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Please, please, please. Let me get what I want. Silvia Calderoni. MDLSX de Motus

Hacer o ser lo que queremos no suele resultar fácil. Cada época y lugar, cada cultura, espera algo de nosotras/os. Algo que encaje dentro de un repertorio, algo definible y determinable, sedimentado por una tradición. Desde la asignación binaria de género, mujer/hombre, femenino/masculino, cuando nacemos, hasta la función o profesión que podemos ejercer en la edad adulta, etc.

Las artes escénicas pueden convertir el escenario en un lugar de operaciones que deconstruya y ponga en cuestión esas edificaciones predeterminadas que, en muchos casos, son cárceles.

Una propuesta fascinante a este respecto es la pieza MDLSX de la revolucionaria compañía italiana Motus, programada en el Festival de Invierno de Teatro, danza y arte en acción, ESCENAS DO CAMBIO 2019. Una pieza en la que la portentosa Silvia Calderoni nos presenta su historia. Una auto-ficción que mezcla anhelos, recuerdos y vivencias personales con referentes externos que le sirven como apoyo para liberarse y exorcizar las etiquetas de género y el sufrimiento que, en algunos casos, pueden llevar asociado.

La actriz hace suyo el relato biográfico en el que se cifra el SER, su ser, liberándolo, mediante la performance, de los compartimentos en los que la cultura heteropatriarcal y todos sus inmensos dispositivos y aparatos intentan encasillarnos e clasificarnos.

MDLSX es una biografía hecha de retazos de vida, propios y ajenos, que dolieron, sublimados por la poesía del movimiento físico, por el disfraz, por el recurso a la fantasía, por la rescritura de los mitos (desde el Hermafrodita) y, sobre todo, por las canciones y la música que nos identifican de alguna manera.

Last Track. Please, please, please. Let me get what I want / The Smiths.

Sobre el escenario del Teatro Principal de Compostela una larga mesa de operaciones ocupa buena parte del foro, con micrófonos, controles de sonido y vídeo, un ordenador portátil, espejos, luminarias diversas, trípodes con cámaras de vídeo y múltiples elementos de atrezo.

A media altura, sobre el fondo del escenario desnudo, una gran pantalla circular, como una especie de óculo, en la que se mezclarán fragmentos audiovisuales de vídeos y fotografías, que documentan diferentes momentos del proceso de una persona joven, que se enfrenta a la crisis de ser mujer o ser hombre o… También se proyectan escenas simuladas, que se avienen con los pasajes más delirantes del texto, y conexiones, vía “live cinema”, cine en vivo, que nos ofrecen planos visuales y perspectivas sorprendentes de la propia performer en escena, que se filma a si misma mientras actúa, duplicando y segmentando su propia imagen.

El escenario, en ciertas secuencias, es una suerte de caleidoscopio emocionante, gracias a esa duplicación pletórica de la acción: los movimientos, la danza y la dicción, en conjunción con el manejo laboral de los artilugios utilizados (mini-cámaras de vídeo, tablet y Smartphone), con los que se desdobla y multiplica.

La pieza se divide en una veintena de temas musicales, “Track”, que contienen capítulos diversos de ese relato “queer”. Capítulos más abstractos y emocionales, vinculados a momentos de danza, música y acción lumínica y fílmica. Otros capítulos más “dramáticos”, en los que la actriz nos mira y nos cuenta algunas experiencias vividas, utilizando, también, materiales audiovisuales, a modo de documental. Y capítulos de tono más explícitamente ensayístico y político, en los que expone teorías e ideas alrededor de los sucesos compartidos.

Los temas musicales, además de la propia presencia de Silvia Calderoni, suponen un viaje que complementa y completa esa biografía en cuestión. Se trata de temas (The Smiths; Placebo; Vampire Weekend; Talking Heads; REM o Yeah, Yeah, Yeahs) que son el catalizador de una personalidad compleja, que se ha enfrentado a las cárceles del género. Una persona que ha superado los traumas infligidos por una sociedad y una cultura que te obligan a decidir, a definirte, a encuadrarte… La música facilita el acceso a un universo personal y a unos paisajes singulares, en los que la recepción puede entrar de una manera más visceral, más emocionante y sensorial. Porque, también, las acciones lumínicas y actorales, en conjugación con la música, nos conducen más allá de nuestros prejuicios.

Junto a la palabra testimonial, narrativa, de sucesos de una joven intersexual, en la que se recogen fragmentos de la novela de Jeffrey Eugenides, titulada Middlesex (2002), y a la voz lírica y expresiva de un yo que conecta con lo cósmico, atravesado por la música, también aparece la voz más filosófica y el registro más ensayístico, para lo cual utiliza documentos tan icónicos como la entrevista de Alejandro Jodorowsky a Beatriz Preciado, o textos de Judith Butler sobre feminismo y teoría queer.

