Para flipar, mejor la Fariña teatral
Quien más y quien menos ha buscado flipar con substancias exógenas. Para mí las artes escénicas, sobre todo la danza y el teatro, actúan de modo parecido a substancias exógenas que se vuelven endógenas. Si el espectáculo va más allá del mero entretenimiento, entonces los efectos no son una simple enajenación transitoria, ni se limitan a la sola activación de endorfinas, serotonina, etc. mientras dura la función, sino que sus efectos estimulantes se prolongan en el tiempo, a través de la memoria y los afectos.
Pero dentro del mercado también tenemos la posibilidad de consumir drogas que nos hagan flipar por un tiempo limitado o que nos saquen del descontento o la abulia, en caso de que padezcamos estas afecciones.
Las drogas han sido y serán un mercado con muchas caras.
En Galicia hemos padecido, más que disfrutado, de las consecuencias del mercado de la droga y, más concretamente, de esa que se parece a la harina, la cocaína, llamada popularmente “fariña”.
Primero fue un libro, que documenta y desentraña la historia y las mafias que han operado en Galicia, desde la época del contrabando de tabaco hasta el tráfico de hachís y cocaína, aprovechando los 1480 quilómetros de costa. El libro del periodista Nacho Carretero, titulado Fariña, publicado en 2015, con 10 ediciones, era un éxito de ventas, cuando una orden judicial, en 2018, ordenó su cese y requisó los ejemplares. Esto, como muchas otras prohibiciones, fue la mejor campaña de mercadotecnia que pudo tener el libro y disparó la curiosidad. Un exalcalde de O Grove, que debía de tener algo que ver con el asunto, había denunciado, por injurias y calumnias, a la editorial del libro y a su autor. Pero en ese mismo año, otra sentencia devolvió el libro al mercado y entonces las ventas del mismo se dispararon. Yo aún recuerdo que, cuando la juez ordenó el secuestro del libro y condenó a pagar una multa a su autor, recibí por varios medios el PDF de Fariña. La gente se pasaba el libro prohibido en contestación a lo que interpretábamos como un atentado contra la libertad de expresión. Prohibir un libro en democracia es algo fuera de serie, ¿no?
Después vino la exitosa serie de televisión, también titulada Fariña, en la que, por cierto, hicieron un trabajo brillante muchas actrices y actores jóvenes salidos de la ESAD de Galicia, exalumnas/os. Lo siento, me encanta presumir de exalumnas y de exalumnos.
Fariña, de la que solo he visto 2 o 3 capítulos para saber de qué iba, porque yo no soy aficionado a ver la tele ni tampoco series, tiene, o eso me parece a mí, una factura cinematográfica de calidad. Además, si no me equivoco, es la primera serie de ficción televisiva (ficción documental), que utiliza el acento gallego y mete fraseología y expresiones idiomáticas, sin utilizarlo para reírse de nosotras/os. Y es que, supongo que ya sabes, que desde la Dictadura franquista e incluso antes (obviando que el gallego fue lengua de cultura utilizada por Alfonso X el Sabio etc.) hay acentos que molan y acentos que no molan y que son risibles. Por ejemplo, en la(s) televisión(es) española, había programas con presentadoras y presentadores que tenían acento andaluz y eso molaba, pero nunca ha habido presentadoras y presentadores con acento gallego. Se ve que el castellano puede tener acento andaluz o argentino, por ejemplo, pero no acento gallego. Siguiendo con esta digresión, aún recuerdo El zoo de cristal de Tennessee Williams, con la actriz argentina Cristina Rota, en el papel de la madre y el actor gallego Luis Tosar en el papel del hijo, de gira por los teatros de Galicia en el 2006. La madre, Cristina Rota, con un acento argentino bien marcado. El hijo, Luis Tosar, sin acento ninguno, como si fuese de Valladolid. Tosar es un actor portentoso y puede adoptar el acento que decida, pero está claro que… el gallego no acababa de cuajar. Con la serie televisiva Fariña parece que este agravio se ha revertido un poco.
Además de libro y serie de tv, también se publicó Fariña en versión novela gráfica y, según me dijo Tito Asorey, otro exalumno del que puedo presumir, está muy bien.
Pues en este 2019, que acabamos de dejar atrás, se estrenó la versión teatral de Fariña, dirigida por Tito Asorey. Una propuesta que, por lo visto, nació de Touriñán, un cómico muy popular de la televisión gallega, que le propuso a Nacho Carretero llevar a las tablas el asunto del narcotráfico.
Fariña, el espectáculo, está agotando entradas cada vez que tiene una función. El éxito del libro y de la serie de tv se ha contagiado a la pieza teatral.
Yo pude verla el domingo, 17 de noviembre de 2019, en la función de las 18h. Ese día, igual que el anterior, hacían dos funciones, con el Teatro García Barbón (Afundación) de Vigo abarrotado.
