Pasando por el aro de la Navidad
¿Por qué será que la Navidad, esa fiesta comercial de origen religioso, nos vuelve horteras?
Me lo pregunto cada Navidad mientras dejo la ropa con la que me siento cómodo y con la que me identifico (más o menos) y me anudo una pajarita al cuello, con una camisa, una americana y un conjuntito de lo más… ¿»chic»?
Me disfrazo de persona feliz y bondadosa, con traje de banquero o de nuevo rico de película de Hollywood. Aunque, en realidad, el banquero, el nuevo rico y el cine de Hollywood me quedan a años luz.
Lleno la casa de purpurinas, guirnaldas, lucecitas, arbolitos de plástico con cabello de ángel de plástico. Todos estos adornos hijos del petróleo. Por algunos de ellos, además, corre la mágica energía de las eléctricas, como por las luces de bajo consumo. Mi casa se decora y se homologa a los decorados que, una vez desterrados del teatro más vanguardista, han calado en los escenarios de los grandes centros comerciales y de las ciudades (pagados con una parte de nuestros impuestos).
Nuestras ciudades están decoradas igual que centros comerciales, porque nuestras ciudades, cada vez, son más centros comerciales que ciudades. En algunas, incluso, son prohibitivos los precios de la vivienda y los servicios básicos (luz, agua, basura, etc.), en un cumplimiento fiel al mandato constitucional (que para eso de la vivienda y el trabajo la santísima Constitución española es un género de ficción en clave de humor negro).
Pues eso, como decía, en algunas ciudades, incluso, las personas tienen que ir a vivir a barrios o a otras ciudades dormitorio, porque las grandes urbes van quedando consagradas al puro mercadeo, del cual la Navidad supone la apoteosis.
Llega la Navidad y sus teatrillos casposos y horteras y, por fin, todas las personas de bien, que trabajan para ganar dinero y gastarlo, tenemos la oportunidad de sacar nuestras mejores y más horteras galas. Las de la boda aquella, que no sirven más que para celebraciones de ese signo, los zapatos de chúpame la punta o aquellos otros de Carolina Herrera, tan elegantes, discretos y caros a la vez, la camisa, la americana, la pajarita, el broche, los oros y platas, las bisuterías y las pedrerías, todos esos abalorios y decoraciones que nos convierten, un poco, en árboles de Navidad andantes.
Llega la Navidad y con ella las cenas de empresa, en las que hacemos la vista gorda al desinterés que sentimos por nuestras colegas de curro, con las que no tenemos mucho más que ver que eso: currar para ganarnos la vida, como sea, a veces a codazos.
Pero en la cena de Navidad de la empresa todas y todos vamos a lucir nuestra mejor sonrisa dental. Aunque sea a base de beber vinos y cavas para que aparezca la gracia que en el día a día laboral se nubla con las prisas, las urgencias, los malentendidos, los encabronamientos, los abusos, la desesperación porque llegue el fin de semana o las vacaciones (si las hay), porque el curro solo es una esclavitud que debemos agradecer, no un trabajo que se base en la autorrealización personal y el servicio a la comunidad.
Las cenas de empresa y las cenas de la escuela, del instituto, de la universidad, del departamento… porque, para el caso patata, todo viene a ser empresa con dos roles: comercial consumidor/cliente consumidor, en una rueda que en la Navidad gira aun a mayor velocidad.
Bueno, a parte del consumo con el que celebramos el nacimiento o natividad de Nuestro Señor Jesucristo, quienes vivimos bajo su reino (porque me imagino que en algunos países de África, por ejemplo, la cosa será diferente), también está el consumo en nombre del amor, con el día de los enamorados (San Valentín), o las bodas y lunas de miel: Money, money, money…
También está el consumo para celebrar el amor a mamá, el día de la madre, y el amor a papá, el día del padre.
Porque el amor se paga. Money, money, money… Si all’amore, Giorgio Armani. Meto publicidad, porque sin ese patrocinio no puedo comprarme el disfraz para festejar el fin de año, que con el sueldo no me llega ni para salir de la periferia de provincias e ir a la capi a ver teatro o de tiendas que me hagan sentir el verdadero glamour del amor, que sin pasta el amor no es glamuroso.
Entre los mitos y leyendas, la Navidad, Difuntos-Halloween… hasta el amor-San Valentín-boda-regalos-luna de miel… todo se pone al servicio de Dios-Money (que habla en inglés americano, mientras la China no acabe de imponer su imperio). Y lo hace con unas tendencias estéticas que nos estandarizan.
Afonso Becerra de Becerreá.