Personajes y huellas con Casilda Alfaro
El personaje dramático es una metáfora de lo humano, de la persona.
Al margen de su composición dramatúrgica y de su realización actoral, a través de diferentes métodos y estilos de interpretación, no deja de ser una excusa, una coartada, para que la actriz o el actor se proyecten en escena y amplifiquen su presencia volviéndola más vibrante y atractiva, si cabe.
El personaje teatral NO existe. Hamlet no existe. Es Lluis Homar actuando Hamlet. Es Luis Tosar actuando Hamlet. Es Laurence Olivier actuando Hamlet. Etc. Ninguno de ellos es Hamlet. Porque Hamlet solo es una excusa dramatúrgica, una partitura de juego.
Pero el juego solo es juego cuando se juega. Y el del teatro lo juegan actores, actrices, iluminadoras/es y todo aquel profesional que ejecuta acciones escénicas que estimulan y retroalimentan el juego a dos bandas con la espectadora y el espectador, con ese coro de la recepción al que llamamos público.
Más acá de la crisis del personaje en el teatro moderno (Robert Abirached), tenemos la teoría que expone Jean-Pierre Sarrazac sobre el IMPERSONAJE, partiendo de la base de que el personaje de teatro no existe, sino que se trata de una densificación local de la acción. Algo que también reafirma Denis Guénoun cuando cuestiona, en la dramaturgia, la necesidad de «escribir personajes».
Es curioso que aquel otro pensador, llamado Aristóteles, que se dedicó a nombrar lo que estaba por nombrar, en el primer manual de dramaturgia del teatro occidental, la Poética, apuntase la prioridad de la ACCIÓN y de su diseño, frente al papel secundario que le otorgaba a los caracteres.
Si bien es cierto que DRAMA y teatro son ACCIÓN y a través de ella nos pasan cosas, también lo es que los dispositivos dramatúrgicos y escénicos que la encarnan o ejecutan son fuente de identificación, unas veces, y otras de atracción.
En los personajes encuentran actrices y actores la estructura discursiva (en acción) para descubrirse y para gozar de la alteridad que cada persona atesora en si misma. Lo singular, lo individual y lo social fluctúan y se superponen.
Y, al final, el poder de seducción es tal que salimos sin saber si nos hemos enamorado de un personaje o del actor. Porque no hay actriz o actor que no sea guapa y guapo y fascinante cuando actúa de manera convincente y eficaz. Ahí las miradas, los gestos, los movimientos, las inflexiones de la voz, la calidad energética… se confabulan para dejar en nosotros huellas indelebles.
Sobre huellas, personajes y actriz va la reflexión suscitada por el espectáculo titulado «PEGADAS» («HUELLAS»), con el que CASILDA ALFARO celebra los 25 años de la Cía. TEATRO DE NINGURES de Cangas (Pontevedra), con la dirección escénica de ETELVINO VÁZQUEZ y la iluminación de SALVADOR DEL RÍO.
El 11 de mayo, en el Teatro Ensalle de Vigo, tuve oportunidad de sucumbir al encanto del juego actoral de Casilda Alfaro y de comprobar que uno puede enamorarse de muchas criaturas diversas, quizás porque en cada una de ellas late una parte de lo que somos el género humano.
Cuando el arte del teatro consigue que reconozcamos lo ajeno como propio, a través de la empatía, entonces la solidaridad y el progreso están garantizados.
«PEGADAS» es UN RETABLO DE PERSONAJES que convierten el escenario en el altar de lo humano, en sus diferentes y variadas conjugaciones, con la persona de la actriz Casilda Alfaro como oficiante de ese rito congregacional que es el teatro.
«PEGADAS» tiene una estructura estilística muy bien trabada y circular: principia y remata con dos figuras míticas, dos heroínas, dos arquetipos: María Soliña y Hécuba. Ambas en un registro manierista, con reminiscencias en la estatuaria clásica, tanto en el movimiento como desde la concepción de la caracterización externa, con los velos: blanco el de María Soliña, negro el de Hécuba. Unos velos que se pliegan como los paños mojados de Fidias y que amplifican la presencia de la actriz para remontarla hacia el mito, en colaboración con una gestualidad y una dicción ceremoniosas y hondamente existenciales.
Entre estas dos figuras míticas que abren y cierran el espectáculo, una primera parte o hemistiquio en el que aparecen tres mujeres jóvenes. Mujeres al borde de un ataque de nervios. La madre beata que alecciona al hijo que va a hacer la Primera Comunión. La que acude mancada, año tras año, con las rosas ante la familia de la víctima que ella atropelló con su coche. La cobradora de la empresa de aguas que contiene en si misma un drama.
En el centro un personaje masculino: el militar emocionado que defiende la contención emocional y la virilidad. El estatuto superior del macho.
Y una segunda parte o hemistiquio con tres mujeres viejas. La pedigüeña de su ama (de Misericordia de Benito Pérez Galdós). La que le reprocha al difundo cuñado morir en un día vulgar de un modo vulgar. La viuda ninfómana.
De esta forma la estructura dramatúrgica presenta una simetría rítmica de inquebrantable coherencia estilística que, además, supone un reto para el ejercicio de la interpretación actoral al demandar trazos finos para cada carácter, pues las tres mujeres jóvenes van seguidas. Y, después del militar, que es el único personaje varón, las tres mujeres viejas también van seguidas. Por tanto, esto implica trabajar en el detalle diferenciador.
De autoras y autores como Anxos Sumai, Suso de Toro, Benito Pérez Galdós, Laila Ripoll… y las adaptaciones de Xosé Manuel Pazos Varela, los personajes cobran una autonomía y, a la vez, una unicidad en la persona escénica de Casilda Alfaro, que nos los presenta y, con unos pocos elementos de atrezo, comienza a representarlos para que, a los pocos segundos, vivan entre nosotros. A lo que también contribuyen las poéticas atmósferas emocionales generadas por la iluminación de Salvador del Río.
Una lección magistral deliciosa ofrecida por Casilda Alfaro que nos muestra un álbum de fotografías, de retratos en los cuales los trazos sociológicos de los personajes están muy presentes (la tipificación sociocultural e incluso política), pero, al mismo tiempo, también las particularidades psicológicas, individuales, existenciales… ese temblor en las miradas… esa inflexión en la voz… Ahí es donde descubrimos que estos fragmentos de personajes y de sus disímiles historias vienen de lejos y pertenecen a espectáculos realizados a lo largo de los 25 años de Teatro de Ningures. Ahí es donde radica, seguramente, la hondura que late en cada retrato de este álbum.
Así recuperados, como huellas en el oficio y en el arte de una actriz, vienen a constituir un mapa existencial que también nos muestra la capacidad de ser una y muchas a la vez, la capacidad de Casilda Alfaro para proyectarse en múltiples figuras, en múltiples textos, en múltiples vidas. Quizás porque eso somos cada persona: múltiples vidas, una sucesión de máscaras… que van cayendo como las hojas de un árbol agitadas por la galerna, pero que, pese a los vaivenes de la vida, permanecen en nuestra memoria para convertirse en las raíces que nos constituyen, en las huellas que nos conforman.
Afonso Becerra de Becerreá.