¿Cuál es la clave del éxito de la Fariña teatral? Pues, como decía al principio, sobre todo que nos haga flipar y que ese flipe no se limite al entretenimiento o al chiste, sino que, detrás del espectáculo de variedades (por las múltiples modalidades escénicas que utiliza), haya una lectura trascendental de todo un pueblo, el gallego, sin concesiones a lo folclórico, sino desde una ironía y un humor, no exentos de crítica y de ternura.
Por supuesto, entre las claves del éxito, en territorio gallego, podríamos especular que se encuentra el hecho de que en el elenco estén la pareja de cómicos televisivos Xosé A. Touriñán y Marcos Pereiro. Muy famosos en Galicia por sus intervenciones en el programa estrella de la tele gallega “Luar” y por otros trabajos televisivos. No obstante, el espectáculo no está protagonizado por ellos, sino que se trata de una propuesta muy coral y contemporánea (sin protagonistas y sin el desarrollo dramático procesual de una historia).
Y aquí radica otra de las claves del éxito, un elenco muy bien equilibrado y coral. Un elenco de todoterrenos. Junto a los citados, María Vázquez, Sergio Zearreta y Cris Iglesias.
Esta última, Cris Iglesias, otra exalumna de la que presumir, también hacía un papel en la serie televisiva. Miro el reparto de la serie televisiva en la Wikipedia y veo que, del elenco teatral, también trabajaba Touriñán y que incluso hacía un papel Tito Asorey, el director de la obra. Volviendo a Cris Iglesias, una actriz muy joven que hizo un trabajo excepcional en la comedia documental de los Chévere titulada Eroski Paraíso. Cris Iglesias, igual que el resto del elenco, interpreta varios personajes muy diferentes entre si, con igual eficacia y convicción. Pero, además, toca la batería que es una barbaridad, una descarga de adrenalina espectacular.
Sergio Zearreta es otro actor todoterreno, desde sus intervenciones en Illa Reunión (2006) de Ana Vallés para el Centro Dramático Galego, hasta esta Fariña en la que hace gala de una versatilidad trepidante en los cambios de personaje. Pero es que, además, se luce como músico y cantante.
La banda sonora de este espectáculo es una gozada, desde los números que parecen aproximarse a la parodia de la música de verbenas, hasta la actualización y singularización galleguizada de estilos musicales diversos (música de Colombia, para la introducción de la cocaína; música de Marruecos, para la introducción del hachís; etc.), con un tema original del grupo gallego (punk y garage rock) Novedades Carmiña.
María Vázquez, como ya he apuntado, también cambia de personajes con una eficacia y convicción muy poderosas. El papel de la madre de la adolescente heroinómana, de familia trabajadora muy humilde, impresiona por su verosimilitud comprensiva. Touriñán ahí también hace el papel de un padre que solo con el estar y el mirar ya lo dice todo. Cris Iglesias y Sergio Zearreta interpretan a los adolescentes. Esta es una de las escenas dramáticas más crudas de la pieza.
Fuera del drama, también resulta impactante la escena épica, narrada directamente, sobre los 10 chavales que hicieron un equipo de fútbol y de los cuales solo quedan 3 vivos. Una narración al público, con la foto real de los chicos de fondo y el lema “Dejadnos vivir”. Así como la declaración de una afectada por la lacra de las drogas, con fragmentos documentales de las manifestaciones de las madres.
Entre las diferentes estampas del mapa histórico, desde el contrabando de tabaco al narcotráfico de los 80 y 90, con toda la ostentosidad destemida de los implicados, que emulaban la grandilocuencia de Falcon Crest, aquella serie mítica sobre la ambición y el poder de una familia norteamericana, podemos observar a la pareja de guardiaciviles (Touriñán y Pereiro), en connivencia medio disimulada con los contrabandistas. Al alcalde del pueblo, interpretado por Marcos Pereiro, en una composición del gestus brechtiano magistral, acompañando al multimillonario, el capo del pueblo, durante las fiestas patronales que el narcotraficante subvenciona, para pedirle subrepticiamente que financie la campaña electoral de su partido.
En Galicia es un secreto a gritos que el partido que más ha gobernado en la Xunta tenía algún tipo de relación indirecta con los narcotraficantes.
Fantástico el sketch que realiza Marcos Pereiro, casi como si fuese una viñeta de El Jueves, caricaturizando al rey de España: “Juan Carlos R.”, como una especie de bufón, cuando anuncia la ley orgánica del 82, por la que se transforma en delito el contrabando.
Entre los números musicales, además de la parodia de la verbena de pueblo de principios de los 80, es divertidísima y muy aguzada irónicamente la “regueifa” con todo el elenco vestido de gaiteiros. O los números surrealistas, en tono alucinado, de la encarnación erótico-festiva de la cocaína, realizada por María Vázquez, con acento colombiano y música tecno house; la encarnación del hachís como marroquí, vestido a la manera tradicional, entre las felices y risueñas nubes de humo de su cachimba, realizado, con una veracidad y un delirio muy divertidos, por Marcos Pereiro.
