¿Para quién escribimos?
Cada día nos enfrentamos a la solución de un nuevo problema existencial, quienes aún tenemos conciencia de esta expresión, cada vez más en desuso, por haber vivido la mayor parte de nuestro período de formación intelectual en una época en la cual el desarrollo de la tecnología era perceptible, debido a que su ritmo aplacado nos permitía sentir sus cambios y asimilarnos a ellos, y la mayor parte de las propuestas tenían un fin social, porque aún existía la creencia de que se podía salvar el mundo a través de ellas.
Ahora los problemas han dejado de ser existenciales, pues al parecer carecen de esos componentes que llevan al individuo a considerarse parte de un colectivo con el cual tiene unas responsabilidades y unos propósitos, y a hacerse preguntas acerca de dónde viene y para dónde va, y por eso el terreno ha estado siendo preparado, para debilitar, cada vez con mayor rapidez ejercicios relacionados con el pensamiento, debido al estorbo que éstos pueden producir en la agilización de las modificaciones y en la implantación de modelos, ya armados, de la globalización.
La lectura es uno de estos ejercicios, y se distingue de entre muchos otros por su capacidad de activar el pensamiento y conducir a quien lo practica a hacer preguntas incómodas en una época con poco tiempo para dar respuestas, y quizás se deba a esa característica, la rápida e impune exclusión de la misma de la escena social, pues hasta quienes hablan de ella como un elemento fundamental para el desarrollo del ser humano, y aparentan llevar a cabo acciones encaminadas a evitar su extinción total, se quedan en el discurso, porque acuden a diseños ya armados por la misma contemporaneidad, cuyo objetivo es dilatar la discusión, porque es una manera práctica de nunca llegar a conclusiones.
Leer siempre ha sido un acto generador de sospechas sobre quien lo practica, porque está demostrado que leer corrompe la consciencia, es decir, hace que quien siempre ha profesado respeto por cuanto lo han obligado a creer, a través de artilugios, empiece a dudar y emprenda por ello el camino hacia la perdición, que es como suele catalogarse a quienes se rebelan contra la manipulación ideológica y comienzan a crear sus propias ideas.
Se enseña a leer, por la necesidad de conectar a la gente a través del código del lenguaje, para que pueda leer las instrucciones acerca de cómo debe comportarse, de cómo debe acomodarse a las circunstancias, y de cómo debe evitar ser diferente, para no ser molestado. No se estimula el acto de la lectura, porque estimular significa emprender, con quien es objeto de dicho estímulo, una excursión por caminos ocultos, para averiguar qué hay en ellos, tan extraño, guardado con tanto celo.
Como la lectura siempre genera el riesgo de obstaculizar los propósitos de uniformidad ideológica a la cual propende la contemporaneidad, porque el acto de leer tiene características clandestinas, y por ello no siempre es posible averiguar qué lee la gente, existen estrategias, entre las cuales es de relieve la compresión de los códigos lingüísticos, para disminuir la densidad explicativa de las palabras y hacer que la lectura pase a ser, como muchas otras cosas que convidaban antes a la reflexión, solo un medio de entretenimiento.
Hechos estos pronósticos, y sospechada la consecuencia más notable como será la inexistencia cada vez más de lectores con paciencia para leer textos completos y disposición mental para reflexionar sobre éstos, quienes aún tenemos el hábito de escribir para plantear problemas y sugerir soluciones, debemos hacernos una pregunta:
¿Para quién escribimos?