Palabras ¿monstruos o aliados?
Para algunos las palabras son monstruos indomables, traicioneros, venenosos. Y la escritura una tortura, un castigo. La sola idea de tener que escribir produce terror y otras enfermedades psicológicas que se materializan en el cuerpo. Hay personas que no duermen, que se trasnochan ante la inminente llegada del día pactado para la entrega de esas reflexiones escritas que se comprometieron a realizar. Esas personas, a veces son los jóvenes estudiantes de teatro, que ante la idea de tener que sentarse ante la pálida hoja en blanco, sienten que están siendo arrojados por un precipicio sin fondo, lo que prolonga el tiempo en una eternidad donde la incertidumbre, respecto a cuando pasará el totazo contra el piso, no es resuelta.
Otras veces son los dramaturgos y escritores quienes sufren de ataques de pánico, de ansiedad y de dolores en el alma, es decir, en el cuerpo, porque no se les ocurre con qué palabra empezar. A estos seres mortales, tan humanos como los aprendices de cualquier oficio, aunque algunos se obsesionan con la idea de su propia inmortalidad y con la belleza de su reflejo en la mirada de los otros, de vez en cuando les ocurre aquella parálisis mental y física, ante la aparición de ese espectro vacío, la hoja en blanco, donde se sabe de antemano que todo podría caber pero que en principio es una manifestación de la nada. La nada convertida en una anaconda que ha clavado sus mandíbulas en la mente del escribano, y que paraliza a su presa mientras la estruja con pasión, hasta asfixiarla.
También hay personas que no pueden comprender su existencia sin masticar, engullir y digerirla en palabras. Los que necesitan escribir a pesar de sus derrotas, tristezas y fracasos. Los que escriben cuando tienen miedo, cuando están enamorados, cuando son felices, cuando perciben una injusticia y deciden escribir para intentar cambiar el mundo, aunque en el fondo saben que no. Los que escriben por necesidad de desahogo y porque en esas palabras intentan reconocerse, recordarse, no perderse. Los que escriben diarios, sueños, notas, listas, mensajes. Los que escriben porque no quieren ser escritores famosos, sino que buscan estar en paz consigo mismos, pues saben que las palabras construyen y modifican el yo y nuestra percepción de la realidad. Las palabras hacen cosas en nosotros, nos afectan. Y por eso pueden ser monstruos o aliados, y la escritura un infierno o un paraíso.
Domingo 27 de noviembre del 2002