Penélope / Magüi Mira / Pentación / 66 Festival de Teatro Clásico de Mérida
Una chocante Penélope feminista
Termina la 66 edición del Festival con el estreno de su quinto espectáculo en el Teatro Romano: «Penélope«, pieza original de la actriz/autora/directora valenciana Magüi Mira (con dramaturgia de su pareja Emilio Hernández). La producción -considerada como la «estrella» del evento- es de la compañía Pentación Espectáculos del director del Festival, Jesús Cimarro (quien el día de presentación del espectáculo anunció que «Penélope» se prorrogaba un día más, otorgando por anticipado que funcionaría con éxito).
«Penélope«, es una obra de encargo para esta ocasión del Festival, basada en la «Odisea«, en la que Magüi Mira que ha interpretado a este personaje de Homero como una metáfora de la sumisión femenina, ha desafiado con romper ese estereotipo proponiendo una readaptación «jamás contada» (dice) que busca poner luz a la vida de esta mujer, que en su revelación alcanza el poder de «ser dueña de su destino» (dice). Una versión libérrima -un tanto enfática- que oportunistamente trata de convertir a Penélope en un ejemplo de heroína dentro de las corrientes feministas contemporáneas.
La veterana Magüi Mira, ha sido la autora/directora que más veces ha participado en el Festival -con más desaciertos que aciertos- en el periodo de estos 9 años de Cimarro. Hace dos años representó «Las amazonas«, un espectáculo confuso y simplón tratando de reorientar el tema de la igualdad de géneros en una historia de amor como el de Pentesilea, que violaba la regla clásica. Esta vez, en «Penélope«, vuelve a querer hacer ruido -con pocas nueces- sobre el tema profeminista y de «violencia de género» emocional utilizando los personajes y hechos que Homero cantó en su obra maestra, pero creando parlamentos, diálogos, sentencias y situaciones nuevas como es la sorprendente muerte de la protagonista estrangulada -casi sin quererlo- por su marido Ulises, por declararse una mujer «independiente», sin más.
Y esto es lo chocante que contradice el relato homérico y de diversas leyendas sobre el mito de Penélope (que cuentan lo que ocurrió después del retorno de Ulises a Ítaca, recopiladas en breves resúmenes en la Biblioteca mitológica de Apolodoro). La narrada por Homero fue una bonita historia de amor. Historia en la que no se ve esa la metáfora de la sumisión femenina, sino la de la figura simbólica de la fidelidad. Y que nos habla de lo femenino y de la posición de la mujer en la relación de pareja, en aquel contexto histórico. Penélope es el modelo de la mujer abnegada, que espera al hombre que ama. Se ve obligada a hacer y deshacer, una y otra vez su propia obra mientras regresa el amor «perdido». Su tapiz representa ese círculo vicioso de la resistencia. Su actitud, lo que la cultura occidental estableció como ideal para una esposa.
Al texto de Mira, un tanto tópico en los monólogos y diálogos, le falta hondura y el preciso desarrollo dramático que demuestre que Ulises pueda ser un machista asesino de su esposa. Por lo que, una vez más, aparece en la dramaturga la manía de la nueva creación de resultado disparatado, cuestión que me recuerdan otros espectáculos del mismo paño, como la «Lisístrata» lesbiana que representó en el Festival -2010- Paco León travestido de mujer, de enfoque novedoso y propio del momento temporal que, a gusto del público tragaderas, podía considerarse desde una mariconada a un canto en pro de la tolerancia homosexual.
De las obras sobre el retorno de Ulises que conozco, me quedo con la versión humorística «Oh, Penélope» de Torrente Ballester, éxito popular en el Festival de 1986 (que se prorrogó dos días más); o la de «Penélope, cautiva de sí» del periodista extremeño J. Joaquín Rodríguez Lara (mejor escrita y aún por estrenar). Y, sobre las de tema feminista, con «Lisístrata» de Martínez Mediero, representada por la compañía extremeña Torres Naharro en 1980, un hito histórico por tratar por primera vez el tema, donde el grito de la protagonista tenía sentido para un cambio en las relaciones entre mujeres y hombres.
En este montaje, la directora valenciana -que ha dispuesto de mayor tiempo de ensayos y presupuesto que las otras producciones del Festival- consigue una buena manufactura de espectáculo comercial. Estéticamente funciona, arropado por una atractiva escenografía (de Curt Allen Wilmer), alusiva al paisaje mediterráneo, contrastada con unas singulares escaleras simbólicas que recrean sugerentes imágenes en un juego de plasticidad corporal de los actores, y todo perfectamente iluminado (por José Manuel Guerra). Hay elevación del estilo de arte trágico con equilibrado ritmo, máxime en la excelente coreografía (de María Mesas), llena de recursos dinámicos de expresión corporal, que exhiben tanto los actores protagonistas -en la muerte de Penélope– como el llamativo coro. Lo peor son las canciones que introduce que no suenan con armonía en las voces de sus intérpretes.
En las actuaciones, sobresale en su conjunto -de movimientos, gestos y sonidos guturales- el impresionante coro de los groseros y egoístas pretendientes de Penélope. Y destacan sus protagonistas, la debutante Belén Rueda (Penélope), que aporta belleza -majestuosa, imponente vestida de novia eterna- y un rol vibrante de seducción corporal y declamatoria en su personaje de mujer inteligente y astuta; y Jesús Noguero (Ulises), luciendo buena presencia escénica -ajustada y verosímil a la del héroe que describe Homero– y su enérgica y nítida voz.
José Manuel Villafaina