Pan con judías en Guernica
En Dalí versus Picasso el pánico Arrabal se expone en estado puro. En el juego de espejos entre los geniales artistas Dalí y Picasso, en un caleidoscopio de sus ideas atravesadas a lo largo de toda la obra por la máxima de Heráclito, “todo fluye nada permanece”, se aborda la visión de ambos bandos ideológicos de la contienda civil española. Arrabal emprende una pirueta dramática que expresa estilísticamente lo grotesco y la fusión de opuestos para provocar al espectador. Arranca la obra con el hecho verídico de la petición de una comisión de escritores a Picasso para que ofrezca una obra a la Exposición Universal de París, en 1937, que será el Guernica. Pero es Dalí, en esta osada e irreverente creación, el que acompaña al artista malagueño en la dura negociación sobre su participación en la campaña de la causa republicana. Ambos artistas quedan despojados de su ideología tradicional, para iniciar una confrontación de ideas políticas y visiones artísticas controvertidas. El lienzo de Dalí, Construcción blanda con judías hervidas (Premonición de la Guerra Civil) pintado en 1936, está presente durante toda la obra y articula una trama paradójica y opuesta a la tradición: un joven Dalí comunista y antifranquista, que defiende su compromiso artístico ético, frente a un Picasso conservador y pesetero, que culmina con la petición de Dalí a Picasso, de castración. Les acompañarán dos personajes aludidos pero presentes en la acción, a través de las voces de la frágil Gala y la argentina lanzadora de cuchillos, Dora Maar, que inciden en el comportamiento de ambos pintores, y expresan así, una influencia humorística e irónica de sus musas.
Los ocres dominan una puesta en escena minimalista en la que destaca una gran mesa de madera, -luego altar ritual- dos taburetes, dos sillones y dos botijos, presididos por una olla de fabada que bulle durante toda la representación, contenida entre bastidores en los que se clavarán los amenazantes cuchillos de Dora Maar, o proyectarán imágenes que completan el sentido de la acción. El espacio sonoro añade a las voces de Gala y Dora, un coro infantil que tararea el himno de Riego y el nacional, con el que se inicia la representación.
Roger Coma encarna al genio, transfigurándose y viviendo su experiencia alucinada y verborreica del mundo de forma brillante y luminosa, le sigue un Antonio Molero, que interpreta con precisión el contrapunto del catalán, pero que no alcanza a encarnar la esencia de Pablo Picasso, desdibujado en exceso por la caricatura, en un trabajo más cerca de sí mismo que del personaje.
Estamos ante una obra arrabalesca autoreferencial, con motivos y signos del teatro pánico, como el macho cabrío Barrabal, burlador e irrespetuoso, -alter ego del autor- que pareciera reírse de todo y de todos, en sus acciones, ecos de Jarry y Artaud. Los diálogos son ágiles, de cuidada composición lingüística que expresa el contraste de hablas de ambos personajes.
No es esta una gran obra de Arrabal, y sus provocaciones ya no sorprenden como lo hiciera en la década de los 60 del siglo XX. Pero su estreno, revitaliza el género pánico y nos revela la idea patafísica de que los extremos siempre se acaban rozando. Una metáfora mordaz de la herencia cultural y socio-política de una España con cicatrices visibles y aún presentes en el siglo XXI.