¿Para qué?
Muchos de los que rondan ahora los 50 andan arrastrando los pies. Ellos que crearon, sintieron, volaron, miran el mundo estos días con cierta melancolía de hoja seca, contestándose que no valió la pena. En esas andamos desde que hemos cambiado de era. Los unos arrastrando los pies, los otros queriendo despegarlos por primera vez del suelo y el vil metal por otros derroteros. Y ya no hay fuerzas ni ganas (que son sinónimos, por cierto, la mayoría de las veces) para construir puentes, generar sinergias o proyectos a tres o cinco bandas. Por estos lares, la humanidad se ha detenido en un pantano de aguas densas. Y parece que cuesta moverse, la arrancada cuesta, el mantenimiento cuesta, todo cuesta. Todo cuesta más que nunca pero menos que mañana y los niños de 50 tienen la mirada espesa y la pisada triste.
Íbamos a toda marcha. Revolucionados, que no revolucionarios. Así íbamos, a todo tren, a todo trapo. Y la locomotora ha frenado en seco. Los de 50 con su aventura profesional bien labrada y establecida no dan crédito. Tampoco los bancos. Y los de 30 les miramos a los ojos (a los de 50, a los bancos no, esos no tienen ojos) y no salimos del asombro y nos mordemos de rabia los labios, porque esos que rondan ahora el medio siglo han sido motor propulsor de arte, ciencia, movida. Y ahora… ahora los ves asomados a una pregunta rotunda: ¿Para qué?
Para que me puedas contar, les dices. Para que pueda toparme contigo por la calle, en tu estudio y me hables de tu recorrido, de los proyectos que pariste, para que transmitas lo que sabes porque eres intrahistoria viva y conoces los secretos de tu arte y tu artesanado, que se te escapan por la boca, sin darte cuenta, entre suspiros. Intuyo que fuisteis una generación muy viva, que no parasteis, que la vida os permitió que no os detuvierais ni un segundo a la orilla del camino y ahora… ahora os encontráis con esta calma ingente, que os unta de brea las alas y que anuncia, sin pasión, que toca bregar por tierra.
Cuando los de 50 tenían 30, la coyuntura del sistema permitió vivir a tope los proyectos que surgieran y aquella gente no dudó, fue a por todas e hizo maravillas. Pudieron exprimir el limón de aquello que les ocupara: arte, ciencia, medicina, saber. La cosa se movía. Ahora estamos en una situación algo más precaria, por describirla de alguna manera. Y a quienes nos gustaría explotar profesionalmente en mil direcciones, a los que nos gustaría hacer y no parar, ir y venir, traspasar puertas y tejer audacias en nuevos lugares nos ha tocado volver a la casilla de salida en mitad de la partida. Seguimos tirando dados, pero el cinco se resiste a salir.
La generación a la que le tocaría ahora bailar con el mundo un mano a mano tiene los pies enredados en unos tiempos mezquinos. Cuando oye a los de 50 arrastrar los suyos piensa: Si con todo lo que han podido hacer éstos, aún se preguntan ¿Para qué? sin ver razón en todo esto… ¿Qué nos queda a nosotros?
Pues una cosa que acostumbra a vestir de verde y que Pandora se dejó en la caja y que dicen, también, es la última en perderse.