Críticas de espectáculos

Otro Fausto más/Cuarzo Blanco

Un personaje seducido entre dos mundos –entre el “real” y el “espiritual”– suele ser, en esencia, tema atractivo para la humanidad y mito de múltiples posibilidades para el teatro. Este es el caso de la escritora puertorriqueña Adriana Pantoja que nos ha presentado “Otro Fausto más” –así sin más, sin mucha pretensión, versión libre del clásico. El estreno se realizó el fin de semana del 6 al 9 de abril en el Teatro Coribantes (cada vez más adelantado y acogedor) en la avenida “Ponce de León” esquina “Nemesio Canales”, en Hato Rey, Puerto Rico.
La compañía Cuarzo Blanco presentó este nuevo “Fausto” que, para nuestra sorpresa, es joven y, también, escritor. La trama despega con una escena romántica entre “Fausto” y su musa. Ella, maquillada y vestida de otra cosa, rompe el realismo imperante en escena pero decididamente sostiene el vínculo eros que sirve como punto de partida para “una historia de amor”.
Sin embargo, no lo es. Este otro “Fausto” no es una historia de amor. O si lo es, es sólo en parte, ya que la trama se enreda a raíz de las pasiones furiosas del artista. Éste sufre frustración ante su proceso creativo. Su mejor amigo y su bondadosa empleada doméstica le sirven de estímulo recordándole el éxito de sus dos publicaciones literarias anteriores, pero la fascinación infatua de “Fausto” por adquirir fama inmediata le carcome. Entonces aparece Mefistófeles –interpretado por una fémina– con quien negocia su éxito a cambio de su “esencia”.
A diferencia de otros “Fausto”, éste da por sentado que en 24 días logrará efectuar su ambición total. Publicaciones, fama y fortuna. Así que pacta su vida por 24 días de fortuna. La trama adelanta y Fausto devora su humanidad sensible y deja a flor de piel un desalmado soberbio. Intimar con su musa no le vale pues ella opera en el espacio de “libre albedrío” y no se deja poseer pero tampoco le posee. Finalmente, la soberbia del joven escritor no le permite llegar a ninguna parte; su propia ambición lo traiciona. En el momento en que Mefistófeles regresa por su “esencia” la musa divina reaparece y sostiene un diálogo de lucha contra la Mefisto. “ Fausto” entrega su mano a la musa y parte con ella, liberado.
A los espectadores boricuas esta obra nos aporta dos elementos: el logro del espectáculo escénico y el punto de vista sobre juventud y escritura. Primero, el espectáculo o montaje escénico consigue íntegra armonía. La escenografía de Joselo Arroyo recurre al elemento justo y establece un ambiente sobrio junto con el vestuario de Efraín Rosa.
Estos elementos nos ubican en tiempo contemporáneo y crean una atmósfera oscura a la vez. La música incidental (Chenan Martínez) y la iluminación (Yasmín Rodríguez) mantienen un tono místico y misterioso, además logran equilibrarse eficazmente entre lo real y lo poético, sin pasarse de la raya en momentos mefistofélicos. El maquillaje de fantasía de Marie Hernández definitivamente es sencillo, pero mantiene la estética mesurada y sombría que organiza todo el espectáculo; estética ya distintiva de la directora Adriana Pantoja.
Completan el juego armónico los actores, que constataron unidad de estilo en la escena –cosa complicada cuando de dos mundos se trata. Vimos vívida interacción entre ellos. El obstáculo principal en este tipo de obra es, claro está, conseguir conmover en estilo realista y combinarlo con la presencia de seres “espirituales”.
José Eugenio Hernández logra vencer exitosamente este obstáculo en el papel de Fausto. Interpretó con realismo y verdad escénica; desplegó voluptuosa fuerza interior ante la furia y perturbación soberbia; interpretó adecuadamente desespero-locura y nos creímos sus diálogos con los seres espirituales. Un trabajo limpio el de José Eugenio.
Nancy Millán, por su parte, caracterizó brillantemente a un ama de llaves con los pies en la tierra. Su presencia escénica resultó generosa y repleta de chispa; sus matices oscilaban ricamente entre lo cotidiano y lo sublime. Junto a ella, Javier Ortiz caracterizó con éxito a un hombre sesentón, el mentor de “Fausto” y enamorado de la sirvienta.
Nancy Millán y Javier Ortiz conectaron químicamente y añadieron alivio a la tensión dramática en una leve subtrama amorosa.
José Brocco se proyectó sumamente cómodo en su papel del amigo; supo lucir elegantemente la ropa de colores cálidos e interpretó el valor de la amistad incondicional con una frescura casi inexistente hoy día. Carmín Boisolie jugó apropiadamente el breve pero intenso personaje de la única chica “real” del drama; supo moverse entre suave e intensa.
Finalmente, ambas actrices del “otro mundo” se enfrentaron con igual pasión ante la escena. Xiomara Rodríguez lució su diáfana y potente voz como Mefistófeles; abonó con capacidad histriónica y recurrió a movimientos clásicos representativos de la seducción y lo diabólico. La musa, Sahyly Yamile, se desplazaba con suavidad convirtiendo la escena en una atmósfera etérea; cuando no, provocó melancolía, fiereza y tono angelical. Sin duda, un conjunto de actuaciones equilibradas.
En cuanto al tema de juventud y escritura este “Otro Fausto más” nos presenta a manera de complicación el que un escritor procure éxito inmediato. Madurar en la escritura, según el texto, requiere tiempo. La juventud, tan sobrevalorada en nuestros días, se convierte aquí en víctima. Y la soberbia, en arma mortal.
De esta forma el drama nos deja varias invitaciones implícitas y es a hacer del talento un oficio (y no un show para presumir), a gozar de los amigos y respetar a nuestros mentores o guías. Por otra parte, metatextualmente, esta obra teatral hace justicia a los artistas que aún siendo jóvenes, como la propia autora, llevan largos años de constancia, sacrificio y silencio… es decir, a los artistas de oficio.
Celebremos esta producción seria y digna.
La regiduría y asistencia de directora fue de Ingrid Baldera; utilería de Julio Natal y José Toro; realización de vestuario Teresita Martínez, y Zeb McClure, el sonido.
Rayza Vidal (dramaturga, directora y productora artística)


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