Perdiendo eslabones
Se están creando módulos estancos generacionales, territoriales, pertenecientes a una escuela, a una idea, a una necesidad o circunstancia. Una atomización que se intenta camuflar en organizaciones gremiales, asociación, redes, virtualidades. Esta reflexión me llega de las conversaciones que se producen entre los que aman el teatro y lo miran con una intención de continuidad y trascendencia. No como una urgencia profesional, sindical, de subsistencia, sino como una manera de vivir, de explicar las vivencias, de crear, de relacionarse con los otros, con los públicos.
En una conversación de sobremesa en una bella tarde primaveral madrileña hemos llegado a considerar oportuno replantearse cosas tan poco aceptables como es la vuelta al concepto de meritoriaje. Alguna voz retumbó diciendo que no tenía sentido porque ya no queda nadie sobre los escenarios de quien aprender. Una visión rotunda, quizás amarga, pero optimista a mi entender, ya que reclamar esa falta de exigencia nos coloca ante una alarma mayor, el desahucio de rigor, calidad, importancia que han sufrido nuestros escenarios.
Y esta circunstancia es horizontal. No es que suceda en los emergentes, en los recién egresados, en los vocacionales, sino que llega a producciones institucionales, al teatro comercial al uso, en todas las circunstancias y categorías. Lo que es algo que tiene muy difícil solución si no se toman medidas estructurales, no parches coyunturales. Si no se empieza a hablar de las cosas fundamentales de toda actividad que tiene algún componente de creación artística. Aunque sea desde el lugar más humilde, pero imprescindible, de lo artesano. No puede quedar todo en un lugar de transacción, de sueldo o tarifa, de dietas, de reparto casual, de valores añadidas por la presencia televisiva, de desembarco insultante de oportunistas, banales en ocasiones, que juegan a dirigir o escribir para la escena haciendo una mala televisión, y un no-teatro.
Se me amontonan dos palabras, dos ideas básicas, la memoria, la transmisión de conocimientos y la regeneración. No existen corrientes mayores de un teatro mayor, todo es pequeño, menor, coyuntural, sin proyección, a años luz de las estéticas europeas contemporáneas, sin una base teórica predominante, ni una manera de concepción espacial. De lo que se habla es de producción, de porcentajes de ocupación, de venta de entradas. Y con justicia, los sindicatos, de convenios, de dignidad salarial. Pues todo está bajo la dictadura del productor, del oligopolio, de la más absurda de al casuística de un mercado controlado de manera asfixiante. Hasta que no vuelvan a mandar las ideas, las estéticas, la ambición artística y no la inmobiliaria, seguiremos en esta, para algunos, decadencia que crece dentro de la más suicida de las indiferencias de los afectados.
Estamos perdiendo eslabones evolutivos. Hubo un impulso socio-político-cultural en los ochenta y noventa que elevó el nivel general. Desde entonces navegamos en calma chicha, o en una burbuja enloquecida, o en esta anemia actual. Y no existe comunicación, no valen los mayores, ni los jóvenes, todo van en órbitas diferentes que casi nunca coinciden ni se cruzan. Y sería bueno recuperar papeles de hace años, ideas, personas, conceptos y ponerlos al día, confrontarlos no con las hojas Excel de la contabilidad o la programación mecánica, sino con las posibilidades existentes en el modelo cultural y teatral europeo. No se puede estar empezando cada día o inventando la sopa de ajo teatral.