Sud Aca Opina

Paréntesis

Con los audífonos puestos, a un volumen exagerado, trato infructuosamente de apagar los ruidos, no sonidos, de un entorno sobre estimulado. Si no es un reggaeton denigrante hacia la mujer, son las bocinas usadas por la histeria colectiva de un embotellamiento o la pelea de alguien que quiere entrar al vagón del metro donde ya no cabe ni un alfiler. Los gritos de vendedores ambulantes vendiendo mugre, le otorgan un cierto toque de variación a tanta contaminación acústica.

 

Al estar en silencio, se está con uno mismo, con la música de sus propios pensamientos, y el encontrarse con uno mismo es el primer paso para encontrarse con el otro.

Existe tanta gente dependiente del cordón umbilical de sus audífonos, que han perdido toda conexión con su entorno, como consecuencia, la humanidad está siendo afectada por el virus de la indiferencia.

En los próximos días, en Chile se conmemora nuestra independencia. El 18 de septiembre siempre marca y seguirá marcando una inmensa diferencia entre un antes y un después, o más bien entre un antes, un durante, y un después, siendo el durante, una etapa de aquellas.

Algunos días antes, los animales para consumo humano; vacas, chanchos, pollos, pavos, y cuanta carne existe, se inquieta por su asegurado destino sobre la parrilla.

El hígado, el más afectado por tanto desborde, tirita de pánico ante la prueba de fuego que le tocará vivir. Todos sabemos que se empieza el festejo con un asado. Se hacen esfuerzos económicos para que el primer trozo de buena carne, sea acompañado por una copa de un buen vino, y de ahí en adelante, da lo mismo, incluso si se acaba la carne, da lo mismo y del líquido, mientras tenga alcohol, todo vale.

Con suerte recordamos un par de nombres de quienes se sacrificaron por obtener nuestra independencia, pero todos sabemos dónde está la botillería más cercana. Incluso en estas fechas existen más botillerías de urgencia que farmacias.

Toda herida será desinfectada con alcohol, y como dicen en el campo, se bebe hasta que flotan los ojos. Por todos lados escucharemos una canción de un compositor chileno;

«Me gusta el vino

porque el vino es bueno

pero cuando el agua brota pura y cristalina de la madre tierra

más me gusta el vino».

No es el carnaval de Rio ni tenemos un rey Momo a quien le entreguen las llaves de la ciudad, pero es la única época del año en que no la policía no puede llevar detenidos a borrachos. Demostrando resabios de una humanidad perdida, los llevan a dormir a sus unidades policiales para, cuando los efectos del alcohol hayan disminuido, dejarlos de nuevo en las cercanías de más festejos.

Son días de inconsciencia absoluta, algo así como una cura de sueño para un paciente psiquiátrico.

Desaparecen los audífonos, la gente se vuelve a hablar.

Chile huele a asado.

Se produce un paréntesis en la agitada vida cotidiana, solo para agitarse bailando.

Lo malo es que después de unos pocos días (aunque este año los días sándwich se vengan largos, siempre serán pocos), volveremos a la normalidad. Volverán los audífonos, nadie saludará. Seguiremos bebiendo, aunque no para celebrar, sino para olvidar, olvidar el por qué estamos bebiendo.

Mejor disfrutar del presente y con un patriotismo a no confundir con nacionalismo, gritar a los 4 vientos:

«VIVA CHILE MIERDA».


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