Para qué sirve la tragedia, Juan Navarro
El tiempo pasa, pero no consigue mermar la sorpresa y el asombro que son capaces de generar creadores como Juan Navarro. Debe hacer unas tres décadas, desde los 90, que soy espectador de este fenómeno de las artes escénicas y de la naturaleza. Pienso que lo fenomenal siempre atraviesa esos dos polémicos y resbaladizos conceptos: naturaleza y arte (artificio), biología y ficción, ecosistema y relato, contexto y obra.
El Teatro Ensalle de Vigo, que cumple en octubre de 2023 veinte años de resistencia feliz, es el lugar donde he podido volver a re-encontrarme con sensaciones y emociones que solo Juan Navarro consigue activar. Puede parecer que las sensaciones, más físicas quizás, y las emociones, solo son un reducido conjunto universal (frío, calor, excitación, alegría, tristeza, asombro, paz, desasosiego, etc.). Sin embargo, creo que la experiencia artística en las denominadas “artes vivas”, en las que se da un encuentro en directo, en proximidad y co-presencia, trabaja con tensiones (ritmos) que nos afectan de maneras muy complejas y ricas difícilmente definibles. Ahí, las sensaciones y emociones cobran un sentido único, se singularizan.
Pienso que mi re-encuentro con el teatro de Juan Navarro, en el primer fin de semana de junio (del 2 al 4) en Teatro Ensalle, concretamente el domingo 4 de junio de 2023, fue especial también por el hecho de observar, sentir y reconocer pequeñas inflexiones gestuales y actitudinales de Juan Navarro, el humor, maneras de moverse y de mirar, de estar, que en diferentes épocas de mi vida han significado algo para mí como espectador y también, en alguna medida, como creador y profesor de dramaturgia. Porque somos lo que vemos y algunas de las cosas que vemos, en concreto piezas de artes escénicas, pasan, por causas profundas y razones que tendríamos que pararnos a analizar, a formar una parte decisiva de lo que podemos pensar y hacer. La emoción de volver a ver a alguien, que has visto en diferentes épocas de tu vida, cuya obra te mueve, es algo indefinible que, a mí, por lo menos, me pone en una especie de estado de gracia.
A esto hay que añadirle el poderío de la Novena Sinfonía de Beethoven, sobre cuya estructura se escribe ‘EL CORO, ¿para qué sirve la tragedia?’ de Juan Navarro. Igual que la figura controvertida y poliédrica del genio malhumorado de Beethoven, quien compone, ya en el final de su vida, esta sinfonía, acabando la partitura prácticamente sordo.
Juan Navarro no interpreta a Beethoven, sino que lo invoca, sin dejar de ser quien es como performer. Podría decirse que el cuerpo del actor es poseído por Beethoven, como genio benéfico. Acompañan al médium un coro de personas invidentes, de diferentes edades y motricidades, la Coral Polifónica Cidade de Vigo de la ONCE, la dirección y composición musical es de Jordi Lanza y, en el Teatro Ensalle, la dirección musical fue de Enrique Alberto Martínez Rivero, al piano.
En un espacio escénico y audiovisual de Manel Barnils, que podría evocar los bosques por los que paseaba, horas y horas, Beethoven, o las estructuras reticulares o cerebrales, entra ese coro y un artista encapuchado, con sudadera, que retuerce máscaras neutras y las empapa en pintura entre el rosa y el fucsia.
Igual que en ‘Los ciegos’ de Maeterlinck, se convoca aquí una contemplación en la que se mueven figuras alegóricas, en una especie de ritual mistérico. Esa calma chicha es hendida por la performance impetuosa de Juan Navarro, que parece actuar como oficiante o corifeo, pero también como chivo expiatorio.
Importa el humor, negro por veces, la ironía sobre algunas de las tendencias de la sociedad (coro) actual e importa, también, según mi percepción, ese arrebato y pasión que hacen de su presencia la de una especie de héroe romántico o de personaje fantástico.
La estética con la que Juan se presenta en este espectáculo a mí me recuerda un poco a la de Tim Burton, en esa figura híbrida entre el rockero, el presentador de un cabaret expresionista y la evocación de Beethoven.
