Pesimismo optimista
La noche más larga acaba siempre en un amanecer. Pasan los días, se suceden los acontecimientos, la vida cultural sigue siendo un simulacro agitado por unos fantasmas que se visten con túnicas doradas. Escuchamos, mal, las palabras antiguas dichas con prosodias modernas que nos despojan de cualquier enlace con un tiempo de excelencias, para admitir que siempre hacemos lo que podemos, pero que nuestro conformismo nos lleva a colocarnos casi exclusivamente en el punto más bajo de exigencia. Todo vale, estamos justificados por las circunstancias, por la coyuntura, por la falta de recursos, por la urgencia. Y en este valer todo, todo se devalúa.
Probablemente el pesimismo no produzca resultados faciales adecuados, pero la idiocia encumbrada hasta los rasgos de esperanzas marchitas que se autojustifican por la incapacidad para variar algo lo existente, sea uno de los peores síntomas, la muestra de una necrosis que acartona cualquier acción de futuro. A mí me conmueve que en este siglo los actores deban recordar a sus compañeros la existencia de un convenio que se debe cumplir. Me subleva que los apóstoles del neo-liberalismo teatral sean los que más dinero directo e indirecto reciban de los presupuestos de todos los gobiernos estatales, regionales, provinciales o locales, y que además proclamen su supuesta y cacareada gloria de ser «teatros privados». Una indecencia más.
Las propagandísticas «buenas prácticas, para nombrar a los directores de los teatros institucionales son una muestra de una corruptela ideológica absoluta, un síntoma del desmoronamiento de todo un sistema que va parejo al resto de los signos de derrumbe del sistema general, político, social y económico, en el que está el Estado español. Está claro que urge tomar partido. Que hay que colocarse ya en un lugar de la contienda que se nos plantea. Que con los que nos han llevado hasta aquí es imposible caminar mucho más sin sufrir ataques de angustia por todo lo que se ha perdido, en ocasiones por ignorancia, pero desde hace un tiempo, porque se han encumbrado a pícaros de modales exteriores finos, pero de unos tics autoritarios en su práctica diaria que asombran a propios y extraños. Y que las medidas, los reglamentos, las acciones emprendidas, por muchas razones, se han demostrado inservibles. O al menso agotadas, porque no se ha sabido evolucionar y colocar el programa, el proyecto renovado antes que a las personas, con sus padrinos y sus intereses económicos bien conocidos, pero obviados en nombre de una supuesta eficacia.
Es por lo tanto momento de mojarse. No se puede estar en la procesión y repicando. El terreno de juego está deliberadamente desdibujado, encharcado, las reglas son tramposas, quienes debían ser los árbitros o no sirven o están jugando con varias barajas, con muchos intereses yuxtapuestos. Por lo tanto, esperemos que ya que entramos en un camino electoral en donde se atisban posibilidades de cambios reales, sepamos asesorar, compartir, participar con las nuevas fuerzas para intentar plantear acciones concretas, planes eficaces para variar este signo hacia la nada, el comercio, lo mercantil y volvamos a reivindicar el valor cultural, social, estratégico de la cultura y de las Artes Escénicas con una mirada de futuro que abarque varios años. El pasado simplemente es irremplazable y debemos mirarlo para no cometer los mismos errores.
Uno se siente en la Florida, viendo espectáculos latinos, confrontando ideas con académicos o actores de la legua, con consagrados o emergentes, respondiendo preguntas con respuestas que queman y reafirmando posibilidades, un pesimista lleno de optimismo. Y, sobre todo, cargado de argumentos, de ideas, de ganas de contribuir a restaurar una nueva república de la cultura, del teatro, en donde se trate a los públicos como a ciudadanos libres, y que quienes lo hacen, gestores, dramaturgos, actores, coreógrafos, iluminadores, escenógrafos, investigadores, informadores e incluso críticos, amen esto más allá de sus sueldos o capacidades de medrar, sino como una forma de ser y estar en el mundo, al servicio de unas ideas, de unas sensibilidades, de un oficio hermoso que proporciona una visión del ser humano a otros seres humanos, desde la estética, la ética y la política. Hay que intentar cuidarse de los oportunistas, arribistas, genios de las finanzas o las relaciones públicas, economicistas y fanáticos de las quinielas. El resto, con sus imperfecciones, todos sean bienvenidos. Y juntos debemos conseguir las fuerzas para sacar la cabeza con dignidad, primero en el conjunto del Estado español y con ello contribuir a esclarecer algo más la situación en el resto de nuestra comunidad iberoamericana.
Sigo en ello aunque me partan la cara, me nieguen la sal o me censuren. A muchos se les nota de lejos que ya son cadáveres, zombis carcomidos por los gusanos. Pueden hacer algo de daño, pero siempre será menor debido a su incompetencia manifiesta.