Desde la faltriquera

Pequeñas partes

Thomas Bernhard, dramaturgo escasamente representado en España, gusta en su obra dramática adentrarse entre bastidores para escribir del teatro por dentro o de actores que guardaba en su memoria. En su repertorio destacan Simplemente complicado y Minetti, dos formidables monólogos: en el primero un gran actor (nunca he sabido quién era su referencia, aunque pienso que sólo se fija en «el protagonista») espera en soledad la llegada de la muerte, después de muchas noches de gloria, interpretando tragedias de Shakespeare. Claus Peymann realizó una formidable escenificación con Gert Voss hace dos o tres años; en el segundo, transita entre los planos de la ficción y la verdad, del teatro y la vida.

Minetti, estrenada en 1976, la dedica al gran actor alemán Bernhard Minetti (1905-1998), sin transferencias biográficas del cómico a la pluma de Thomas Bernhard: titulaba a modo de homenaje con el nombre del actor admirado. En 1996 tuve la suerte de ver sobre escena a este actor con 91 años, que salía escasos minutos al escenario del Berliner, escuchaba, pronunciaba cortos parlamentos, significaba con su presencia, mantenía unos instantes de escucha con Martin Wuttke y mutis. Se trataba de la lección de interpretación que recibe Arturo Ui y de una lección interpretativa del propio Minetti, reconocida por los espectadores con entusiasmo, al que me sumé. No se trataba de la ovación a una larga trayectoria, sino de reconocer un momento mágico en una función.

«Las pequeñas partes», con un punto de desprecio se recogen en convenios y contratos, y con otro punto de desapego actores / actrices de categoría las desdeñan. Una lástima porque en esos papeles unos aprenden y otros ofrecen mucho a la escena y al espectáculo. Por estas y otras consideraciones, días atrás he disfrutado en el teatro Pavón, con una de esas pequeñas partes, María José Alfonso, que encarna a Margarita Polo en Enrique VIII y la cisma de Inglaterra de Calderón de la Barca, la última producción de la CNTC.

Es la dama de compañía, o la compañera, fiel en el sufrimiento, de la reina Catalina. Apenas dice texto, aunque sí una de las redondillas más bellas, rotundas y calderonianas del drama (Aprended, flores, de mí // lo que va de ayer a hoy, // que ayer maravilla fui, // y hoy sombra mía aun no soy), cuando la muerte acecha. Textualmente interviene poco, aunque siempre lo hace con claridad, proyección y sentido en las palabras. Además, su presencia destaca por la sencillez y verdad, que imprimen los mayores, cuando el espectador disfruta de una «pequeña parte», gracias a su generosidad.

María José Alfonso mantiene la atención a lo largo del espectáculo, interpreta, escucha y acompaña, y con su forma de entender el teatro propone un contrapunto a la Reina, a Bolena y a la infanta María. No hace un gesto de más que robe protagonismo a los que lo tienen por reparto. Se mantiene en un difícil segundo plano. Pero su cinésica, da significación a todo cuanto hace; mira hacia el lugar adecuado y su escucha refuerza las intenciones del resto del elenco. Con su interpretación no sólo da vida a un personaje con recorrido, que sufre en soledad y que desde la atalaya de su edad avizora cuánto sucederá, sino que también focaliza la atención del espectador, atento a lo que dicen los protagonistas, inducido por ella. Es una lección de interpretación de María José Alfonso sin llamar la atención, pero llamándola.


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