Palabras para pensar diferente
Hace unos años Peter Gordon, investigador del comportamiento de la Universidad de Nueva York, publicó un asombroso estudio sobre la tribu de los Pirahã. Según sus pesquisas, este pequeño clan amazónico de no más de 200 miembros posee uno de los lenguajes más peculiares y simples del planeta. Su alfabeto consta de sólo tres vocales y ocho consonantes, carecen de pronombres, oraciones subordinadas, tiempos verbales y, lo que resulta más sorprendente aún, apenas tienen palabras para los números.
Intrigado por esta falta de números en su vocabulario – a excepción de palabras que designan «uno», «dos» y «muchos» –, Gordon trató de comprobar si estos indígenas podían contar cantidades superiores a tres. Para ello puso en marcha diversas estrategias, instándoles a contar una gran variedad de objetos en diferentes situaciones, pero todas llevaron al mismo resultado: más allá del número tres, los Pirahã no sabían contar. Les daba igual cuatro que seis, cinco que diez, siete que muchos. Visto que sin tener palabras para los números a los Pirahã les era imposible contar, Gordon concluyó que, puesto que el lenguaje permite distinguir unas cosas de otras, éste afecta sustancialmente a la manera en la que el individuo percibe la realidad.
Dicho descubrimiento añade una nueva perspectiva sobre cómo piensa el ser humano. Si habitualmente se afirma que el pensamiento se articula y expresa gracias a las palabras, según el estudio de Gordon, también habría que pensar a la inversa, es decir: el tipo de palabras que se posee afecta significativamente a la forma de pensar. Así como un bosque determina el tipo de animales que pueden vivir en él y, al mismo tiempo, los animales alteran la biología del bosque en el que viven, palabra y pensamiento conforman también un ecosistema en el que ambos se influyen mutuamente. Dime qué piensas y te diré cómo hablas, pero también dime qué tipo de palabras habitan tu cabeza y te diré cómo piensas.
Asumiendo que las palabras son una de las materias primas con las que se elabora el pensamiento, uno puede formularse las siguientes preguntas: ¿Qué tipo de palabras escucho habitualmente? ¿Son palabras que recriminan? ¿Palabras que exigen? ¿Palabras que intentan vender? ¿Son palabras descriptivas, mecánicas, sin vida? ¿ O tal vez palabras que apenas disimulan el pálpito emocional que llevan dentro? ¿Escucho palabras poéticas que ocultan un doble filo? ¿Escucho quizá palabras que descubren nuevos conceptos? Responder a estas preguntas puede ser un ejercicio esclarecedor, pues es muy probable que nuestro pensamiento se esté elaborando en función de todas esas palabras que inadvertidamente se instalan dentro de nosotros.
Si ampliamos el zoom y pensamos en términos sociales, la cuestión nos conduce a lugares tenebrosos. Resulta que los periódicos más leídos son los deportivos, las revistas más vendidas las del corazón, y los programas de mayor audiencia los de cotilleo más chabacano. Vivimos en una población que escucha muchas más veces la palabra «gol», «árbitro» o «exclusiva» que palabras como «expresión», «cambio» o «comunicación». Es más fácil oír hablar de cirugía estética o de ruptura matrimonial que de modelos de felicidad o tendencias de pensamiento. Y por su puesto, las palabras que conducen a una descalificación superficial son muchísimo más frecuentes que aquellas que invitan a la reflexión. ¿Qué podemos esperar pues de una sociedad que es mayoritariamente alimentada con este tipo de palabras?
A menudo escucho que la palabra en teatro tiende a distanciar a los espectadores, pues cuando va cargada de su particular retórica y poética, se vuelve un lenguaje demasiado diferente al que la gente está habituada a escuchar. Es cierto. Ni en el cine, ni en la calle, ni siquiera en una lectura poética, se escuchan las palabras tal y como se vierten en un teatro. En mi opinión esta cualidad de la palabra en teatro más que distanciar al espectador, lo acerca. Lo acerca a un lugar donde las emociones y los pensamientos se expresan de una manera particular. Y donde, haciendo el recorrido inverso, las palabras y la forma en la que éstas son dichas, invitan al espectador predispuesto a pensar de otra manera. Lo cual, dadas las circunstancias, con la paradoja de estar obligados a desarrollar nuevas líneas de pensamiento teniendo escasos lugares para ello, no parece poca cosa.