Pérdida de memoria
Fui una víctima desprotegida de la maldita obsolescencia programada tan desagradablemente presente en nuestros días. Sin odio ni violencia, sin pistola ni cuchillo, pero si con sorpresa y desagrado. Yo suelo usar mi tablet para escribir durante los intersticios de tiempo que me brinda de manera mezquina, esta vida urbana contemporánea en la que me está tocando vivir. En el transporte urbano, en las filas de algún banco y en esperas varias, minimizo ese tiempo muerto divagando de manera escrita. Mientras mis dedos se mueven por el teclado, mi mente viaja muy, muy lejos para tratar de mirar el devenir con la perspectiva necesaria como para tener un mayor campo visual. Una vez terminado el escrito, lo guardo en la tarjeta micro sd prevista para tal efecto, y ahí es donde el mercado y sus eficaces leyes de fomento al consumismo, me robaron a sangre fría la memoria.
«Imposible acceso a Tarjeta dañada» es el mensaje lapidario. Los terremotos no avisan y hoy en día, perder la información almacenada en un medio digital es un verdadero terremoto de consecuencias devastadoras.
Todo el mundo sabe eso de hacer respaldos frecuentes, lo de almacenar en la nube, lo de prever, y no muchos lo hacen, al menos yo no.
Fui saboteado por el mercado quien determina a priori la vida útil de la mayoría de las cosas que compramos, esto, para mantenerse a sí mismo en movimiento perpetuo de producción como para abastecer la vida desechable, cada vez más desechable.
Un aviso, al menos podrían introducir como norma ISO, el que la tecnología en la cual estamos inmersos y de la cual nos estamos transformando en sus esclavos, aunque fuese por gentileza, avisara antes de dañarse, antes de privarnos de nuestros recuerdos.
La tarjeta estoy obligado a comprarla y la hubiese comprado de igual forma si hubiese recibido un aviso oportuno, hubiese maldecido menos.
Alguna vez lei que hoy en día anotamos lo que queremos olvidar, los datos escritos liberan nuestras mentes para almacenar cosas teóricamente, más importantes.
Recuerdo, aunque no con detalle, cuando memorizábamos nombres, direcciones, números de teléfono. ¿Y hoy? ¿Quién se conoce de memoria más de 10 números de teléfono? ¿5? ¿El de la pareja al menos? ¿El propio?
Ya que hemos liberado espacio en muestras mentes ¿con que clase de información estamos llenando nuestros cerebros?
¿Farándula detallando la vida de una pretendida diva tan plástica como sus nuevas tetas?
¿Fútbol con 90 minutos de juego y horas de horas hablando de la pelotita?
¿Noticias amarillistas, la mayor parte de ellas fabricadas, capaces de mantenernos en perpetuo estado de nerviosismo?
A quien le guste meterse en la vida de otros antes que vivir la propia, que lo haga.
A quien le guste mirar más que jugar, que lo haga.
A quien le guste informarse del detalle de cómo se matan a miles de kilómetros y no hacer nada por su entorno inmediato, que lo haga.
Creo que nadie puede, o al menos nadie debería obligar a nadie, y menos con métodos coercitivos, pero si podemos obligarnos a nosotros mismos a ejercitar no solo la memoria digital, sino la otra también, esa imperecedera que nos puede mantener estrechamente ligados a nuestros afectos tanto sentimentales como geográficos o de experiencias, esa que no tiene fecha de caducidad ni obsolescencia programada.
¿Puede existir algo más bello que un abuelo recordando a sus compañeros de colegio, pero olvidando el lugar donde dejó sus lentes?
Esa memoria, la afectiva, es la que también podríamos perder si no la ejercitamos.