Pepping Tom en el Grec
Pepping Tom ha instalado su universo poético en el Grec de Barcelona. El festival necesitaba un golpe de efecto en la programación internacional y lo ha conseguido. Durante dos días (9 y 10 de julio) la Sala Fabià Puigserver del Lliure se ha convertido en el mundo de los sueños y de la imaginación. La compañía belga presentaba el espectáculo «32 rue Vandenbranden», dirigido por Gabriela Carrizo y Franck Chartier. Un auténtico lujo para los que hemos podido estar ahí, uno de esos placeres escénicos con los que topas unas pocas veces al año y que te reconcilian con todo.
La acción sucede en una pequeña comunidad que vive aislada quién sabe donde. Es de noche y es invierno. El viento sopla, a ratos, con intensidad, y parece que las pequeñas casas o barracones donde viven los personajes vayan a derrumbarse. Un cielo nublado, precioso, cierra el escenario. La estética general recuerda a las películas de David Lynch o, quitando la parte más sanguinaria, a Fargo, de los hermanos Coen, una obra de personajes, como el espectáculo de Pepping Tom. El conjunto escenográfico es magnífico, habla por si solo. Veo a Rigola entre el público, les ha invitado a participar en el laboratorio internacional de la Biennale Teatro, no me extraña, la compañía casa mucho con su estilo y su forma entender el arte escénico.
«32 rue Vandenbranden» es un espectáculo de danza teatro, hay una historia que se sigue más o menos, puesto que como en todos los espectáculos de la compañía, la convivencia con lo onírico es constante y a veces cuesta distinguir entre la realidad de los personajes y sus pesadillas. Los sueños están muy presentes en el escenario, van y vienen, como cuando uno duerme. La soledad, el medio a la paternidad, los celos, son algunas de las temáticas que se abordan en esta ocasión.
Coreográficamente el espectáculo es radical. La experimentación del cuerpo por parte de los intérpretes, la torsión de determinadas partes, pone al espectador en estado de alerta durante toda la obra. Los movimientos son muy imaginativos, como cuando uno de ellos llega a casa llevando a su pareja como si fuera una mochila. Se la pone delante, como si quisiera sacar las llaves de uno de los bolsillos, se la vuelve a poner a su sitio, todo sin que toque el suelo. O cuando otra pareja llega a galope y el jinete va de pie, poniendo sus pies sobre las lumbares del que hace de yak. En otra escena, hay un solo estremecedor. El intérprete tensa torso y brazos como si fuera un culturista y en unos pocos segundos es capaz de relajarse y parecer el hombre más canijo y flexible de la tierra. Recuerdo un espectáculo anterior de la compañía que vi en Temporada Alta, en el que uno de los actores andaba sobre sus empeines, parecía como si no fuera humano. A pesar de este carácter experimental de los movimientos, la pieza comunica muy bien con el espectador, y eso es sin duda una de las claves del éxito.
Hay momentos para el humor y la magia e incluso tiempo para desafiar las leyes de la gravedad. En una escena hay un personaje que trata de llegar a la casa de enfrente donde vive su amada, pero parece que el viento es fuertísimo y no se sabe si lo conseguirá. Su paraguas va de un lado para otro, se le gira constantemente. Finalmente llega, toca a la mujer y ambos vuelan. ¿Cómo lo hacen? De repente, el viento cesa de golpe y los dos caen al suelo, en uno de los momentos más mágicos del espectáculo. El terror y la angustia de las peores pesadillas también aflora en algunos momentos. Que no haya paz no quiere decir que no sea bello.
Lo que hace Pepping Tom no lo hace nadie, su aportación es original, extrema, especial. La composición de las escenas y el tratamiento de la luz es muy cinematográfico, su estética es única. La compañía es siempre la misma, formada por una soprano, una persona mayor, por intérpretes con un dominio de la técnica increíble, en una voluntad expresa de mezclarlo todo. A la salida, a uno le cuesta expresar lo que ha visto. La conmoción es notable. Para los que viajen este verano a Dro (Italia), Antwerpen (Bélgica), Hannover (Alemania) y Ginebra (Suiza), tienen a su alcance una noche de puro teatro.