Poderoso amuleto
Cuando una mira el mundo con los ojos del clown, ya no hay vuelta atrás.
Sucede igual que con Perséfone: esta linda e inocente muchacha fue raptada por Hades y llevada al mundo subterráneo. Tras muchas vicisitudes que incluyen la aparición del primer invierno sobre la tierra, su madre consigue rescatarla y devolverla al mundo de los vivos, es decir, a la superficie. Sin embargo, antes de abandonar el mundo subterráneo, Perséfone come de la mano del malo-malísimo unos granos de Granada. Es por ello que Perséfone queda vinculada para siempre al mundo inferior, pudiendo vivir sobre la corteza terrestre dos tercios del año, pero obligada a volver al submundo el tiempo restante del año.
Así, quien ha percibido el mundo con los ojos del clown alguna vez, retiene para siempre una nueva visión de cómo es el ser humano de la que ya no podrá prescindir. Se trata de un filtro que aporta ternura frente al propio hecho de ser humano y una descarga de presión que, a modo de soplido, retira de la cara el velo de aparente seriedad con la que nos empeñamos en revestir nuestra existencia.
Darnos cuenta de lo imbéciles que somos nos devuelve a nuestro lugar. Nos resitúa en una posición de igualdad frente al resto de seres del planeta. Y con ello, no me refiero exclusivamente a las personas, sino a los animales, las plantas, las flores, las nubes, el carbón y los niños.
Hace tiempo, el dramaturgo Emilio Encabo me dijo que para ser gracioso había que ser muy serio. La verdad es que intentar mantenerse serio, muy serio, cuando ya ha nacido interiormente la chispa de la risa, resulta muy difícil, ¿verdad? ¿No es acaso en los momentos en los que uno «debe» mantener una absoluta seriedad, cuando la explosión de la risa es más potente? Cuanto mayor es la restricción externa, es decir, la presión para no reír, mayor es la algarabía interna que se crea, sobre todo en la tripa que puede llegar a doler…y del dolor al llanto no hay, en realidad, más que un ligero cambio en el ritmo de la respiración.
De hecho, existen estudios hechos en torno al movimiento y ritmo de la respiración del cuerpo humano cuando ríe y cuando llora. Y resulta que, si ilustramos estos dos movimientos de la respiración en un gráfico, nos damos cuenta de que se trata del mismo movimiento, pero invertido. Como si hubiésemos colocado un espejo entre ellos y la risa reflejase el llanto y viceversa. En el caso de la risa, el dibujo que hace la respiración recuerda a una sierra puntiaguda, que empieza con un trazo muy fuerte cuando espiramos la primera vez (jaaaaaaaaaaaaa) y que va perdiendo amplitud a medida que el impulso de la carcajada va sucediendo en el espacio (ja-ja-ja-ja-ja).
Dicen que el bailarín es bailarín toda la vida. Creo que el clown también. O, al menos, creo que el clown es capaz de «entrar en modo clown» cuando quiere y, les confieso un secreto ahora que no nos oye nadie: una de las cosas más divertidas y esclarecedoras que puede hacer una en esta vida es hacer algo «real», o sea, algo cotidiano en la vida de verdad, rodeada de un grupo de clowns. Algo como ir al súper, por ejemplo. Pero esto, si se hace, debe hacerse con muuuucha seriedad. Vivir esto es una experiencia impagable. Y no puedo decir más al respecto. Hay que vivirlo.
La palabra es poderosa, pero no llega a todas partes. La risa quizás sea más como el agua que es capaz de meterse por cualquier parte, de llenar cualquier recoveco. El agua siempre encuentra la forma de salir del paso. La risa es también un arma infalible a la hora de desvestir a alguien de poder. No en vano, los grandes hipnotizadores de principios del siglo XX decían: «La risa es un excelente modo de evitar el sueño provocado: desde que la persona que queréis dormir se ríe y toma la cosa a broma, podéis cesar en vuestra tentativa, porque no conseguiréis nada». (Beaunis)
La risa también es el medio por el que el ser humano vierte en el mundo, sin palabras, el más absoluto gozo por la vida. Basta fijarse en el cartel promocional de la película francesa Intocable para demostrar esto que digo. ¿Qué tiene esa imagen que conmueve tanto y despierta en nosotros una sensación tan positiva como extraña al mismo tiempo? Nuestro cerebro no entiende el contrasentido que muestra el cartel, porque estamos viendo a un hombre «confinado» en una silla de ruedas. Y, sin embargo, la esencia pura del gozo de vivir escapa de su interior a través de una carcajada brillante, que queda atrapada, gracias a la fotografía, en un instante eterno que durará el tiempo que decidamos seguir mirando.