Otras presencias
Estamos por ver una obra de danza y damos comienzo a un ritual que todos -o casi todos- conocemos: nos preparamos y vamos hacia el lugar de la función, sacamos la entrada, quizás nos encontramos algún conocido antes de ingresar a la sala, nos ubicamos y aguardamos expectantes. Transcurre la obra, vendrán los aplausos, luego saludos, algún que otro comentario sobre lo vivenciado y todos los condimentos que esta situación de encuentro podría tener. La danza comparte con el teatro algo fundamental: se trata de una instancia escénica y presente, ya que cuenta con la co-presencia de artistas y espectadores en un «Aquí y Ahora» común. Es, sin dudas, un momento compartido.
No obstante, y desde mediados del Siglo XX la «esencia» de la danza teatral se fue trans-formando, sobre todo porque los coreógrafos comenzaron a valerse de las nuevas tecnologías para la creación. Esto no solo supuso el empleo de proyecciones, pantallas, filmaciones, etc. en las obras, sino que trajo aparejado cambios sustanciales a la hora de concebir el arte coreográfico. Si bien el formato escénico/espectacular se mantiene hasta la actualidad, nuevos nuevos géneros danzarios -como el cinedanza o el videodanza- proclamaron su emergencia. Un detalle, tanto el cinedanza como el videodanza hacen alusión a obras pensadas desde y basadas en el lenguaje coreográfico y no a la mera incorporación del mismo dentro de una trama audiovisual convencional.
Ahora, ¿Qué implica que estas nuevas manifestaciones no refieran a lo netamente escénico/teatral es decir, presente? La danza que se filma, la danza que se edita… ¿sigue siendo danza?
Las opiniones al respecto, como de costumbre, son encontradas. Algunos defienden la presencia y legitimidad de nuevos dispositivos para concebir el lenguaje del cuerpo en movimiento; otros, arguyen que solo se trata de nuevas expresiones del arte audiovisual pero que no llegan a ser «danza propiamente dicha». En el medio de estas opiniones opuestas, los matices.
Aunque la era digital mantiene vigente y pone en relieve tales discusiones, debemos remitirnos a la historia para comprender ciertos giros fundacionales. La Danza Teatral Occidental tuvo una crisis «esencial» en los años ’70 a partir de una tendencia que se autodenominó Posmoderna* (Postmodern Dance) y que fue creada por un pequeño grupo de coreógrafos discípulos de Merce Cunnigham: la «Judson Church».
Siguiendo el espíritu revolucionario de su maestro -mas no sus postulados-, los integrantes de La Judson llevaron adelante una nueva revuelta en la danza y actualmente son considerados los representantes de «la vanguardia» en el arte coreográfico occidental.
Partieron de una premisa central: «Si la danza es movimiento, todo movimiento es danza». De esta manera, lo que se estaba elevando era un cuestionamiento a los fundamentos de la misma como lenguaje autónomo, pues si todo movimiento era susceptible de ser danza ¿Qué era, entonces, la danza? ¿Cuál era especificidad?
Así, lo que estos jóvenes coreógrafos ponían en tela de juicio era la identidad de la danza como tal. Y fueron aún más lejos: si cualquier movimiento podía ser danza, cualquier persona podía ser un bailarín. De este modo, las nuevas consignas de La Judson dieron lugar a la incorporación no solo de movimientos cotidianos en las obras -como sentarse, barrer, caminar, saludar- sino también de cuerpos cotidianos y ya no entrenados.
Sea como fuere, los Posmodernos instalaron una pregunta hasta entonces inédita: ¿Qué es la danza? O mejor, ¿Hay algo que pueda considerarse «La Danza», con mayúsculas?
Más allá de las diversas respuestas que este cuestionamiento suscitó a lo largo de los años, lo importante a rescatar aquí es la pregunta en sí, la cual sigue abierta y sigue generando nuevas e inesperadas contestaciones. En este sentido, los actuales abordajes digitales se hallan en pleno derecho de defender su «estatuto» de danza aún cuando no incorporen el factor presencial como constitutivo del lenguaje coreográfico.
Si bien la enorme diversidad que presenta la contemporaneidad no admite premisas absolutistas ni definiciones clausuradas sobre qué es danza y qué no, esta misma situación de indefinición amerita -por parte de los hacedores y coreógrafos- reflexiones más profundas y justificaciones más logradas acerca de lo que están proponiendo a su público, sea presencial o remoto. Quizás esta es una de las «salidas» más rápidas al estado incierto -y por ello conflictivo- de la danza contemporánea, pero sin duda, no es la más fácil.
* Posmoderna en un sentido cronológico más no ideológico. Los posmodernos pretendían recalcar el haber superado la modernidad.