Y el más difícil todavía, o no, sino algo aún más sorprendente, dentro de la inventiva riquísima de este espectáculo, es el abordaje de la “Operación Nécora”, con documentos de prensa cantados a modo de rap. Un collage de fragmentos de prensa rapeados con batería y bajo.
Porque este montaje juega con referencias a la historia reciente, con el reconocimiento de unos tipos humanos característicos y una idiosincrasia muy difícil de definir, pero bastante concreta y contundente. Al mismo tiempo, también juega con la inventiva teatral y con la sorpresa. Y lo hace manejando diferentes modalidades espectaculares que, en su combinación y en la relación con los temas que abordan, resultan sorprendentes e innovadoras.
Véase, por ejemplo, el inicio del show: espectáculo autoafirmado y actrices y actores, sin personajes dramáticos, actuando como presentadoras/es del show. Saludan al público como una banda de rock, entran por la platea y la convierten, como en un concurso televisivo, en una playa. Las espectadoras y los espectadores se prestarán a hacer una cadena humana, para ir pasándose los fardos de droga de la descarga que, se supone, acaba de efectuarse en la playa. Un juego sencillo y divertido, que transforma la platea en una fiesta y que, irónicamente también, nos convierte en cómplices de una historia que empieza con el contrabando, o sea, con las chapuzas que la gente hace para poder ir tirando.
Como también es sorprendente el espacio escénico y su polivalencia y ductilidad, diseñado por José Faro Coti, otro exalumno de la ESAD de Galicia, de la especialidad de Escenografía, igual que Laura Iturralde, que hace el diseño de iluminación y los audiovisuales. El espacio parece una especie de garaje, con dos alturas y factura industrial, metálica. En la parte baja puertas practicables y en la parte alta un corredor con barandilla. La iluminación, por zonas o general, nos lleva del show al intimismo de algunas escenas y los audiovisuales colaboran en el nivel documental, sin ocultar su estilismo actualizado, que evoca el de los 80 y 90.
El texto de José L. Prieto, a partir del libro de Nacho Carretero, está al servicio del espectáculo, parece un texto hecho a pie de escenario y se agradece inmensamente. Se agradece porque funciona muy bien y parece como si no hubiese un texto detrás y eso es señal inequívoca de un buen texto teatral.
Como he comentado antes, a partir de toda la fuerza que despliega el elenco en escena y de la inventiva teatral de la dirección, se trasciende el flipe del show, para internarnos en una visión empática (comprensiva) y no condescendiente con la miseria de una sociedad, de una clase trabajadora muy humilde, con los recursos básicos para vivir, que intenta mejorar su posición. Vemos cómo la vecindad y la unión de los primeros contrabandistas, su organización horizontal, su zorrería, su vitalismo y su bonhomía, va mutando, en la generación siguiente, hacia un mayor individualismo, dentro de la vorágine consumista. Vemos el despiporre de los nuevos ricos, su falta de malicia en la ostentación de sus riquezas, sus aventuras y riesgos. Vemos cómo la siguiente generación pierde los escrúpulos, en pro del lucro rápido y la ambición ciega. Vemos a las víctimas. Vemos a la política al lado de quien gana. Vemos, ya hacia el final, a los narcotraficantes de hoy, altamente especializados y camuflados, con los capitales en paraísos fiscales y sin que nadie sospeche de ellos.
Al no tratarse de una obra que representa una historia, mediante un proceso dramático de acción unitaria, con unos personajes protagonistas de principio a fin, la evolución o curva temática y emocional no se experimenta en adhesión identificativa respecto a la línea de acción de unos personajes protagonistas. Se experimenta, sin embargo, esa evolución o curva temática y emocional, respecto al devenir sociológico e incluso cultural de un pueblo, de una comunidad. Y esto se hace, igual que en el caso que he expuesto del texto de José L. Prieto, sin que se note. Un viaje emocionante y político, un retrato de la evolución de un pueblo.
Un magnífico espectáculo que, como he anotado, despliega diversas modalidades escénicas: el show extradiegético del principio y el final y la parodia del show televisivo diegético en el reportaje de las verbenas; el drama de la familia de la adolescente heroinómana; la comedia musical y épica, con escenas en “regueifa”, en rap o en pachanga, con letras alusivas al tema de los contrabandistas primero y, después, de los narcotraficantes; el collage documental de fragmentos de recortes de prensa y de vídeos sobre las movilizaciones sociales, protagonizadas por las madres…
Fariña es un espectáculo poliédrico, que entretiene y nos muestra las diversas fauces del monstruo.
Para flipar, mejor la Fariña teatral que la otra. Consejo de amigo (que ha probado las dos).