¿Para qué debe servir el teatro?
Con motivo de la presentación de la espléndida ‘Una noche sin luna’ con dramaturgia e interpretación de Juan Diego Botto y dirección de Sergio Peris-Mencheta en el Teatro Español de Madrid, se ha desencadenado una lógica y apropiada cascada de parabienes, vítores y reflexiones sobre este auténticamente brillante trabajo que reúne todos los elementos en su concepción y realización para convertirse en lo que es, un éxito, no solamente en los términos mercantiles, sino en los artísticos, culturales y políticos.
Dejando a un lado las expresiones de la crítica reglada, la publicada en periódicos, diarios digitales o blogs, lo que me ha dejado impresionado son las reacciones de profesionales de la escritura, la interpretación o la dirección que se han expresado de una manera emocional pero cargada de criterios que escapan a ese manido “me gusta o no me gusta” que ya antes de los likes era una muestra de una simpleza enquistada en la grey teatrera. Me encanta que además de verter lo que provoca este gran hito teatral en su primera instancia, que puede llegar a una emoción superlativa, cuando se utilizan las redes sociales, se esfuercen en argumentar, en dar opiniones fundamentadas en creencias, en filosofías, en actitudes ante el oficio y ante los públicos, que contextualizan y ayudan a un crecimiento colectivo.
De las decenas o cientos de intervenciones que he visto, escuchado o leído, una me impresionó bastante, por la claridad de su mensaje y porque nos coloca de nuevo en una de las casillas, no de partida, sino de obligado paso en cada acto que hagamos. Decía, más o menos, escribo de memoria, que “esta obra nos recuerda las razones por las que hacemos teatro”. Y así es, su exuberancia teatral, nos recuerda que el Teatro debe buscar esa capacidad de comunicación a través del lenguaje escénico, usando lo visual, la escenografía, la iluminación, el sonido, pero sustentándose en una palabra viva, en una actuación que convierta esa palabra en acción y que logre que cada espectadora reciba todos esos estímulos y los termine, los convierta en placer, reflexión, emoción, conciencia, memoria, compromiso con el pasado y con este presente. Y esto es lo que sucede de manera excelente en este montaje del que hablaremos durante mucho tiempo porque lo inmediato y obvio es que llega a los públicos de una manera nítida, dando una visión muy acertada de la figura de Federico García Lorca, y que lo hace a base del arte, pero que se fundamenta en compromisos políticos que conforman parte de esa estética cruda, pero caliente y sutil, que consagra a un actor Juan Diego Boto, como uno de los Grandes, pero que tiene, además, en lo que su estructura dramatúrgica, unos hallazgos de gran interés para un análisis fuera de lo inmediato.
Por eso, apoyándome en esa afirmación leída en las redes, este recuerdo de lo que nos informa a los profesionales de cualquier gremio de la gran familia de las Artes Escénicas, este trabajo del que no quiero obviar la sabiduría para ordenar espacialmente y darle el tiempo necesario de Sergio Peris-Mencheta, de que llegamos al Teatro, al menos muchas generaciones, con las ansias de hacer un arte que sirviera a las clases populares, que interviniera de manera artística en crear un sensibilidad que ayudara a los cambios o a conocer la realidad existente, sin necesidad de panfletos, ni dogmatismo, sino a base de una lluvia fina de aciertos poéticos, de interpretaciones que calan en lo más hondo de ese complejo mundo de neuronas espejo con las que codificamos los espectadores lo que sucede en el escenario, y que sirva para dar una idea del mundo que escape a lo ordinario, a lo mercantil, a lo tozudamente acrítico, como una contraprogramación a la manipulación informativa imperante.
Con esos bagajes algunos recorrimos supuestas independencias, ilusiones, proyectos que acabaron en el olvido o que fueron enterrados por esa molicie del teatro utilitario, del teatro concebido como un negocio, como un entretenimiento que busca la alienación y no despierta en los públicos otra cosa que conformismo.
Por eso creo que lo escrito hasta aquí contesta la pregunta del título, el teatro no debe servir para otra cosa que para explicarse lo que es la Vida en su complejidad humana, social y política, acercarse a las realidades más obscenas y convertirlas en episodios artísticos que nos provoquen la necesidad de analizarlas y procurar cambiarlas. Así lo entiendo yo después de tantos años haciendo y viendo. Y, sobre todo, después de leer, estudiar, compartir teorías y prácticas con grandes pensadores universales. Y creo que ‘Una noche sin luna’ es un claro ejemplo de que el Teatro sirve para dar placer intelectual y para pertenecer durante la función a una comunidad que vibra y siente con un acto de comunión artística que solamente se puede dar en una sala de teatro.
Muchas gracias a Juan Diego Botto, Sergio Peris-Mencheta y a todo el equipo de esta magnífica obra que espero la puedan disfrutar durante mucho tiempo, miles de mis conciudadanos.