Así, Juan Navarro – Beethoven actúa, por veces como un poseído, en otras ocasiones como un cómplice nuestro, que nos mira, que nos interpela, que nos hace un guiño retórico.
‘EL CORO, ¿para qué sirve la tragedia?’ sigue la estructura, en cuatro movimientos o pasajes, de la Novena Sinfonía y utiliza algunos motivos musicales de la misma para generar atmósferas sonoras y para introducir tensiones posdramáticas.
Primer movimiento. Un cuerpo que está aprendiendo a desaparecer. Un cuerpo que deja de desear a otros cuerpos. Un cuerpo es un archivo, además de unos pulmones, un hígado, unos riñones… El creador, sea Beethoven, sea Juan Navarro, está en una fase de su vida que no es la de la juventud, aunque aquel ímpetu se mantenga. Pero, ciertamente, la experiencia, la vida se ha ido acumulando.
“Esta sordera que tenemos todos no es una metáfora de nada”, nos dice. “Esta amnesia que compartimos. […] Esta ceguera. […] No nos vemos, no nos tocamos. […] Somos un cuerpo que experimenta entre pantallas, narcisista, que va al gimnasio. […] Compartimos el conocimiento de manera inalámbrica.”
Al final del primer movimiento, la soledad. “Fiestas por todos lados y drogas limpias y seguras. […] La soledad de las drogas, de las pastillas.”
Segundo movimiento. “Sobre ponerse en riesgo. […] El destino como palabra pretenciosa. […] Ir en contra de todo. […] El arte nos salvará. Las drogas nos salvarán.”
“El segundo movimiento”, nos dice, “no va de matar el tiempo mirando Instagram, drogándose, follando… porque, al final, va a ser el tiempo el que nos mate.” “Pero también existe el tiempo y la alegría, por eso nos ponemos a bailar, a cantar, a construir.”
“El tercer movimiento va de creer en algo, en lo que sea. […] Dejarse llevar”, nos dice, “no rebelarse. […] Desaparecer. […] La espiritualidad.”
“El hueco entre lo que somos y lo que nos gustaría ser va disminuyendo con el tiempo”, nos dice, y “te das cuenta de que tienes que vivir la vida que te toca vivir.”
El cuarto movimiento “es un melocotonazo. Lo compuse para todas las personas, pero también para los perros, los gatos, las mascotas que espantan la tristeza. […] El cuarto va del engaño colectivo. Una celebración gozosa con un final trágico. El cuarto movimiento es una oda a la desesperación, a la rabia, es una redención, la mía. Soy el único inmortal de la sala: Beethoven – Tiresias. Jugamos a ser otro hasta que te quedas solo. […] Cierra los ojos y disfruta.” Esta última frase, la de “cierra los ojos y disfruta”, nos la dice, al micrófono, uno de los invidentes, en la procesión de salida. Porque también hubo una procesión de entrada de todo el coro, por parejas, algunos de los integrantes se quitaron los zapatos y los lanzaron a un montón.
En esas cuatro estaciones, vimos a Juan Navarro bailar con zapatos en las manos y los brazos alzados, como un poseído, como una figura ancestral. Le vimos contraerse en el suelo, mientras le lanzaban sal gorda. Le vimos lavarle los pies al artista encapuchado que retorcía máscaras blancas neutras y las bañaba en pintura rosa, en un gesto semejante al de Cristo lavándole los pies a los apóstoles después de la última cena, en ese rito antiguo de humildad, relacionado con la purificación.
Realidad y fantasía se cruzan en esta performance, tan musical y esconjuradora. Los cuatro movimientos de la Novena Sinfonía sirven para revisar nuestra época desde la perspectiva del ser y el estar. La realidad de cada persona de ese coro excepcional, que nos lanza ráfagas sonoras y nos afecta, se conjuga con la presencia apoteósica de Juan Navarro, poseído por Beethoven, sacudiéndonos con su arte.
Nos tocan, nos divierten, nos sorprenden. ¿Y la tragedia? Quizás nos la encontremos a la salida del teatro. Quizás nos la encontremos fuera de los teatros. En este escenario de ‘EL CORO, ¿para qué sirve la tragedia?’ ha habido catarsis sin necesidad de un final funesto ni de grandilocuencias.