Palabras-iceberg
Es conocida aquella anécdota de Stanislavski dirigiendo a un actor en estos términos: «¿Acaso no siente usted el ritmo de esta escena? ¡Usted está parado en un ritmo equivocado…!». Al actor que era la diana de esta indicación, al bueno de Toporkov, se le cayeron los anillos. Su acción era estática, simplemente debía estar quieto, vigilando que uno de los personajes no subiese a un tren. ¿Qué significaba eso de «estar parado en un ritmo equivocado»? Ante la impotencia, y a pesar de una larga experiencia acumulada en los escenarios, Toporkov tuvo que admitir su ignorancia: «Perdóneme, señor Stanislavski, pero no tengo ni idea de lo que es el ritmo». Toporkov sí sabía lo que era el ritmo cuando se asociaba a la música, quizá también cuando se aplicaba a una obra de teatro, pero desconocía con qué sentido lo estaba utilizando Stanislavski en aquel momento. Y es que con «ritmo» Stanislavski pretendía incidir más allá de lo rápido o lento que se puede hacer una acción. Era una palabra que quería ser muchas a la vez: organicidad, viveza, acción verdadera, naturalidad en las circunstancias dadas, tensión y relajación justa… Ritmo. La palabra por el todo.
El «ritmo» de Stanislavski no es una excepción. Los grandes maestros de la interpretación tienen sus propias palabras-iceberg, términos que esconden bajo una aparente sencillez un complejo ideario sobre el oficio del actor. Escuchamos decir a Michael Chéjov: «Las atmósferas son para el actor comparables a las teclas en el músico. Son su medio de expresión». A Meyerhold: «El actor que haya encontrado un escorzo [raccourci] físico a su personaje, dirá su texto con corrección». Barba: «Las acciones deben ser reales, aunque no necesariamente realistas». O a Anne Bogart, cuando antes de comenzar una escena improvisada, nos aconsejaba «simplemente estad presentes». Atmósfera, raccourci, acción real, estar presente, ritmo. Palabras-iceberg ante las cuáles sólo una cosa es segura: si se toman literalmente como un remedio actoral mágico, desde su significado más simple y superficial, el naufragio es seguro.
En la vida cotidiana sospechamos de las palabras que engendran más de una acepción. Sabemos que entre su ambigüedad se cuelan fácilmente los malentendidos, los engaños, el desencanto. Con frecuencia buscamos la expresión exacta, la que no dé lugar a equívocos, aquella que se acerque a la ecuación «una palabra igual a un significado»; pero siquiera entonces las palabras no son sino una aproximación imperfecta de comunicación. Aunque nos empeñemos en lo contrario, las palabras son parturientas de múltiples significados, cuya vida nos pertenece a medias. Y sin embargo, lo que en el día a día tiende a ser foco de problemas, en materia de arte escénico puede ser foco de estímulos. Ahí la polisemia de ciertas palabras incita a la exploración, a desgastar tus zapatos por el camino abierto por otros, a descubrir por méritos propios.
Escribo todo esto en medio de un proceso de creación donde intentamos descubrir el «tono» adecuado en el inicio del espectáculo. La palabra «tono» no es mía. La utiliza Jokin Oregi, quien ha elaborado la dramaturgia. Cuando trabaja, Jokin habla frecuentemente del «tono»: si el borrador de un texto tiene un buen «tono»; si una escena tiene el «tono» justo; la dificultad de lograr el «tono» idóneo… Jokin habla de «tono», pero en realidad quiere referirse a muchos otros aspectos. Al menos esa es mi impresión. Escucho «tono» en su boca, y entiendo que apunta al ritmo de una acción, a la relación del personaje con el espectador, a la manera de interpretar; que apunta, en definitiva, a ese entramado secreto que hace que una escena funcione.
Curiosamente, si uno lee la anécdota con la que he abierto la columna en el libro de Toporkov, se encuentra con el siguiente fragmento como introducción al concepto de ritmo: «Antiguamente en la jerga teatral se usaba mucho la palabra «tono». Había un «tono» para el papel, había un «tono general» del espectáculo, y el actor podía o no estar en ese «tono». (…) En el fondo nadie entendía (…) qué cosa era este «tono del espectáculo».
Ya ven. Casi cien años después seguimos transitando por los mismos lugares y aún quedan misterios por desvelar. ¡Afortunadamente!