el capricho de quienes desde los escritorios imparten doctrinas en gestión cultural y les imponen a los gestores su cumplimiento.

Estos administradores culturales, que son parte de una élite cultural, y que son quienes tienen la potestad de definir qué gestión debe apoyarse, son muy propensos a sentirse desacatados con las opiniones contrarias a las suyas acerca de cómo debe ser un proceso cultural, porque dichas opiniones pueden estimular la creación de espacios para el análisis y llevar a quienes los promueven a aclarar las incoherencias de sus diseños culturales y descubrir que muchos de éstos, sino son todos, son obra de la improvisación.

Por eso, amigo gestor, piensa muy bien en las consecuencias de opinar, pero de paso no olvides que el silencio te hará cada vez más cómplice de la mediocridad, y por ende, más esclavo.


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