Críticas de espectáculos

Paseando a Miss Daisy

Paseo por la sensibilidad
Obra: Paseando a Miss Daisy
Autor: Alfred Uhry
Versión: Antxon Olarrea
Intérpretes: Amparo Rivelles, Mario Vedoya, Ildefonso Tamayo
Escenografía: Jon Berrondo
Iluminación Quico Gutiérrez
Música: Yann Diez Doizy
Dirección: Luis Olmos
Producción Concha Bustos
Teatro Arriaga –Bilbao- 20-09-01
Obra de personajes. Obra de detalles, de respiraciones, de transiciones. Personajes entrañables, aparentemente sencillos pero que esconden toda la complejidad de la educación, la situación social, el color de la piel, el paso del tiempo, el cariño, la comprensión. Se trata de una obra donde el detalle se maximaliza, en donde un silencio debe ser una pausa reflexiva, donde las miradas cuentan, los gestos, los mínimos signos van conformando un gran espectáculo, en donde la puesta en escena se convierte en un elemento definitorio, tanto por lo que tiene de dispositivo técnico, muy sugerente, como lo que es como resolución para provocar la sensación de movimiento, de desplazamiento, con un coche muy estilizado como motivo principal, y una buena resolución para crear los diferentes ámbitos, logrando cercanía y presencia, espacialidad y ritmo para las secuencias de cada escena general, que procure un tránsito de elementos y personajes hacia una definición final.
Obra de personajes, pero montaje completo. Si la disposición escenográfica, el vestuario, y la música crean sensaciones, ubican, los personajes deben mostrarse con una rotundidad invisible. Están por composición física, por unos diálogos esenciales y concretos, por una interpretación cuidada. Mimada. Amparo Rivelles demuestra una vocación inusitada y una profesionalidad magnífica, pero es que además hace transitar a su personaje en el camino a la decrepitud de una manera tan perfecta que consigue una de sus mejores interpretaciones. Mario Vedoya, en el papel más insulso, cumple a la perfección, y nos que da la gran sorpresa, el actor cubano Ildefonso Tamayo que logra una exquisita interpretación en la que tiene que ver, y mucho, la labor del director Luis Olmos. Es un trabajo de miniaturista, de desmontaje de tics, de limpiar al actor de histrionismo, para introducirlo en una introspección asimilada para hacer que su personaje se convierta en un contrapunto ideal, en un trabajo milimétrico, pero consiguiendo que acabe siendo orgánico, que la contención se vuelva torrente de integración y acabe siendo todo un excelente paseo por la sensibilidad.
Porque la obra es un ejercicio de buen gusto, de tratar asuntos complicados, incluso incorrectos, con dulzura, para enseñar el paso del tiempo, lo que puede evolucionar cada persona, las relaciones humanas llevadas hasta el amor comprensivo. Y todo ello, además, con una espléndida iluminación que ayuda de manera dramatúrgica a todos los elementos y le confiere un toque mágico, teatralmente magmática. Una lección de buena iluminación., con toda la sensibilidad necesaria para estar de acuerdo con toda la propuesta que se convierte en un reencuentro con un teatro de personajes, de puesta en escena, de emociones y que eleva el carácter de comunión con un público que ríe, llora, piensa y se divierte con tanto equilibrio estético e interpretativo.
Carlos GIL


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