Críticas de espectáculos

Pingüinas/Fernando Arrabal/Pérez de la Fuente

Espectáculo de dimensiones múltiples e indefinibles

 

Cruzando la alfombra roja bajo los destellos de los flashes, entramos en una sala repleta del público de las grandes ocasiones. Asistimos a un espectáculo de dimensiones múltiples e indefinibles, que a su manera -arrabalizada es el término ya acuñado- quiere reflejar y extrapolar el poliedro, ya de por sí multidimensional, de lo cervantino y de su universo femenino en particular. No es superfluo recordar el encargo celebrativo recibido, para subrayar que el autor lo ha interpretado con una libertad extrema. Arrabal y Pérez de la Fuente han unido su creatividad para ofrecernos, en formato audiovisual, un aglomerado de ideas e intuiciones con un hilo conductor: una lectura del Príncipe de los Ingenios como liberación absoluta e intemporal de los dictados sociales, políticos y religiosos, como rotura incluso de las cadenas de la racionalidad y la lógica.

La primera dimensión a destacar es la proyección temporal desde el siglo XVI al XXI, y más allá, que Arrabal propone. El núcleo de su lectura cervantina es sin duda el exasperado canto a la libertad. Entre un sinfín de citas actuales, desde la musical inicial, al Puente sobre el río Kwai, a la escobariana «Que viva España», o filmográficas como el Chewbacca, nos parecen significativos todos anclajes a la cultura del Siglo XX con que el autor apuntala su fuga de los corsés de las convenciones y la razón. Son frecuentes las referencias a hitos científicos como el principio de indeterminación, a la aleatoriedad intrínseca -rechazada por Einstein como juego de dados- a los teoremas de Gödel de incompletitud de la lógica, a la relatividad del orden temporal y las paradojas causales, al premio Nóbel o a la medalla Fields de las matemáticas. No pierde ocasión el autor de exaltar su trascendencia liberadora de los viejos determinismos, extrapolándola a todos los planos de la existencia, y en ello ve una materialización del numen alcalaíno en el Siglo XXI.

La realización de Pérez de la Fuente es, ante todo, un espectáculo audiovisual con derroche de decibelios, proyecciones y haces luminosos, que sin duda agrada al público más joven pero abruma en algún momento al más maduro. Al centro de la escena inicial domina un inmenso tronco que une tierra y cielo, Yggdrasil trasplantado al 2000 que se pierde en lo alto en una evocación de nave extraterrestre hecha de pantallas y estructuras concéntricas. Luego se retiran los lienzos estampados de corteza arbórea, descubriendo algo más inquietante: una estructura ruinosa como de ala de avión con un alerón desencajado, parcialmente pelada de su recubrimiento metálico que deja ver la armadura y cableados internos desgarrados, a modo de escalera que une algunas ruinas en el suelo a la abertura ventral de la nave y nos evoca la tétrica astronave varada alienígena del film Alien. En torno a este centro actúan las Pingüinas, siempre embarcadas en vuelos astrales, ora en sus diálogos impresionistas, ora como moteras en sus clavileños eléctricos de dos ruedas, eternamente expectantes de un viaje a la luna. Declaran que quieren «morir de amor» y casarse entre ellas pues, según Arrabal, «la lesbiana subraya el aspecto libertario de la obra». Su identificación como Cervantas se muestra en la constante referencia a Miho-Miguel, a lo que diría, haría o pensaría al sobrevolar -como lo hace el silencioso actor (Miguel Cazorla) con gorguera colgado de un arnés- los eventos de nuestra actualidad.

Se percibe el duro trabajo de las pingüinas-moteras para llegar a dominar con soltura sus ornamentados vehículos, afortunadamente eléctricos y silenciosos. Más delicada y espiritual, en la última parte, su bivalente metamorfosis en blancas dervichas giratorias, puente entre el cielo-Miho y los mortales y atavío nupcial de un mutuo enlace colectivo. Aunque Miho solo pronuncia en toda la representación unos incomprensibles balbuceos al final, ellas dicen que se expresa en un idioma incomprensible que solo la hija natural Isabel (Sara Moraleda) sabe traducir. María Hervás (Torreblanca, la abuela), Ana Torrent (Luisa de Belén, la hermana monja) y Marta Poveda (Constanza, la sobrina carnal), sostienen la parte más importante de las intervenciones y muestran su gran oficio. Lara Grube (Leonor, la madre) hace oír su voz solo cuando aparece Miho prisionero, encerrado en una jaula rodante, y una vez más el autor evoca su angustiosa relación materno-filial que explicó tan maravillosamente en Carta de amor. La abuela aprovecha la ocasión para quejarse de los hombres.

Sentimos que la acústica de la sala no era la mejor para este espectáculo, pues aun con amplificación y uso ocasional de megáfonos, el abigarrado y abstracto hilvanado de palabras y referencias culturales requeriría una audición impecable para que el espectador no perdiese ni un solo vocablo de intervenciones ya de por sí difíciles de seguir. No era así, y este sería un punto a mejorar, pero la actuación de todo el reparto era magnífica y revelaba un trabajo de dirección minucioso y detallista. Perfecto el movimiento escénico de Marta Carrasco y muy acertado el vestuario de Almudena Huerta. Al final, entre los aplausos, el director celebró con su equipo el esfuerzo volcado sobre las tablas y anunció la dedicatoria de la sala al autor. La nota conclusiva la ofreció Arrabal con unas palabras emocionadas y siempre suyas, que también consideramos parte del espectáculo en este estreno.

Magda Ruggeri Marchetti

Obra: Pingüinas – Autor – Fernando Arrabal – Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Escenografía: Emilio Valenzuela. Iluminación: José Manuel Guerra. Espacio sonoro: Luis Miguel Cobo. Audiovisuales: Joan Rodón y Emilio Valenzuela. Naves del Matadero del Español – Madrid – 29 de Abril de 2015.


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