El aspecto sumamente delgado y andrógino de la actriz, su look moderno y ecléctico, excéntrico, las ropas que utiliza en diferentes capítulos y su significación social, predominando el unisex, entre el estilo pop y el punk (los leggings metalizados, las camisetas de tirantes con estampados felinos, la chaqueta americana y los pantalones de traje ejecutivo, de colores sobrios…) o los desnudos y el juego con un bote de spray, tipo laca para el cabello, nos sitúan ante otro viaje por distintas mutaciones de la apariencia que, sin duda, relativizan y ponen en cuestión la solidez de la identidad y su mostración social.

Las camisetas ajustadas de colores intensos, casi fosforescentes, la melena rubia, la laca o el spray fijador, para adaptar la apariencia, el triángulo de lona plateada que cubre el suelo, las luces de colores, la multiplicación de la imagen en el ojo gigante de la pantalla circular… nos meten en un espacio operacional, artificial, en el que todo es posible. Un espacio plástico, en el que asoman reminiscencias dionisíacas y psicodélicas, que permite la expansión de la fantasía y la expulsión de todo aquello que nos agobia o nos oprime. Un laboratorio para rehacerse y ofrecerse a si misma y al mundo. Un ámbito para que el querer fluya.

Aunque estamos ante un solo escénico, toda esta polifonía y heterogeneidad de modalidades espectaculares (danza, performance, teatro, live cinema, Dj set, etc.), generan una pieza muy dinámica y sorprendente de altísimo magnetismo.

Al día siguiente de la función, programada el 10 de febrero de 2019, dentro del festival Escenas do Cambio, puse, como de costumbre, unas notas sobre el espectáculo en mi página de Facebook y, poco después, recibí una muy interesante interacción de Juancho Gianzo, respecto al marchamo autobiográfico de esta pieza y a otros matices que merece la pena rescatar.

En vez de parafrasear la conversación, reproduzco las réplicas más substantivas sobre el tema de la auto-ficción, la veracidad del relato y su eficacia artística e, incluso, en este caso, política:

Juancho Gianzo: Me encantó, pero al mismo tiempo me dejó un poco extrañado el hecho de que vendan el espectáculo como autobiográfico. Y es que 3/4 partes del texto está extraído, de manera literal, de Middlesex, de Jeffrey Eugenides, uno de mis libros favoritos. Igualmente disfruté y me emocioné. Fantástica.

Afonso Becerra: A mí me dio la impresión de que estaba jugando con la auto-ficción porque, parecía obvio, que el relato, en algunos Tracks, no se correspondía con las imágenes documentales de vídeo, aunque mantuviese una relación muy productiva. Mi intuición también me decía que el cuerpo de la performer no coincidía del todo con el del «monstruo» que traza el relato, aunque la empatía fuese máxima y, por supuesto, sublimada.

Gracias por esa información, porque sí que es cierto que Motus semeja vender MDLSX como biográfico de la actriz.

Juancho Gianzo: El hermano marxista, el padre empresario, la cuñada entrometida, la evaluación médica, el camionero, el hotel cochambroso, el espectáculo de freaks, el hermano comprensivo… prácticamente todo sale del libro. Hasta el padre que la acepta de vuelta en casa! Y reconozco que esto me distanció del espectáculo y del personaje de Silvia. En cualquier caso… disfruté mucho.

Afonso Becerra: Lo chulo es pensar en cómo Silvia Calderoni es capaz de sublimar su propio relato biográfico a través de materiales exógenos con los que teje esa auto-ficción. Y cómo es capaz de transmitir el dolor que hay tras esos retazos de vida. Sin duda, una dramaturgia muy compleja y una actuación portentosa.

Tú que conoces esa historia, puedo preguntarte, si no es indiscreción, ¿qué es lo que más te sorprendió o te gustó del espectáculo?

Juancho Gianzo: Pues precisamente, por conocer el texto, me gustó mucho el hecho de no importarme lo más mínimo la veracidad del cuerpo y de la historia de Silvia. Creo que me preocupa mucho más el mensaje de activismo queer que el morbo de una historia real. La auto-ficción llevada a una causa clara. 

La interpretación, primero tímida y después descarada, me encantó. La música parecía sacada de una de mis playlists, así que fenómeno también. Y la referencia a Paul B. Preciado me gustó tanto que me supo a poco.

Aprovecho para reivindicar teatro gallego de la misma temática: Testosterona, de Chévere. Para mí de lo mejorcito de Xron y compañía. Y su espectáculo más valiente.

Afonso Becerra: Gracias, Juancho. Yo también he pensado en Testosterona de los Chévere.

En conclusión, más allá de la veracidad de lo narrado, en los escenarios, sigue importándonos su verosimilitud, en tanto que ficción más o menos evidenciada, y, por supuesto, la eficacia que resulta de la veracidad de la presencia y del momento presente de la performance. En este sentido, Silvia Calderoni, en MDLSX, es una auténtica fiera, un fenómeno. Yo estuve con el alma en un puño y la emoción a flor de piel, disfruté, aluciné, por momentos, y también me confronté con ciertos apriorismos sobre el ámbito de la identidad y la sexualidad.


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